La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, Premio Cervantes de Literatura

Teselas ensangrentadas. 
                                                                            Matar a un joven es matar la esperanza. (pág. 177)

Tal y como señalaba hace siglos el Petrarca, gran bibliófilo, un libro tiene la virtud de poder conducirte a otros muchos, de abrirte puertas de cuartos desconocidos. Y así, en mi último libro referenciado en estas páginas, C. Fuentes hablaba de que en lo relativo a los sucesos de la Plaza de las Tres Culturas, en el D. F., el que me dispongo a comentar se contaba entre los dos mejores. PONIATOWSKA, Elena. La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral. México Distrito Federal: Ed. Era, 1971. (Reedición especial en 2012, por estar descatalogada la primera edición). Y resulta curioso porque la escritora es de padre polaco, nacida en París, en 1932, de madre mexicana exiliada, y emigrada con diez años a México por huir de la IIª Guerra Mundial. He elegido esta foto por ser aproximadamente de la época en que sucedieron los hechos.



España le concede el más prestigioso de nuestros premios literarios de este 2013 que termina y que se le otorgará el Día del Libro del año próximo. Pasa a ser así de las pocas mujeres galardonadas con él. Los premios siguen siendo cosa de los varones que los otorgan. Se aducen sus dotes de periodista batalladora y novelista con nervio, poetisa, autora de teatro y cuentos. Y, como no había leído nada de ella, solicité a una de mis bibliotecarias favoritas, Mª Luisa, gracias, que me consiguiera un ejemplar. Había visto alguna reseña sobre la escritora, famosísima en México, pero no conocía nada de su producción, y quería redactar estas líneas con conocimiento de causa. Quede claro que el libro es el fruto de dos años de trabajo como reportera, acopiando materiales, entrevistas, sueltos de periódicos, fotos, materiales de audio, documentos en fin con los que levantar este monumento contra el olvido del horror vivido el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de Tlatelolco. Por eso lo subtitula Testimonios de memoria oral. Se trata de periodismo de investigación a través del cual la autora nos ofrece su propio testimonio sobre lo escuchado.
 

El libro se abre con una serie de fotografías sin su correspondiente pie. Todas en B/N, y que por acumulación comienzan a dar testimonio de lo sucedido. Y he de hacer una salvedad: a la represión sufrida por la población de la ciudad capital y de los estudiantes en particular, se suma la censura férrea de los medios impresos en los días siguientes ("¡Qué malos son sus periódicos, qué timoratos, qué poca capacidad de indignación", decía la periodista italiana O. Fallaci, herida en la refriega y testigo de los hechos; además de que a  los periodistas extranjeros se les confiscaron sus rollos, tanto los vígenes, como los ya expuestos). Mientras tanto, ¿cómo es posible que con mis veinte años recién estrenados no me enterara de nada desde la Universidad de Valencia donde estudiaba? Obviamente porque la censura franquista filtraba cualquier noticia que pudiera remover las aguas estudiantiles locales, que empezaban a bajar revueltas (recuerdo la salida del Paraninfo, en la Calle La Nave, tras el abortado recital de Raimon, entre una doble fila de "grises"). El mai 68 francés se había extendido a la costa californiana y a las universidades europeas, cada una con su idiosincrasia particular, pero todas con deseos de cambio.
 


























Desde julio de aquel año el estudiantado había ido manifestándose cada vez en mayor número (se habla de seis cientos mil de ellos en la Plaza del Zócalo, la mayor de América Latina, "y cuya protesta había que aplastar porque hacía tambalearse el status quo" (pág. 62);  el Comité de Huelga había elaborado un pliego de peticiones con seis puntos que pretendían negociar con las autoridades. Como en tantos otros lugares, los manifestaciones estudiantiles de protesta ponían de manifiesto un malestar generalizado: "siendo el futuro del país se nos niega sistemáticamente cualquier oportunidad de actuar y participar en las decisiones políticas del presente" (pág. 63). Y en México con mayor motivo, donde gobernaba desde tiempo inmemorial el Partido Revolucionario Institucional (PRI), valga la parajoda.  "Hay un México antes del  Movimiento Estudiantil y otro después del 1968. Tlatelolco es la escisión entre los dos Méxicos" (pág. 61). [Conviene señalar que todas las citas que siguen son las recopiladas por la periodista/escritora y que vienen referenciadas con el nombre y apellido de quienes las hacen y su fuente escrita, o como anónimas, si lo son]. Un país, México, "con diez millones de hambrientos y diez millones de analfabetos [...] Nos rige la ley de los líderes charros, la de los banqueros, la de los industriales" (pág. 83). Y en el que tras los muertos de la plaza "la gente ha empezado a vivir sabiendo que TODO es político [...] Se puso en tela de juicio toda la vida anterior y cada quien adquirió una nueva perspectiva de enfrentarse a la vida" (pág. 125). A consecuencia de la represión continuada, las manifestaciones se suceden, en concreto una de ellas, la del 13 de septiembre, llamada la del "silencio", por ir los manifestantes con esparadrapo pegado en la boca y con la V de la victoria en los dedos de la mano.


 Era un movimiento distinto del Mayo francés. Acudían estudiantes, profesores, amas de casa, tenderos, periodistas, ferrocarrileros, licenciados, obispos... Junto a las reivindicaciones escolares estaban las políticas. "Nada con la fuerza. Todo con la razón", rezaba una pancarta. Pero se acercaban las fechas de los JJ. OO. que organizaba el país el mes de octubre y en otro lienzo se leía "¡No queremos olimpìadas!¡Queremos Revolución!" (pág. 66). Y así se convoca un nuevo mitin en la Plaza de Tlatelolco para el dos de octubre. Y el Gobierno de Díaz Ordaz decide cortar por lo sano. Era este gobierno en el que "las garantías individuales estaban seriamente amenazadas", según el abogado del Tribunal de la Haya, al que calificó de "prefascista" (pág. 170). Ante la presencia de unas 10.000 personas el ejército, en número de 5.000, toma posiciones con tanquetas, jeeps, fusiles ametralladores, bazookas... Lo que la gente no sabe es que en el propio edificio desde el que se lanzarán las proclamas hay una brigada de paramilitares conocida como el Batallón Olimpia, cuyos integrantes se reconocen entre sí por llevar un guante blanco en una de sus manos. 
























Hacia las cinco de la tarde se disparan dos bengalas y parecen ser la señal para que los del batallón comiencen a disparar, no sólo contra los congregados, sino contra los soldados. Éstos responden con sus armas contra todo lo que se mueve, da igual que sean estudiantes, que madres de familia con sus niños o vendedores ambulantes de los que suelen ocupar la Plaza.  La gente huye despavorida en todas direcciones y se encuentra con que la encerrona es completa. Los soldados llevan labayoneta calada. Por eso muchos de los muertos aparecen con heridas de bayoneta o de balas disparadas por la espalda. "Los antepasados hicieron allí una gran matanza; allí en el nuevo Tlatelolco, regaron harta sangre, por eso es un lugar maldito" (pág. 148). Y la escritora sigue acumulando testimonios, como quien va colocando las teselas de un mosaico, o las piezas de un rompecabezas. "Esa noche de Tlatelolco que presidieron la barbarie, el primitivismo, el odio y los más siniestros impulsos" (pág. 183). Hace falta entonces distancia para ver la imagen en su totalidad y aparece tremendamente ensangrentada. Es la escritora la que, con su selección, con su ordenamiento, ha dado un determinado sentido al conjunto de piezas que en la realidad estuvieron revueltas hasta el enloquecimiento por el miedo y el dolor. Nunca se supo el número exacto de fallecidos. Ya se encargó el gobierno de que no se investigara para que no se supiera. De los 20 muertos de los que hablaban los periódicos del día siguiente, a unos 350 que fuentes periodísticas extranjeras aportan. "Los cuerpos de las víctimas que quedaron en la Plaza no pudieron ser fotografiados", dice O. Paz a través de The Guardian. La vergüenza por lo sucedido en su país lo llevo a dimitir de su cargo de embajador en India.


"La Plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo [...] No busques en los archivos pues nada consta en actas" (pág. 184). Pero hubo testigos presenciales que no han olvidado, que no quieren olvidar. Mercedes Olivera, antropóloga, lo resume: “obviamente todo estaba preparado, el gobierno sabía lo que iba hacer. Se trataba de impedir cualquier manifestación o brote estudiantil antes y durante las Olimpiadas. Las luces de bengala fueron la orden de tirar y se disparó de todas partes y los supuestos francotiradores — y te lo digo, porque los que estuvimos allí y lo vimos podemos decirlo con toda conciencia sin temor a equivocarnos — los francotiradores eran parte de la organización gubernamental.” (pág. 205). Lo terrible es que hoy en día sigue sin conocerse el número de muertos con exactitud, lo que da idea de lo honda que es la herida que provocaron los sucesos. "¿Quién ordenó esto? [...] Esto es un crimen" (pág. 249). A todo ello se añadieron las detenciones indiscriminadas, los golpes, los confinamientos sin orden judicial por más tiempo del que las leyes permitían, las picanas eléctricas, los interrogatorios interminables, la búsqueda de los familiares por morgues, hospitales, cárceles, acuartelamientos.
 






No he querido añadir fotos, todas terribles, por no recargar lo que ya ha potenciado la imaginación con la lectura.  Entre la primera y la segunda parte del libro, Poniatowska toma la palabra y escribe "Recuerdo, recordemos hasta que la justicia se siente entre nosotros [...] Este relato les pertenece. Aquí está el grito de los que quedaron, el grito mudo que se atoró en miles de gargantas, en miles de ojos desorbitados por el espanto el 2 de octubre de 1968 en la noche de Tlatelolco" (pág. 168). 

Diez días después de la masacre, el 12 de octubre, fecha de la inauguración de las Olimpiadas, el editorialista José Alvarado publicó en Siempre!: "Había belleza y luz en las almas de los muchachos muertos. Querían hacer de México morada de justicia y verdad: la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados. Un país libre de la miseria y el engaño.Y ahora son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas. Algún día habrá una lámpara votiva en memoria de todos ellos". No sé si ese día ha llegado todavía en este último de 2013. Lamento terminar el año con esta referencia, pero me parece justo contribuir con la lectura del libro de Poniatowska a mantener vivo el recuerdo. Y también a que, cuando se la hemanajee en abril próximo, sepamos que es una escritora comprometida con su tiempo y su país. 
 P.S. Para completar la lectura, tal vez valga la pena este reportaje del canal Historia, aunque sea de larga duración. 
Que 2014 sea menos duro que el que acaba de terminar es mi deseo para los cada vez menos improbables seguidores de este blog.
José Manuel Mora.




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