La casa del mirador ciego, de Herbjørg Wassmo

Latitudes polares
                                                               A mis amigos de Copenague, Upsala y Goteburgo

No es lo mismo ir a unos grandes almacenes y comprar un libro, como el que coge cuarto y mitad de pollo de un expositor, que visitar una librería, en la que el librero, además de comerciar con libros, los conozca, sepa en qué estante están sin consultar la base de datos, los haya leído y te los recomiende. Si además el criterio es fiable, miel sobre hojuelas. Eso sucede con Fernado, el propietario de 80 mundos, una librería de referencia en Alicante desde hace muchísimos años y donde además de comprar libros, éstos se presentan dando lugar a tertulias, y uno se puede orientar porque la sugerencia ha sido previamente leída por el vendedor y sabe de lo que habla y lo que ofrece.



Y así fue como llegué al libro que voy a comentar. Una rareza puesto que el nombre de la autora no ha sido promocionado a bombo y platillo, ya que la editorial es pequeña, aunque sabe el material que publica. Ya hay en estas páginas un par de títulos de literatura boreal. Éste va a enriquecer mi acerbo (¡vaya palabro!) y me aproximará a lugares que he visitado, a gentes que conozco tan al norte, a su manera de estar en el mundo, a su weltanscauung, que decimos los alemanes y decía también el recientemente fallecido Carlos París en sus apasionantes y apasionadas clases de Filosofía en la calle La Nave de Valencia, allá por 1967. Ahí va pues. WASSMO, Herbjørg. La casa del mirador ciego. Madrid: Nórdicalibros, 2012 en la edición que manejo, pero que se imprimió por primera vez en 2010, así que no es de tan rabiosa actualidad como el anterior que comenté. Ya había oído hablar, bien, de la labor editorial de un chaval apasionado por la literatura de aquellos territorios, Diego Moreno, y la verdad es que se trata de un ejemplar cuidadísimo, de tacto agradable, sin demasiadas alharacas paratextuales.


En otras ocasiones no suelo dedicar demasiado espacio al autor, autora en este caso, pero dado lo desconocido del personaje creo que se merece una breve referencia. Fue profesora en el norte de ese país largo y estrecho que llega hasta el Polo, Noruega. Y es en esa zona, el entorno de Bodø, donde decide ambientar su historia. Es poco frecuente tener éxito con una primera novela, como fue el caso con la que voy a comentar, la primera que ella publicó y que forma parte de una trilogía.¡Qué costumbre tan antigua la de las trilogías! Obtuvo el Premio de la Crítica en su país y ha recibido el Premio Jean Monnet en 1998, ganado con anterioridad por Tabucchi y por Pérez Reverte.



He citado antes Bodø, pero no he dicho que la historia se desarrolla en 1955, cuando la memoria de la invasión nazi de Escandinavia aún está viva en sus gentes. La madre de Tora, la protagonista, sufre el estigma de haber mantenido relaciones con un soldado alemán, de las cuales nace la niña. Si para nosotros esa época sigue apareciendo en nuestra memoria en B/N, como las imágenes del No-Do, tampoco fueron tiempos fáciles para los noruegos. "La magia de estar vivo rara vez se le pasaba por la cabeza a los miserables, para que pensaran eso se requería cuando menos vendavales y naufragios" (pág. 31). Tiempos de hambre y de dificultades "Desde sendas casas señoriales se dictaban en tiempos lejanos las órdenes que determinaban si habría vida o hambruna. La casa del párroco costituía el tercer elemento del poder" (pág. 33) parecidos a los vividos en nuestra posguerra y gobernados por las mismas fuerzas vivas; "El que peor parado salía era el párroco, de él no salían más que sermones infernales, sabiduría y truenos sagrados" (pág. 164). Meses eternos de oscuridad total que acaban pesando como losas en las conciencias de aquellas gentes, unidos al monocultivo de la pesca para los varones ("La madera de la que estaban hechos los hombres debía de ser menos resistente que la de las mujeres" pág. 173), y al envasado de pescado para ellas acaban por dar una idea del ambiente. "Se trataba de sacarle el máximo partido a la temporada de pesca. Para muchos era la oportunidad de obtener ingresos. No había más ocasiones " (pág. 52).


En ese contexto vive Tora con su madre, Ingrid, y el nuevo compañero de ésta. Desde el principio la presencia del hombre es vivida por la niña, perspectiva desde la que se narra, con el concepto vago de "peligrosidad", sin más información, pero como algo acechante. El abuso acabará por explicitarse más tarde. He mencionado el punto de vista y, aunque no sea ésta una narración en primera persona, sí que conocemos los hechos desde los ojos de la prepúber. Sabemos de su relación algo conflictiva con la madre, entre dos fuegos "¿Por qué nunca conseguía evitar poner a mamá de mal humor? Siempre hacía las cosas mal. ¡Qué rabia!" (pág. 63), con una tercera persona que es casi portavoz de una corriente de conciencia. "Su madre le había inculcado lo terrible que era desperdiciar el calor, así que no podía leer ni escribir a no ser que fuera de día" (pág. 70). Los elementos siempre como condicionantes de la vida y las relaciones "La lluvia los había asaltado y la niebla se extendía por los riscos con la densidad de la maldad vieja" (pág. 55). O bien, "Finalmente la helada arreciaba quejumbrosa por los pasillos y te salía al encuentro en el agujero de la letrina" (pág. 86), con ese uso de la segunda persona como impersonal coloquial y con el ejemplo de algunos momentos de escatología pura tratados con absoluta naturalidad por la autora. 



Y en medio de tanta dureza, la conciencia de que "Fue como si la madre se diera cuenta de que solo se tenían la una a la otra" (pág. 63). Hay en la mujer adulta y en su hermana, el otro gran personaje del libro, la tía Rakel, una sensibilidad femenina muy alejada de las vivencias de nuestro país en aquella época y que no sé si es sobrevenida o ya empezaba a aflorar allá, al calor del trabajo femenino "No somos nosotras las que tenemos que agachar la cabeza: Nosotras lo que tenemos que hacer es optar por apoyarnos las unas a las otras" (pág.94), en un ejemplo de sororismo avant la lettre.


Todo fluye en la narración con sencillez, sin grandilocuencia pero con imágenes de gran fuerza expresiva. "La luna entra por la ventana, la mira fijamente, pálida de luz de primavera y cielo despejado" (pág. 209). A veces resulta enormemente eficaz, como en el siguiente fragmento que creo describe muy bien aqel invierno casi perenne: "El viento había arreciado. Ya no se veía nada a través de la ventana. La nieve dibujaba canales en el cristal, pero constantemente llegaba nieve nueva y fría que impedía que la vieja se derritiera del todo. Daba la impresión que la ventana lloraba por ser incapaz de dejar pasar la luz" (pág. 152).  O este otro que muestra la vida de los pescadores: "Pero cada vez eran más los que se quedaban fuera cuando se repartían las tareas y se pagaban los sueldos. Por lo general eran los que no tenían granja ni tierras. Lo único que tenían era una amargura vital contra casi todo y mucho tiempo para comprar, aunque nada con lo que pagar. [...] El trabajo fijo era un sueño que una y otra vez se hundía en la negrura del mar o que oscilaba al borde del muelle. [...] A veces encontraban un empleo y se marchaban fuera. Todos se daban por contentos. Era un contento negro y extraño. Nada tenía que ver con la alegría de vivir" (pág. 163). Ese tono menor parece el adecuado para mostrar el miedo de la niña, su vergüenza por ser distinta ("hija de alemán"), su sentimiento de culpa, la fuerza irrefrenable de su rebelión. Una pega pequeña: algún giro de la traducción que me ha molestado "Al final el caballo colapsó sobre la yegua" (pág. 39), o bien "Era otra que en casa [...] de un modo distinto a en casa" (pág. 143). Pecata minuta frente al placer que he experimentado leyéndolo. Los otros dos volúmenes me esperan impacientes. O a lo mejor el impaciente soy yo.

José Manuel Mora.

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