Nebraska, de Alexander Payne

Perseguir una ilusión

La verdad es que el cartel de la peli me resultó enseguida muy sugerente. Cuando me di cuenta de que detrás de ese perfil se ocultaba el rostro de Bruce Dern, sabía que acabaría yendo a verla (vid. infra). A bote pronto, y con mi memoria desmemoriada, no me di cuenta de su director, Alexander Payne, con el que disfruté, gracias también a J. Nicholson, en su A propósito de Schmidt (2002), y de quien también hace poco vi en la tele Entre copas (2004), que me resultó tan curiosa por el poderoso contraste entre los dos personajes principales: el escritor novel y el actor secundario, en su recorrido por los mejores viñedos y caldos de California. Seguramente su nombre quede incorporado a mi archivo desmemoriado, gracias también a esta líneas blogueras.


El director vuleve a proponer una  road movie, en blanco y negro, lo que acaba siendo un auténtico acierto, seguro que gracias a la elegante fotografía de un tal P. Papamichael, que ha sabido captar los paisajes que van atravesando los dos protagionistas, ese Medio Oeste (de Montana a Nebraska) la mayor parte del tiempo deshabitado, en el que la línea del horizonte es buena para descansar la vista o para perderse. Un padre que chochea y que cree que le ha tocado un millón de dólares en una loto, por lo que está empeñado en ir a cobrarlo, y un hijo que, a pesar de saber la engañifa, decide acompañarlo en la persecución de su ilusión, por miedo a que se haga daño o se pierda, y también por un auténtico amor filial.


El guionista, B. Nelson, decide enriquecer la situación de partida con una juntada familiar, que acaba ofreciendo una radiografía auténtica de la clase media rural estadounidense, de sus filias, la tele, el base-ball, el bar,  y por encima de todo el dinero; y sus fobias, ese distanciamiento emocional y físico entre personas de la misma familia, o entre conciudadanos que no hablan de sí mismos. La madre, ese descubrimiento llamado June Squibb, rompe con su expresividad y con su lenguaje tan poco políticamente correcto en términos y temas, la tónica general. Es católica...


 Una vez más lamento haberla visto doblada y por eso he elegido el tráiler en V.O. Es significativo el grupo de varones hipnotizados ante la televisión, sin nada que decirse después de muchos años sin verse; o los dos sobrinos sólo interesados en el coche y la velocidad del primo recién llegado. Sólo salen del letargo ante el sonido del dinero y empiezan a disputarse las vísceras del protagonista antes de que éste haya muerto.


 Todo ello  es un continuo acierto del escritor de la historia,  que tiene una sabiduría extraordinaria para retratar personajes con un par de frases y para mantener el tono general en un ambiente de comedia nada estridente, de sonrisa, más que de risa abierta, aunque haya algunos gags certeros. Hablaba antes de el entretejido de relación entre padre e hijo, nada ternurista, pero cómplice, al que dan cuerpo y voz un tal Wil Forte, estupendo en su papel de hombre medio, y el inmenso Dern, del que hablaba más arriba, ganador de la Palma de Oro en Cannes. Es un actor de una mirada de enorme fuerza, al que sigo al menos desde Danzad, danzad malditos (1969) y La trama (Family Plot) (1976), una eternidad. La sordera, la mirada perdida, la endeblez de sus piernas, su retranca, su testarudez, dibujan perfectamente a alguien que pretende resarcirse de toda una vida de frustraciones que ha ido paliando con el alcohol, y al que el hijo irá conociendo cada vez más en este viaje casi iniciático. La madre es el contrapunto de realismo y sensatez, porque el hijo casi acaba siendo una especie de Sancho, dispuesto a acompañar a su padre D. Quijote en su última locura.


Por momentos, esos pueblos desiertos, con una taberna, un motel y un banco, me han traído a la cabeza las imágenes de The last picture show (1971), del maestro Bogdanovich; los cuarenta años transcurridos para ese país no parecen haberlo cambiado ni de aspecto, ni en lo sustancial de las relaciones humanas, seguramente tan condicionadas por el modo de vida protestante, ni en sus valores, ni en el desconocimiento de todo lo que queda más allá de la frontera de su condado. ¡Qué decir de la capital del vicio, N.Y.! O de ese extraño mundo conocido como el extranjero, donde tan pocos estadounidenses siguen aventurándose... A la fotografía de la que hablaba más arriba se suma una música acertadísima en su tonalidad y en su volumen, que acompaña sin subrayar. Creo que se nota que la he disfrutado. Muy recomendable.

P.S. Un apéndice para los del Módulo: el personaje de la periodista/archivera que trata los ejemplares de los periódicos atrasados con auténtico mimo y que sabe localizar lo que le interesa con facilidad y presteza y que tiene un primer plano final lleno de emoción silenciosa .

José Manuel Mora.



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