Dallas Buyers Club, de Jean-Marc Vallée

 Un auténtico tejano

Una vez que la candidatura y la obtención del oscar hicieron que me enterara de la existencia del filme y que conociera de qué trataba, no tenía claro si acabaría yendo a verlo. La foto de R. Hudson en un periódico nos sitúa la acción en 1986. Recuerdo que estaba en Valencia viviendo entonces, y que fueron apareciendo noticias de una extraña enfermedad, "el cáncer gay", como se le llamó inicialmente. Como todo lo desconocido o no bien explicado, aquello provocó auténtica histeria en un primer momento y más tarde, cuando se supo circunscrito a determinadas prácticas de riesgo, llegó la marginación, llegaron los insultos, llegó la discriminación... daba igual que se conocieran las vías de transmisión del mal, los puritanos tuvieron una nueva "prueba" para cargarse de "razones" y fustigar a los depravados, los maricones, los yonquis. Mientras la medicina y los laboratorios iniciaron su lucha por descubrir el modo de tratar la enfermedad, que acabó convirtiéndose en una pandemia y que, como suele suceder, terminó por afectar a los más pobres y débiles.


Lo que precede intenta situar en su contexto lo que en la peli, Dallas Buyers Club (qué raro que no lo hayan traducido),dirigida por J.-M. Vallée, parece arrancar de una true story, de esas que tanto gustan en Hollywood. Y siendo cierto que el desahucio médico del protagonista se conoce al inicio, no lo es menos que el argumento deriva pronto hacia la lucha del vaquero contra la Agencia del Medicamento estadounidense que tanto impedimento pone, no sólo a que la gente pueda tratarse con productos que no estén testados, que decimos lo ingleses, lo que sería lógico, sino incluso a la posible medicación con fármacos que no tienen efectos secundarios y que suponen un alivio de síntomas, aunque no curen. En esa lucha y en su afán por seguir viviendo tiene Woodrof, el protagonista, la motivación suficiente para dar sentido a una vida que no parecía tener demasiado. El típico currante tejano, putero y cocainómano, culo y agresivo que, cuando ve las orejas al lobo, decide ponerse a combatir la maldición que ha caído sobre él, al tiempo que combate a las autoridades.


Y en el camino se encuentra con el otro gran personaje de la cinta, el transexual que decide participar en el "club", a la vez que busca amparo afectivo en el  homófobo y violento en un principio Woodrof. La vida nos transforma en su decurso temporal, fruto de las vivencias que experimentamos y las personas a las que encontramos en el camino. Se le añade a todo ello la experiencia cuasi amorosa que parece sentir hacia la doctora que lo trata, comprende y acepta. Y eso es lo que acaba sucediéndole al prota. Todo en la línea del self made man, tan del gusto de allá. El electricista que era, acaba empapándose de información médica, estudiando las argucias legales para burlar a las autoridades,  contratando un abogado que lo ayude en su montaje "empresarial", ya que descubre que en toda crisis existe la posibilidad del negocio, de obtener pasta gansa.


Se trata de una peli lineal que, además de su carga dramática, que no melodramática, no parece tener mucho más interés que ver la evolución del personaje, su angustia, su miedo pánico, su pelea, su derrumbe, su afán de supervivencia; sin embargo lo que engrandece la cinta es el trabajo de Matthew McConaughey, quien ya me llamó la atención hace poco, como comenté aquí, en Mud. No ya por prestarse a adelgazar para dar el tipo de enfermo (ya hemos visto hazañas de ese tipo en otros, pienso en De Niro y su Toro Salvaje), sino por la capacidad del actor para hacer creíble el cambio y para acercarnos a alguien que no es en principio un tipo que pueda despertar muchas simpatías. La escena en la soledad del coche con su llanto desgarrado es realmente conmovedora.


Y si de cambio físico hablamos, el experimentado por Jared Leto, a quien no conocía, su compinche, es de los que quita el hipo: por su delgadez extrema, y por la encarnación de un travestí creíble, sin demasiado exceso en las formas (una vez más echo de menos no escuchar las voces y los tonos de ambos, por eso dejo siempre que puedo el tráiler en V.O.). El encuentro interpersonal de ambos y el abrazo dolorido en que se funden son emocionantes. Ambos han sido premiados por la Academia, tan amiga de excesos, aunque por ahí anduviera DiCaprio, a quien había que echar de comer aparte y en la que compartía una escenita con McConaughey que era un auténtico duelo de titanes; o también B. Dern, de quien ya hablé con admiración en la reseña pertinente. Cosas de Hollywood. En cualquier caso, como diría mi padre, "muy americana"...

José Manuel Mora.


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