Mi Ántonia, de Willa Carther

 Pioneras

Creo que lo he dicho en otras ocasiones: no se puede abarcar todo y, aunque no estoy cerrado a investigar por otros derroteros, me centro en la literatura en castellano para evitar posibles traducciones aviesas. Sin embargo aquí mismo, hay pruebas que contradicen mi afirmación, sobre todo en las últimas entradas. También la que paso a comentar me ha sido recomendada por mi librero de confianza, Fernando, de 80Mundos. CARTHER, Willa. Mi Ántonia. Barcelona: Alba Editorial, 2012, con una traducción de Gema Moral Bartolomé, que no me ha chirriado en ningún momento y encuadernada en rústica. Parece que estaba descatalogada. Se trata otra vez de voces femeninas y que vienen del otro lado del mar y el tiempo. 

 
De la literatura estadounidense conozco lo justo: Poe y sus cuentos, M. Twain con el inevitable Tom Sawyer de mi infancia, H. James y su Washington Square, comentado aquí, en lo que respecta al s. XIX. Y ya en el XX, aquellos escritores necesarios para entender la renovación de la literatura en castellano de su segunda mitad: Dos Passos, Faulkner, Heminway, Steinbeck... No me da vergüenza decirlo porque les pago en su misma moneda: el desconocimiento de los estadounidenses ilustrados respecto de nuestras letras es absoluto, salvo para aquellos interesados en la cultura hispánica, que los hay, aunque sean pocos y sea cierto que existe un despertar de la curiosidad por nuestra cultura en las universidades de allá. No conocía sin embargo a ninguna de sus escritoras y la lectura de la novela me ha desvelado la existencia de una rara avis a caballo entre las dos centurias: Willa Carther (Virginia, 1873-Nueva York, 1947), de familia de origen irlandés y mujer adelantada a su tiempo, por cuanto fue a la Universidad, vestida de varón y con el nombre cambiado por el de William Carther.  Se permitió el lujo de mantener allí una relación amorosa con una atleta, lo que debía de ser poco común para la época, por decirlo suavemente. Trabajó como periodista (tampoco debía de haber muchas mujeres en esa profesión en aquellos años), luego fue maestra de latín y griego (?!) y directora de distintas revistas. Acabó viviendo de lo que escribía en la ciudad de los rascacielos, junto a su compañera de vida, Edith Lewis, con la que compartió cuarenta años de existencia, todo esto mucho tiempo antes de la lucha feminista de los sesenta o del gay power de los setenta. Rara avis, ya digo. Y vayamos ya a su libro.


La iconografía sobre los pioneros del lejano oeste está muy asentada en el cine y se plantea desde una perspectiva de épica masculinidad en lucha contra la naturaleza que hay que conquistar, o contra los pobladores originarios de aquellas tierras, "los indios". Las mujeres suelen ser compañeras esforzadas, a veces valientes, trabajadoras infatigables casi siempre, pero que acostumbran a quedar en segundo plano. La historia se nos presenta como el típico manuscrito, no encontrado sino recibido por la escritora y redactado por el narrador, perspectiva que elige la autora para contar la llegada simultánea del niño Jim Burden, reciente huérfano a casa de sus abuelos, y de la preadolescente Ántonia Shimerda, que llega con su familia, de origen boehemio, a ocuparse de unas tierras sin roturar, en medio de ninguna parte, en las llanuras cerealísticas de Nebraska ("No había más que tierra: no era un país, sino el material del que están hechos los países, [...] tenía la sensación de que dejábamos atrás el mundo, de que habíamos traspasado sus límites y nos encontrábamos fuera de la jurisdicción de los hombres" (pág. 23), adonde también se trasladó la autora en su juventud, razón que la hace conocedora de la realidad de la que habla y de la dureza de las condiciones vitales de inmigrantes que desconocen la lengua (es estupenda la recreación que se hace en la traducción de los balbuceos de quines van aprendiendo el inglés), que no son agricultores de origen y que no están acostumbrados a lo extremo de los inviernos en  los terrenos de llegada. Tampoco el niño lo está, pues llega de un estado del Este, civilizado ya hace tiempo, por lo que se siente asombrado ante todo aquello que lo rodea: "Sensación de movimiento en el paisaje, en la tierra misma, como si la tupida hierba fuera una especie de piel suelta y debajo una manada de búfalos salvajes galoparan, galoparan..." (pág. 32).


"El nuevo país se extendía ante mí: no había cercas en aquellos tiempos, y podías elegir cualquier camino entre la hierba" (pág. 43). Hablamos de las dos últimas décadas del XIX, aunque la novela se escriba en 1918. Luego volveré sobre ello. Y aunque los ojos del narrador son los del niño, toda la historia se centra en la figura de la muchacha que lo fascina, Ántonia, que reúne en su persona una serie de peculiaridades que lo hacen admirarla primero, quererla después, y mantenerle una fidelidad a prueba de años, a lo largo del tiempo y la distancia: fuerza de espíritu ("Ántonia tenía opiniones sobre todo, y muy pronto pudo darlas a conocer" (pág.45) en el momento en que empieza su escolarización formal), su extraña belleza, sus ganas de vivr, su carácter positivo, tan necesario para enfrentar tantos contratiempos como se les presentarán a estos colonos sin que su ánimo decaiga, la pureza de sus sentimientos, su talante emprendedor, su talante independiente la alejan de lo que debía de ser el tipo de mujer de su época.
 

Salvando las distancias, nada que no sea demasiado distinto de lo que experimentan quienes llegan hoy, después de un viaje de penurias infinitas, a nuestras costas. No todos logran adaptarse a los modos del nuevo país, como le sucede al padre de Ántonia. Y siempre se establecen diferencias entre los recién llegados y quienes se consideran ya del país, aunque ellos también emigraran primero y mucho antes. "La gente a la que no le gusta este país debería quedarse en el suyo -dije yo con severidad- Nosotros no les hemos pedido que vengan" (pág. 106). Los de origen británico o irlandés, se creen con un pedigrí del que carecen noruegos, daneses, suecos, boehemios... Y eso los lleva una cierta marginación: "No son iguales que nosotros, Jummy, Esos extranjeros no son iguales que nosotros. No se puede confiar en que jueguen limpio" (pág. 148). Ántonia, pese a todo será capaz de forjarse su propio destino, como tantos pioneros en ese inmenso país. Lo he titulado en plural porque hay otros personajes del mismo calibre, Lena Lingard y sus amigas, todas batalladoras, combativas contra tanto prejuicio puritano, una vez que se produce el traslado desde las granjas a la ciudad: "Casas pequeñas y silenciosas [...] La vida que se desarrollaba en su interior me parecía hecha de evasiones y negativas; este modo de vida cauteloso era como una tiranía. La forma de hablar de la gente, su voz, hasta sus miradas, se volvían furtivos, se reprimían. La cautela domeñaba todo gusto individual, todo apetito natural " (pág. 241). 


He citado más arriba la fecha de composición, 1918. Carther escribe su libro con 45 años, en plena Guerra Mundial, en medio del horror causado por unas muertes de características industriales, sobre un mundo que ya ha desaparecido, el de su adolescencia y juventud, por personajes interpuestos. La estructura es sencillamente lineal y sobrevuela todo él una cierta atmósfera elegíaca sobre todo lo que vivieron y se ha perdido, aunque no en el corazón de los dos personajes principales. "¿No es maravilloso, Jim, que dos personas puedan significar tanto la una para la otra?" (pág.339). No se trata de un libro rompedor, ni en su estructura, tal como se ha señalado, ni en el dibujo de personajes, presentados con rotundidad, claramente, y sin que hagan falta demasiados trazos, están vivos, resultan creíbles en sus diálogos y actitudes y eso es lo importante. Tampoco el estilo resulta sorprendente. Todo fluye en la escritura de Carter con sencillez, sin muestras de virtuosismo, pero con precisión y con momentos de honda y serena belleza: "El sol en el Oeste se posó como un enorme globo sobre el horizonte. Salió la luna por el Este, grande como una rueda de carro, con su pálido fulgor argentino, veteada de rosa, sutil como una burbuja [...] Las dos lumbreras estuvieron frente a frente con la llanura de por medio, suspendida sobre extremos opuestos del mundo" (pág. 339). Entiendo que para los estadounidenses pueda suponer una obra capital para entenderse como sociedad desde sus inicios. Sirve pues el librito también para conformar en nuestras mentes "orientales" una iconografía en parte distinta y complementaria de la que J. Ford y los que vinieron después plasmaron en imágenes también indelebles, como las que este libro dejará en quien se adentre entre sus páginas.

José Manuel Mora.

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