La ladrona de libros, de B. Percival

 El valor de las palabras

Incomprensiblemente, y con este título, he tardado más de un mes en acercarme a una sala a ver esta peli que, por motivos evidentes tras el nombre de este blog, debería haber visto en cuanto se estrenó. También me resulta incomprensible que se haya mantenido en cartelera tanto tiempo y eso que no estamos hablando de Ocho apellidos vascos. Se proyecta en una sola sala y a un horario un poco inconveniente. Es posible que se haya debido a que las críticas no han sido en exceso encomiables. Sin embargo hoy he decidido cumplir con mi "obligación". Éramos tres en el cine.


Parece que Brian Percival, el director de La ladrona de libros, lleva tiempo filmando pero no para la gran pantalla, sino para televisión. De hecho lo único que le conozco es unos cuantos capítulos de la magníficamente puesta en escena Downton Abbey, con un elenco de lujo, muy bien dirigido por cierto. Se trata de una adaptación del libro de Markus Zusak, lo que se pone de manifiesto desde el principio con la voz en off, que me ha estado molestando a lo largo de toda la película. El tal Zusak parece que, además de australiano, es novelista de éxito entre la gente joven. Lo que no acierto a comprender es de dónde le viene su interés por la barbarie de los nazis, no sé si su familia emigrada la padeció y se la transmitió. El tema resulta manido. Sobre ese horror hemos visto mucho y bueno, así que cada vez resulta más difícil presentar un aspecto novedoso del asunto y más todavía que pueda llegar a conmover, como sucedía con La lista de Shindler.


En plena Alemania hitleriana, 1938, un matrimonio se hace cargo de una niña cuya madre huye por comunista. Los tres conforman el triángulo sobre el que se sostiene el filme, historia que podía haber pecado de melodramática, pero que muestra una deliberada contención narrativa por parte del director. La cotidianediad de esa familia envuelta por el torbellino de la barbarie. Lo que la hace creíble y nos la acerca es la interpretación no sólo de los dos adultos, el impecable G. Rush, as usual (se puede recordar su papel en El discurso del Rey, o en La mejor oferta, ambas comentadas aquí) y la formidable E. Watson (inolvidable en Rompiendo la olas, o en The boxer, por citar sólo dos que me impactaron), que podía haber caído en el tópico, pero que logra un par de momentos de enorme emotividad, sino de la niña Sophie Nélisse, a quien ya había visto en Profesor Lazhar. Lo que entonces pudo parecer un acierto de la ingenuidad infantil, aquí ya se muestra de una madurez expresiva impropia de su edad, sobre todo cuando interactúa con el primerizo N. Liersch, entre quienes se da una frescura y una espontaneidad encantadoras. Hay un cuarto personaje, el judío refugiado en el sótano de la casa de la cría, que le mostrará algo que ella ya intuía: el valor de las palabras, que sirve de subtítulo a la cinta.
 

Los gobiernos totalitarios siempre han sido poco amigos de los libros, por eso la Iglesia poseía su Index librorum prohibitorum, y Hitler ordenaba a sus secuaces quemarlos, como muestra una escena del filme. Sin embargo la niña descubre que esos objetos inanimados atesoran una magia especial que incluso la ayuda a dormir: da igual que se trate del manual del buen enterrador, o de El hombre invisible de G. H. Wells que le lee su padre antes de apagar la luz. Las palabras que encierran pueden entretener, consiguen atenuar el miedo bajo las bombas, logran crear realidad para quien está alejado de ella, "las palabras son vida", y tal vez lo más importante de todo: cuando se escriben ayudan a mantenr vivos, presentes, a quienes ya no están. Por eso la chiquilla inicia un diario y tal vez también yo dejo cosntancia aquí de lo que veo y leo, para no olvidar. Ante tanta peli insulsa que se amontona en las multisalas, ésta es una historia dignamente contada, sin grandes alharacas. Además me parece una buena manera de empezar a celebrar el Día de Libro.

José Manuel Mora.



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