Un hombre al margen, de Alexandre Postel

 Pesadilla electónico-judicial

Esta vez sí que se trata de una novedad. Seguramente, sin la recomendación de mi librero de confianza, me habría pasado desapercibida. Ya no estamos en los tiempos en que la cultura francófona marcaba pautas. Recuerdo en mis tiempos de estudiante salamantino a algunas de mis compas más "puestas", con La modification, de M. Buttor, bajo el brazo, como quien lleva una escarapela que te señala como alguien que está en el secreto. Eran los tiempos del Nouveau roman, tiempos en que la moda literaria y la intelectual seguían proviniendo de la rive gauche. En aquellos momentos los que querían estar à la page habían oído hablar de los premios Goncourt y muchos consideraban que su prestigio era mayor que el del Nobel ya que no estaban tan politizados y además el galardón conllevaba sólo (¡!) la publicación (y un gran éxito de ventas, todo hay que decirlo). Proust se encuentra entre quienes lo obtuvieron (él lo ganó en 1919 por el segundo volumen de À la recherche du temps perdu). Viene toda esta larga introducción (siento el tufillo afrancesado, pero por una vez que se fastidien los de inglés) a propósito de mi última lectura. POSTEL, Alexandre. Un hombre al margen. Madrid: Nórdica libros, 2014, que ha recibido el Goncourt del año pasado a la mejor primera novela, que se concede desde 1990, y no como el general, que data de 1906. 


Como suelo hacer cuando el autor no es demasiado conocido, quiero dejar algunos datos. Se trata de un chiquilicuatre, nacido en 1982, de formación prestigiosa, nada menos que L'École Normale Supérieure de Lyon y que ejerce ahora de profesor en una de las elitistas, aunque públicas, clases preparatorias de París, para el acceso a escuelas superiores de categoría. No hay pues una historia previa de publicaciones a la que referirse o que puedan servir de referencia para ubicar al escritor. Es el peligro que tienen los novicios, que hay que juzgarlos por una primera obra y no sabemos si el juicio se verá corroborado por publicaciones sucesivas o su obra será una nube de verano que se desvanecerá y quedará en el olvido. A mí me ha atrapado desde el inicio, y explico por qué.



Desde la frase inicial, "Pocas horas antes de que se le vinieran encima a su vida el espanto y la vergüenza" (pág.5), que parece dictada por augures malignos, se nos pone sobre aviso respecto a lo que va a acontecer. Y el pobre protagonista hace que me sienta de inmediato identificado: "Como su incompetencia lo abocaba, por lo demás, a recurrir más que los otros a los servicios informáticos [...] North (que así se llama) había adquirido la certidumbre de que esos ángeles equívocos lo señalaban con el dedo y cuya última metedura de pata (informática, claro) se cuenta entre risas" (pág. 15). Menos mal que mi ángel es tutelar y me saca de estas selvas intrincadas del uno y el cero cada vez que pido su ayuda. Quienes somo migrantes, y no nativos digitales, podemos suscribir  la cita siguiente: "A mí [...] todas estas historias de P2P, de ficheros fantasmas, todo eso para mí es como una lengua extranjera" (pág.16), y aún más, "De tanto no enterarse de nada, North había acabado por atribuir a la informática complejidades de teología bizantina" (pág. 168). Sin embargo, toda esta historia de virus informáticos y archivos de imágenes comprometidas de carácter "porno-pedófilo" en el ordenador de un sesudo profesor universitario de Filosofía, viudo y con pocas habilidades sociales, no es más que el señuelo para adentrarse en un tema mucho más comprometido: el de las sentencias judciales que pueden arruinar toda una vida. Y este asunto tiene un aroma kafkiano por cuanto el personaje no sabe cómo se ha metido en semejante embrollo y se siente absolutamente ajeno a lo que compañeros de facultad, vecinos, policía, psiquiatras, fiscales, y jueces puedan pensar sobre su presunta culpabilidad. En ese sentido me parece acertadísima la imagen de la cubierta, obra de Paco Roca. "Acababa de notar por primera vez lo honda que era la herida que se le había abierto, una herida que ninguna palabra podría cerrar nunca " (pág. 51). Porque el autor no sólo trata los errores judiciales, sino que por debajo de ellos se pone en solfa a esta sociedad nuestra que se deja llevar por las apariencias, por los chismes, y si son a través de la red, con su vertiginosa velocidad de propagación, mejor "Se le inundaba la memoria con los cometarios de los internautas" (pág.72). ¿Cómo combate uno esos comentarios en las redes, cuando una cuestión está sub judice? ¿Cómo se arregla el asunto si luego todo queda en nada? "De un juicio así no se sale purificado. O se sale enfangado o no se sale" (pág. 83). Y el autor se preocupa de ir mostrando cómo la percepción que tienen del personaje sus compañeros de facultad, sus vecinos, su familia, va cambiando conforme el proceso se va produciendo. Y fruto de este cambio, como no podía ser de otro modo, acaba modificándose la visión de sí mismo que tiene el personaje.

 
La novela se vuelve axfisiante cuando el acusado entra en la cárcel. La misma angustia del encierro, de la convivencia obligada, de la ausencia de horizonte, el autor es capaz de trasladarlas al lector. Todo con un estilo que, como dicen los paratextos de la solapa, es "glacial, impregnado de un humor distante, que evita toda compasión y sentimentalismo". Y es esa frialdad buscada por el autor lo que me produce en la recepción de la obra una sensación de falta de empatía hacia este pobre hombre, que sin embargo podría ser cualquiera de nosotros. Y a pesar de ello, en contados momentos, el escritor se muestra potente en las descripciones: "Había mirado los árboles descarnados, la blancura intacta del suelo, las nubes bajas y grises, preñadas de nieve como una almohada rellena de plumón" (pág. 20), con esa comparación que tengo la sensación de que sólo se le podría ocurrir a un francés, y no a un mediterráneo. En otras ocasiones la imagen supone un hallazgo expresivo potente: "Caía tan temprano en aquella estación la noche, y tan deprisa que [...] siempre sentía la impresión de , ante aquellos crepúsculos guillotinados, de estar presenciando un golpe de mano de violencia rudimentaria" (pág. 50). Y para no cansar, esta última cita tan sinestésica: "Tiene cutis de pelirroja y ojos azules, de un matiz más turbio, más tierno, más marítimo que el azul invernal de los ojos de M; un azul junio" (pág. 88; la cursiva es mía). Así pues, no sé si será por esa distancia con la que trata el autor el tema, o porque realmente el protagonista es un pobre mindundi, me da la impresión de que no se alcanza el nivel trágico que la situación casi requería. A lo mejor es lo que se pretendía el creador, pero eso también puede a yudar a dejarlo a uno fuera de la historia. De todos modos, como primera novela, me parece recomendable. 
 
José Manuel Mora. 




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