Stoner, de John Williams

 ¿Novela de campus?


¿Cómo he podido estar tan ciego? ¿Cómo no he sabido nada de lo que dicen que es un auténtico fenómeno viral? Desde 2010 se viene reeditando en España y yo sin enterarme, a pesar de las referencias periodísticas que se han sucedido. ¿Cómo me pasaron desapercibidas? Otra de mis lagunas (de Ruidera, las lagunas son las de Ruidera desde mi más tierna infancia). Parece que incluso se ha constituido un club de "fanes". Así que decidí poner remedio a tanto desconocimiento. WILLIAMS, JOHN. STONER. Tenerife: Baile del sol, 2010 (2013 en la reimpresión que he manejado, de cuidada factura, cuidada traducción de A. Díez, y con un capricho de editor, como el hecho de que la página de créditos esté al final y no en la contraportada, como es habitual). Mi librero de cabecera, Fernando, de 80 Mundos, la conocía, por supuesto, e incluso la había leído (¿de dónde sacará tiempo?). Y me la recomendó. Y me puse a la faena.


Parece que en la literatura anglosajona existe un tipo de novelas que han generado un auténtico subgénero: la novela de campus. No tengo yo leído nada a este respecto en nuestros lares. Dado que el autor, del que tampoco había oído hablar (¡mon dieu!), nacido en Texas en 1922, al volver de la IIª Guerra Mundial se matriculó en la Universidad y consiguió titularse y comenzó a dar clase hasta lograr ser doctor, parece que conocía bastante bien el "milieu", que decimos los franceses. Al tiempo que lleva adelante sus tareas docentes, se inicia en la literatura con su primera novelas, Nothing but the night (1948), y también con algún poemario. La novela que empiezo a reseñar la publicó en 1965, o sea que ha tardado algo en llegar a este lado del Atlántico. España fue el primer país europeo en que se editó y sin embargo, como ha sucedido tantas veces en la historia literaria nuestra, han tenido que ser los franceses quienes nos lo descubran, dado el éxito editorial obtenido en el país vecino. Ya en 1973 publica Augustus, premiada con el prestigioso National Book Award ese mismo año. Y no parece que todo ello lo llevara a ser un superventas. De hecho se murió en 1994 sin llegar a consagrarse como un escritor extraordinario. El tiempo ha hecho su trabajo callado sin embargo, y el año pasado se vendieron casi 150.000 ejemplares del librito (apenas 250 páginas), lo que no es excesivo para aquel enorme país, aunque sí lo es las 200.000 unidades vendidas en Holanda en los últimos años.



Llama la atención que en tan pocas páginas el autor haya sido capaz de condensar sesenta y cinco años de vida, de un hombre de procedencia campesina y humilde, que cambia su inical orientación hacia una ingeniería agrícola por los estudios humanísticos, debido a la pregunta que le formula un anodino profesor en su clase de literatura: "El señor Shakespeare le habla a través de 300 años, señor Stoner, ¿le escucha?" (pág. 17), algo semejante a lo que me sucedió a mí cuando abandoné los estudios de Arquitectura para seguir la senda que me había señalado Dª María Pascual, catedrática de Literatura del único instituto existente en toda la provincia entonces, el Jorge Juan. Desde ese momento aplica todo su esfuerzo, su interés, su amor, en el intento de oír la voz de bardo. Y sin embargo, algo bastante común entre quienes se dedican a la literatura, el protagonista pronto se hace consciente de la insuficiencia del lenguaje para transmitir lo que queremos en toda su complejidad: "Había pasado por una especie de conversión, de epifanía de conocimiento a través de las palabras que no podía ser explicada con palabras" (pág. 90). Y a pesar de ello se dedica no sólo a enseñar, sino investigar, a producir, porque sabe que de ello depende su propia elaboración como persona: "Era a sí mismo a quien estaba tratando de definir mientras trabajaba en su estudio [...] Era él mismo el que iba poco a poco tomando forma [...] Era a sí mismo a quien estaba haciendo posible" (pág. 92). Y he encontrado unas páginas más adelante una frase que me ha hecho reconocerme como el profesor que fui: "Sentía que por fin empezaba a ser profesor, lo cual era simplemente ser un hombre a quien el libro le dice la verdad, a quien se le concede una dignidad artística que poco tiene que ver con su estupidez, debilidad o insuficiencia como persona" (pág. 103).


Con tan sencillos y humildes planteamientos, la vida que se nos narra es la de un hombre gris, cobardón, incapaz de alistarse o de enfrentarse con quienes le quieren hacer la vida imposible (el cabronazo del profesor Lomax) por negarse a a favorecer a un alumno protegido (esas rencillas convertidas en auténticas batallas entre compañeros de facultad por un ego herido o un privilegio arrebatado; pude observar todo eso en mis dos años en la Universidad de Burdeos, desde mi perspectiva de simple lector de español). Y a la vez un hombre con una gran dignidad, íntegro hasta el sacrificio de su posible ascenso, tierno con su hija y enormemente desdichado en su matrimonio, y a quien ya maduro el amor le ofrece una posibilidad de ser feliz, que acabará rechazando por mantenerse cerca de aquello que le confiere esa dignidad, la enseñanza, el estudio, la orientación de los alumnos... Aunque eso le lleve a preguntarse "si su vida merecía la pena, si alguna vez la había merecido" (pág. 158). Más allá de ese rechazo hay una reflexión sobre la vivencia amorosa que creo merece ser anotada: "Ahora, a su mediana edad, lo veía [al amor] como un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada, minuto a minuto, día a día por la voluntad y la inteligencia del corazón " (pág. 172; el subrayado es mío), puesto que "la persona que uno ama al principio no es la que uno ama al final, y que el amor no es un fin, sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra" (pág. 170). Y quien al principio se nos ha aparecido como alguien anodino y triste ("Por dentro, bajo su memoria, yacía la experiencia de la dureza, el hambre, la resistencia y el dolor [...] la tristeza por los apuros ajenos le acompañó en todos los momentos de su vida", pág. 192, penoso resumen vital) acaba alcanzando cotas de excelencia por su entrega, por su integridad, por la serenidad con la que afronta las dificultades que la vida le va poniendo en su camino, y no son pocas. Nada parece salirse de la monotonía del paso de los semestres y las estaciones. Todo narrado en una tercera persona omnisciente, que va revelando desde los ojos del profesor lo más profundo de sí mismo y de quienes lo rodean. No hay exhuberancia formal ni profusión retórica, sino una plácida sencillez que hace que el libro más que leerse, se beba. Hay una frase que refleja la vida de este hombre común con el que tanto me he identificado: "Sintió renovada pasión por el estudio y el aprendizaje [...] y retornó a la única vida que no le había traicionado" (pág. 193), hasta su último aliento. Creo que me voy a hacer del club de fanes del tal Williams, de quien muy posiblemente el personaje sea un trasunto.

José Manuel Mora.








Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muchas gracias por la recomendación; la he leído y me ha encantado. Ahora voy a por Butcher's Crossing, a ver qué tal.
Es curioso, al releer hoy tu crítica/recensión, me he dado cuenta de que la única frase que he subrayado del libro es precisamente una que tú mencionas: «"Sentía que por fin empezaba a ser profesor, lo cual era simplemente ser un hombre a quien el libro le dice la verdad, a quien se le concede una dignidad artística que poco tiene que ver con su estupidez, debilidad o insuficiencia como persona" (pág. 103)».
Seguiré haciendo caso de tus recomendaciones.

Óscar
Rosa Llorens ha dicho que…
Nosotras leímos Stoner en nuestro Club de Lectura de la Sede porque Ángel Luís Prieto de Paula nos la recomendó. Fue nuestra primera lectura. Un lujo empezar así. Nadue había oído hablar de este autor ¿Cómo puede ser ésto posible? Es un libro para leer y releer. Y srguí con otra obra de John Williams: Butcher's Crossing. Que me guste a mí una novela del Oeste Americano y que me quedara prendada de ella habla muy bien de este autor que debiera de ser más conocido. Lástima que haya poco publicado de él.
Rosa Llorens