The invisible woman (La mujer invisible), de R. Fiennes

Dickens, el hombre


Asistir a una sala de cine se está convirtiendo cada vez más en una experiencia casi de logia masónica. Una docena de personas sentadas en la oscuridad, con la vista fija frente a un lienzo iluminado por una serie de formas coloreadoas en movimiento, en un silencio casi religioso. Compartir una emoción en grupo, en estos tiempos del solipsismo "guasapeante", es algo que no sé si acabará por desaparecer. Y no es lo mismo ver la peli ante el televisor, por muy grande que éste sea en el salón de casa, con todas las interrupciones hogareñas posibles, y mucho menos en el ordenata. Se pierde gran parte del gran espectáculo que el cine ha sido. Luego comentaré por qué me ha venido todo esto a la cabeza. En una de las "parajodas" habituales de nuestros distribuidores, la peli se estrena titulada en su inglés original, pero perfectamente doblada al castellano. ¡Qué diferencia con las voces originales! Para eso dejo el tráiler en V.O.
 


The invisible woman, dirigida el año pasado por el excelente actor Ralph Fiennes a partir de una novela escrita por Claire Tomalin, ha sido producida por la BBC. Una buena manera de conmemorar el pasado centenario del escritor. Lástima que nuestra televisión pública no tome ejemplo de la británica en su profesionalidad, en su neutralidad, en su interés por proyectos que de entrada no serían comerciales. Con motivo de redactar la entrada correspondiente a Historia de dos ciudades me dediqué a investigar detalles sobre la vida del escritor, por lo que muchos de los que en el filme aparecen ya los conocía, y se corresponden con la realidad de manera bastante fiel. Dickens tenía una interminable familia numerosa que mantener, lo que le llevaba a escribir a destajo; los modos literarios de la época, empezando por la publicación por entregas de sus novelas, permitían que los lectores se acercaran al escritor para sugerirle modos de continuar. Se trataba de una personalidad pública, al modo en que ahora lo son los cantantes o los actores de cine. Como a ellos ahora, aunque no existían las revistas ilustradas, se les seguía en su vida privada, atentos al menor resbalón, en la estrechísima moralidad de la sociedad victoriana de la época. Más si el escritor se embarca en una aventura con una muchacha que podía ser su hija y que fue la pasión oculta y perdurable de su vida.


Otro de los modos de vivir la literatura en el momento era a través de las lecturas dramatizadas para un público que acudía masivamente. Ello le dio ocasión al escritor británico, que tenía una poderosa vis dramática, de viajar a EE.UU. para realizar auténticos tours, al modo de los rockeros actuales, lo que le servía para hacer caja y también para defender allá sus derechos de autor. Es posible que hoy esto nos resulte algo sorprendente, pero no había muchos otros modos colectivos de distraerse, salvo las carreras y el teatro. Yo todavía he participado en lecturas públicas cuando trabajaba en el instituto pero, salvo algún librero raro que siga proponiendo actividades culturales para mantener vivo el negocio, es algo tan llamado a desaparecer como  las sesiones de cine de las que hablaba en un principio. 


En aquella Inglaterra victoriana, atraverse con el tabú de una separación de la propia esposa, después de los diez hijos que le  había dado, sería objeto de la comidilla más furibunda, así que el escritor, un correctísimo y sobrio Fiennes, debe mantener a su joven amante, bellísima y emotiva Felicity Jones, escondida, e incluso negarla, como sucede en el accidente ferroviario. Párrafo aparte merecería seguramente la actuación de la K. Scott-Thomas, en el papel de la madre. Es difícil dirigir e interpretar a la vez, por el desdoble de papeles que requiere, pero el director cuenta la historia con un pálpito de autenticidad y con una espléndida ambientación de espacios, iluminación, vestuario, y una música de cello de Ilan Eshkeri, de lo más cautivadora. El hombre Dikens se nos muestra aquí con toda la complejidad de un ser humano, generoso, divertido, genial en sus interpretaciones y en su escritura, pero a la vez timorato del qué dirán, calculador; amante sensible y a la vez incapaz de salir del redil. La muchacha lo tiene todavía peor, al ser para la mujer la opción de vivir en libertad más difícil. El escritor, a pesar de su gloria, se nos presenta como absolutamente humano. Aunque la narración es morosa, sus dos horas no se me han hecho pesadas en absoluto. Es del todo recomendable para conocer al escritor y al hombre en su época.


José Manuel Mora


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