La isla mínima, de Alberto Rodríguez

Thriller de altura a ras de agua.

Poco a poco me voy reincorporando a la dura realidad. Y la cartelera estaba ahí esperando. De refilón, el día de mi llegada, vi los premios del Festival de Sanse y citaban esta cinta como ganadora de uno de los trofeos, el de mejor actor a Javier Gutiérrez. No tenía más referencia, pero el pasquín anunciador hizo el resto y elegí entrar a verla, a pesar de que, como saben quienes estas entradillas siguen, no es un género del que sea muy devoto. Cuatro gatos, como siempre en la primera sesión. A la segunda esperaba todo el "frente de juventudes" en la puerta para entrar. Me entero después de que está batiendo marcas en la venta de localidades en nuestro país. Y he de confesar, también de entrada, que no he visto ninguna de las películas anteriores del que firma la presente. Alberto Rodríguez es un absoluto desconocido para mí.


Se ambienta en los primeros 80, cuando las huellas del régimen del "innombrable" seguían presentes en la sociedad de la época (estupenda la ambientación, el vestuario, el atrezo, sin subrayados innecesarios, sin que parezca de guardarropía). Durante los títulos de crédito y a lo largo del filme se suceden de vez en cuando unos planos, tomados seguramente en globo aerostático, de los lugares donde se va a desarrollar la acción, las marismas del Guadalquivir, que quitan el hipo. Tiene uno la sensación de estar ante cuadros de pintores expresionistas estadounidenses de los años 50, o ante uno de los buenísimos documentales de la National Geographic.


 Toda la fotografía, de Alex Catalán, también premiada, es  bellísima y sirve a la perfección para crear el climax dramático de las distintas secuencias. La opción del director, quien también firma el guión, de filmar la mayor parte del tiempo en planos panorámicos a ras de agua y cañizos, ayuda a conseguir la sensación de desorientación de personajes y espectadores. La marisma se muestra capaz de atrapar cadáveres de muchachitas o de policías a poco que se descuiden. El ambiente resulta en muchos momentos claustrofóbico, agobiante, a pesar de estar rodada la mayor parte a campo abierto. A veces los caminos no tienen salida, como muchas de las vidas de los que viven ahí atrapados. 


La labor de los dos policías encargados de investigar las desapariciones resulta difícil por su carácter de extraños, por ser miembros de la pasma y porque todos en el lugar parecen tener algo que callar: los padres (Antonio de la Torre, como es habitual, está espectacular), la mujer que alquila el cortijo, los pescadores de la marisma, las compañeras de instituto, el guaperas... Tampoco entre los dos polis hay fluidez de comunicación que se diga. Vienen de mundos ideológicamente opuestos. Sin embargo el director no esquematiza ni carga tintas. El "malo" puede a la vez ser un colega leal, que salva la vida del otro si hace falta. Javier Gutiérrez, a quien no sigo en las series televisivas que le han dado notoriedad, pero a quien sí he visto en teatro, compone un personaje complejo, angustiado a la par que gozador, ambiguo y por ello estupendo.


Quien ha acabado de sorpenderme ha sido Raúl Arévalo, que corría el peligro de ser encorsetado en comedias fáciles, para las que tiene, todo sea dicho, una vis cómica extraordinaria. Aquí sin embargo compone un personaje nada fácil por la falta de expresar verbalmente todo lo que calla, pero que su rostro muestra con expresividad y sin exagerar, a pesar de lo que diga Boyero. Las miradas entre los dos protagonistas están cargadas de sobrentendidos que pueden ser malinterpretados por ambos en cualquier momento. La tensión que se va creando a lo largo de la compleja investigación con los implicados y entre ellos mismos es electrizante. Supongo que la dirección de actores tiene bastante que ver en todo ello.


Un último apunte a propósito del director. Deja el final lo suficientemente abierto para que el espectador ate cabos por sí mismo, sin necesidad de explicitar por completo los resultados de la investigación. En una tierra de silencios basta un plano largo de una detención. El resto corre de nuestra cuenta. La historia logra dos cometidos simultáneos: tenerte atado a la butaca sin cantearte a lo largo de la proyección y el entretenimiento que lleva aprejada toda investigación que se presume compleja. Buen arranque de temporada. 

José Manuel Mora.


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