Los Borgia, de Mario Puzo

Dos por una

Aclaro: dos libros en una sola entrada. Cuando empecé a preparar mi viaje a la Puglia de este septiembre pasado decidí, tal como vengo haciendo desde que me lo regalaron, cargar el lector electrónico con un par de títulos de autores italianos. Mi "biblioteca" de epubs no es tan surtida como las que albergan los de papel, así que seleccioné sin demasiado convencimiento. El primero, que paso ahora a comentar, lo terminé. El segundo, no, y no creo que lo haga, aunque deje cosnstancia aquí. PUZO, MARIO. Los Borgia. Saltándome lo que marcan las prescripciones bibliográficas, que suelo cumplir con cuidado, esta vez no sé ni la editorial ni el año. Así que comenzaré diciendo que el libro se editó en 2005, una vez muerto su autor. Puzo dedicó diez años a investigar sobre la época y los personajes protagonistas de su libro. Sin embargo fue su compañera (me niego al adjetivo "sentimental", tan de moda en el cuché) quien lo terminó a instancias de él, tal y como se explica en la introducción. Elijo, pues, una cubierta al azar, de las muchas que la red ofrece.


No frecuento la novela histórica, aunque reconozco que alguna que otra he leído a lo largo de mi vida. Tiene que ver ello con la sensación de que lo que leo no es propiamente literatura, sino "ilustración" de la Historia. ¿Cuánto hay en lo que estos libros incluyen de verídico y contrastado y de aportación/valoración por parte del escritor? Es la pregunta que sobrevuela estos títulos.He de reconocer que si lo estudié, lo había olvidado y que de esta familia de Xàtiva/Gandia no tenía más conocimiento que el estereotipado respecto a sus componentes. No me interesaron ni las pelis, ni las series televisivas al respecto.Y mira que el patriarca de la saga, Rodrigo, que consiguió la silla papal en 1492, con el nombre de Alejandro VI, había sido un personaje clave en las disputas por el territorio de la península italiana. Pretendió unificar los distintos reinos de taifas bajo la tiara, para dejarlo todo en herencia a su hijo César. Las técnicas de ambos para lograr sus propósitos dicen que inspiraron a Maquiavelo a la hora de escribir su El Príncipe. Tuvieron que habérselas con los reyes de Francia y Nápoles. Guerras, asesinatos, envenenamientos, no extraña que a Puzo le resultara atrayente esta famiglia, que en cuanto a métodos no se diferenciaba tanto de la que encarnaban los miembros de la de El Padrino, en la novela que lo hizo célebre a  través de las pelis de Coppola. El propio autor la nombró como "la gran familia del crimen".


Y sin embargo el fresco que presenta no parece cargar las tintas en exceso. Además de todo el horror que proyecta en nuestra sensibilidad el que cualquier acto estuviera justificado si servía para aumentar el poder, incesto incluido, lo que acaba por transmitir el escritor es el inmenso amor que Rodrigo sentía por sus hijos, a quienes conocía en sus virtudes y carencias. No lo dulcifica, sino que lo humaniza. Lo mismo sucede con la relación entre los hermanos, o con la vivencia atormentada de Lucrecia, más un juguete en manos de su padre, que la política sin entrañas que nos ha llegado como imagen. El estudio y presentación de la vida en la época resulta de lo más acorde con las ideas que uno puede albergar respecto a este momento del Renacimiento italiano. El libro no decae en ningún momento y se lee con interés, aunque se puedan conocer los fatídicos desenlaces. 


En cuanto al segundo título, ECO, UMBERTO. Baudolino (mismo problema bibliográfico que con el anterior), publicada aquí en 2001, y de mayor consistencia de páginas, como suele suceder con el viejo profesor de Semiótica boloñés, he tenido la sensación de que jugaba con cartas marcadas. Después del éxito obtenido con El nombre de la rosa, que yo me bebí en seis días (como un juego, a capítulo diario, cien páginas cada uno), parece que Eco haya querido aprovechar todos sus conocimientos y todo lo que no le cabía en la anterior creando esta nueva fabulación medieval, en torno al personaje del título que inventa histroias que luego la realidad y su protector y casi padre adoptivo, Federico Barbarroja (s. XII), a quien conoce en Gallipoli, se encargan de convertir en ciertas y, se non è vero, è ben trovato, parece decirse D. Umberto. Porque Baudolino, como la fuente de la que Cervantes toma la historia de su caballero, Cide Amete Benegeli, no es fiable. Y sin embargo sabe narrar: "Pues bien, gran talento de narrador, este Baudolino, que hasta este momento había mantenido la revelación en suspenso" (pág. 134). Habla griego, provenzal, además de latín y toscano, junto con el habla piamontesa de donde proviene.


Y hay en el libro un montón de elementos que me lo hacían atractivo: ese mundo altomedieval de conventos y bibliotecas ("esos studia que poco a poco están surgiendo en París y Bologna son lugares donde se cultiva y se trasmite el saber, que es una forma de poder", p. 47), que yo explicaba en el Módulo; el nombre de tantos lugares y territorios que tenían que ver con el país que estaba visitando (sin ir más lejor el constructor de Castel del Monte, era otro suabo, hijo de Barbarroja); el personaje central, cercano a nuestros pícaros.... Y sin embargo, me ha parecido demasiado farragoso en su fabular. Como si quisiera estirar la anécdota para aumentar el volumen. La peripecia del personaje no me ha conquistado. Algunos planteamientos son muy interesantes, como aquello de que "La historia se convierte en el libro de los vivos, como una trompeta brillante que hace resurgir de su sepulcro a los que son polvo desde hace siglos" (pág. 14), ya que el protagonista narra su vida, como los pícaros, ya digo, aunque éste, bien ilustrado, desde su vejez, a una alta dignidad de Constantinopla, que "en 1204 había sido capital de los últimos romanos" (pág. 17), se trata de Yerebatán, la cisterna basílica de Estambul.


 La traducción me ha dejado algunas "perlas" que no entiendo cómo han pasado los filtros: "Brillaba de luz propia" (pág. 45); "Se mofaba a los maestros" (pág. 58); "Adherir a la liga" (pág. 120); o el término "soberanidad" (?). Todo ellos sin menoscabo de la prosa brillante del profesor; un sólo ejemplo: "Casi debajo de la basílica, una selva de columnas que se perdían en la oscuridad como árboles de una floresta lacustre que surgían de las aguas" (pág. 21). Y como bien dice el Sr. Eco, él defiende la imaginación como arma inalienable de los seres humanos: "No hay nada mejor que imaginar otros mundos para olvidar lo doloroso que es el mundo en que vivimos [...], todavía no había entendido que, imaginando otros mundos, se acaba por cambiar también éste" (pág. 82).
Sé que sin acabar un libro no se debe emitir un juicio, y menos totalizador. Lo que aquí dejo se hace con todas las reservas del mundo. Yo no lo he terminado, tal vez a otros los enganche más y mejor que a mí.

José Manuel Mora.

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