Mendel el de los libros, de S. Zweig

 Pequeño gran libro

Al volver de vacaciones, dejé en mi muro de "feisbu", a modo de recordatorio, algo que quise compartir para no olvidar de una tal Carmen Montilla, que no cuenta entre el grupo de amigos. Se trataba de una cita sugestiva y del título de un autor del que ya tengo aquí cosas comentadas, ya que me resulta especialmente atractivo, tanto como escritor, como persona de gran altura moral. No sabía que se trataba casi de un opúsculo, apenas 57 páginas en un formato atractivo entre cuarto y octavo. Acantilado cuida siempre sus textos, con esas páginas de respeto en carmín intenso, aunque no sean obras de gran envergadura. ZWEIG, STEFAN. Mendel el de los libros. Barcelona: Acantilado, 2009; en su quinta reimpresión de 2011.


"...pues leía como otros rezan, como juegan los jugadores, tal y como los borrachos, aturdidos, se quedan con la mirada perdida en el vacío. Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido siempre un profano". Esto decía la cita que hizo que me interesara por el librillo. Tal vez porque la actitud del tal Mendel, de concentración profunda, no es siempre la mía. Mi atención ha pecado desde adolescente de algo dispersa. Luego hubo más cosas. Como ese esfuerzo titánico inicial que el narrador realiza para recuperar una imagen ida, la del pobre judío que ocupa el rincón de un café en la Viena prebélica, y que tanto se parece a los que voy realizando cada vez con más frecuencia, cuando escapan de mi mente ideas, palabras, imágenes. "No lograba alcanzar aquel recuerdo desaparecido [...] Me bastaba luego el más fugaz asidero y en seguida lo olvidado, como el pez en el anzuelo, resurge de un brinco de la fluida y oscura superficie" (pág. 8). Mendel el de los libros es para Zweig símbolo del conocimiento. Un conocimiento enciclopédico, anterior a la wiki, pero que se circuncribe al mundo de lo impreso. "Dejando a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo" (pág. 20). A él recurrían sabios profesores universitarios, viejos coleccionistas a la busca de tesoros bibliófilos, estudiosos y curiosos sabedores de que los conocimientos librarios de aquel judío de la Galitzia eran inabarcables. Su saber lo llenaba de orgullo. "De todas las pasiones humanas tal vez sólo conocía una, por cierto, la más humana de todas, la vanidad" (pág. 23).


Pero con la marea antisemita que empapaba centroeuropa desde los tiempos medievales, en un prólogo de lo que vendría con los nazis, las autoridades se llevan al pobre judío amante de los libros por enviar postales a Francia o Inglaterra en tiempos bélicos. Una víctima más con la que desaparece aquel saber especializado que atesoraba Mendel el de los libros. El narrador se lamenta al final de haberlo llegado a olvidar cuando él "debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido" (pág. 57).
Y cierro con esta preciosa cita el breve comentario de otra joya, aunque en tono menor, de Zweig. Quiero añadir además una mención a mi amiga Rosa Martín Esteve, que se debate ahora entre existencia y apagamiento. Compartí con ella momentos preciosos. Quiero dejar aquí mi recuerdo emocionado y dolorido.

José Manuel Mora.

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