El amor es extraño, de Ira Sachs

"Normalización lingüística"

Después de unas semanas con sequía en las carteleras alicantinas, viene ahora un aluvión de cintas que me interesan y me va a tocar ir al cine varias veces, por lo que la etiqueta "la película de la semana" se quedará corta. Varias de ellas se estrenan al mismo tiempo que lo hacen en las grandes capitales de nuestro país, y eso sin ser superproducciones: ya se encargan las majors de dar salida simultánea a bombo y platillo a los productos que quieren vendernos y se los imponen a los distribuidores de aquí, y éstos a las salas de cine, por lo que nos encontramos con las mismas pelis en todas las grandes superficies dedicadas al celuloide (¿se podrá seguir diciendo esto ahora que todas las copias son digitales?). Y así nos llega El amor es extraño (2014). El título del comentario proviene del mundo educativo y tiene cierto aire irónico, como luego se verá.




Su director, Ira Sachs, firma también el guión junto con M. Zacharias. No recuerdo haber leído con anterioridad el nombre de este señor, y menos haber visto nada suyo previamente. Aunque no hay que hacer caso de mi memoria, porque "San Guguel" me informa de que filmó Keep the lights on, que me suena haber visto, aunque no figura en el listado de las aquí comentadas. Además parece abonado a presentar sus pelis en el festival alternativo (?) de Sundance, y cosechar premios. Parece además que no es la primera vez que se acerca al tema de la homosexualidad. Lo que llama poderosamente la atención desde el principio es la aproximación al asunto desde una perspectiva de normalidad absoluta ("normal con respecto a qué, normal con respecto a quién, y sobre todo, quién impone la norma"; seguro que mis alumnos recuerdan la cita tan repetida por mí en clase), sin necesidad de subrayar ni explicar nada. A ello me refería al inicio cuando hablaba de "normalización". Al director parece darle igual que en muchos estados de su propio país, por no hablar de otras culturas y latitudes, esa normalidad diste mucho de ser "normal".


Dos hombres deciden casarse después de cuarenta años juntos en una ceremonia breve, reducida, cálida de afecto de quienes los rodean..., como tantas otras. Y a partir de aquí las cosas empiezan a dejar de ser normales, o al menos dentro de la normalidad en la que habían vivido. Al más joven lo expulsan del colegio (religioso, off course) en el que había impartido clases durante una docena de años. En el centro se sabía de su opción sexual y era aceptada, pero la jerarquía no tolera el salto cualitativo que supone la pretensión del matrimonio. ¿Cómo se puede querer pertenecer a un club que no me admite como socio en toda mi integridad? La expulsión tendrá consecuencias económicas, y por consiguiente alterará la cotidianeidad a la que estaban acostumbrados. Y es difícil a una determinada edad pasar a vivir con otras personas con las que, a pesar de quererlas, no se tiene el hábito de convivir, en espacios además reducidos. Y los conflictos se multiplican. La manera en que el director los expone, sobre todo en la casa a la que va a para el mayor de los dos, es sucinta y muy convincente. La Tommei está espléndida en la secuencia de las interrupciones en su tarea de escritora.


La relación amorosa de los dos hombres está llevada con una sesibilidad exquisita. Como tanta gente que se quiere, se necesitan, se echan de menos, se muestran afecto, comparten mientras pueden preocupaciones, gustos, hábitos... La banda sonora es extraordinaria por su desnudez, a base de piano solo, dada la profesión de uno de ellos y arropa magníficamente las escenas y las localizaciones neoyorquinas te hacen volar de nuevo a la ciudad. Todo lo anterior seguramente no habría sido posible sin la credibilidad que aportan los dos intérpretes principales. John Lithgow lleva muchos años subido a los escenarios y tiene una amplia filmografía, de la que me viene a la memoria La fuerza del cariño (1983). Si fuera aficionado a las series de televisión, seguramente lo habría recordado por su participación en Dexter. Aquí tiene una actuación ajustadísima y de gran dignidad, muy en los setenta de su papel, edad que no tiene. Albert Molina ha actuado mucho y bien desde su debú en En busca del arca perdida, aunque donde estaba espectacular era en el papel de de Ábrete de orejas, por citar sólo dos. Aquí aporta aplomo, sobiedad, calidez humana. La compenetración de ambos cuando están juntos en pantalla es de gran complicidad. Y no quiero dejar de señalar una escena emocionante, la del sobrino adolescente con su skate en la mano sollozando en la escalera. Películas como ésta hacen más por ver normalizados (a vueltas de nuevo con la palabrita) los afectos, que cientos de discursos. He aquí un modelo para tanta gente que durante años no ha podido reconocerse en el cine, si no era como objeto de escarnio, mofa y befa. Además la peli es preciosa.

José Manuel Mora.















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