Por cuenta propia, de Rafael Chirbes

De la narrativa y los lectores

Las fiestas navideñas siguen viniendo cargadas de regalos. Quienes me conocen y me quieren saben que, como decía S. Francisco, "Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito muy poco". Así que normalemente me regalan libros, cosa que yo agradezco potr el propio objeto y porque en ocasiones me abren ventanas insospechadas que otros ojearon antes que yo. De nuevo mi heramano Vicente me trae desde Madrid, un libro que, sin ser de rabisoa actualidad sabe que voy a disfrutar. CHIRBES, RAFAEL. Por cuenta propia (Leer y escribir). Barcelona: Anagrama, 2010. Que no se trate de narrativa, que es lo habitual en el escritor valenciano, sino de un ensayo de carácter literario lo hace más atractivo si cabe. Y se pone con ello a sabiendas de que cada vez más en nuestro mundo "todo supera en llamativo estruendo a esa actividad gris y solitaria que es la lectura, condenada a captar a sus adeptos de uno en uno [...] se lee en soledad" (pág. 199). Y eso que estas páginas, además de recordatorio personal, gustarían de ser acicate a otros lectores y lecturas.


He de confesar que mi tarea educativa me fue alejando de lo que había sido uno de mis objetos de estudio durante la carrera de Románicas en Salamanca. Después de haber impartido Literatura en el nuevo Bahillerato LOGSE, para gente mayor y más o menos motivada, la Diversificación Curricular me hizo ponerme a preparar Geografía e Historia (la Lengua era una instrumental que naturalmente yo no podía olvidar). Y cuando ya me veía por fin instalado en la aurea mediocritas me tocó ponerme a preparar todo lo concerniente a las áreas de Biblioteconomía, que nunca antes había seguido. Así que la Historia de la Literatura, la estilística, se fueron quedando atrás, y arriba, en el estante de la Historia y crítica de la literatura española, que me acompaña desde que empecé a coleccionarla para preparar las opsiciones allá por el Pleistoceno Superior, en 1981.


No es que sea infrecuente, pero tampoco es demasiado común. Se lo he visto hacer a J. Goytisolo, a Cortázar o a Vargas, por no alargar la lista. Los creadores normalmente se centran en su tarea de contar historias y no suelen reflexionar en público sobre su oficio, aunque con toda seguridad lo hagan en su almario. A veces el escritor te permite pasar a su cocina, o mediante la reflexión sobre otros autores, mostrando sus filias y fobias, te sitúa en lo que son sus preocupaciones a la hora de escribir y, lo que es más interesante, te permite aproximarte a la obra de otros desde una óptica que no es la del mero lector y que por lo tanto abre puertas mentales y lectoras. Es el caso. Se trata de un recopilatorio de ensayos breves, de conferencias o de artículos periodísticos que abarcan desde 2002 a 2009. Cuando Chirbes se pone a reflexionar sobre una serie de autores o de obras, al seleccionar está empezando a dar pistas de cuáles han sido sus fuentes nutricias. Y eso que, curándose en salud, cita a un tal Reich-Ranicki que dice: "La mayoría de los escritores no entiende de Literatura más de lo que las aves entienden de ornitología" (pág. 11), con lo que pone en duda la validez de sus propios juicios. Y, partiendo de que "la narrativa no brinda seguridades" (pág. 12), sí tiene la profunda convicción de que "la novela delata a quien la escribe, se vuelve incluso contra él, lo denuncia [...] acostumbra a vengarse de quien no se arriesga a llegar hasta el límite" (pág. 15). Y en esto me ha recordado al último Cercas leído, y comentado aquí. Si el de Tavernes considera que no hace sino "cumplir con la obligación de contar nuestro tiempo [como ha hecho con Crematorio (2007)  o En la orilla (2013)...], el salto atrás en la Historia sólo nos sirve si funciona como boomerang que nos ayuda a descifrar los materiales con que se está construyendo el presente" (pág. 17). Y al hacerlo vuelve sobre sus propios supuestos narrativos porque "novelar es ante todo saber mirar [a los narradores], es un ejercicio imprescindible para aguzar la mirada propia" (pág. 205).


Y así, cuando comienza a hablar de un libro que tengo subrayadísimo desde los tiempos en que lo leíamos y comentábamos en clase, y del que creo saber bastantes cosas, La Celestina, resulta que me sorprende con una perspectiva nueva. En el desarrollo de su texto nos va explicando por qué. "El escritor mira desde un sitio [...] ordena el material de cierta forma, se entromete o se aparta del texto y de ese modo, sin él mismo saberlo, se nos muestra" (pág. 24). Por su formación marxista (de D. Carlos, no de los famosos hermanos) y freudiana, él mismo se define como "contenutista" a la par que formalista, en la medida en que la forma desvela el contenido (la cursiva es mía). Por ello su apreciación de la subversión que supone el texto de Rojas, no está sólo en la cuestión moral de la relación extramatrimonial de la pareja, ni en las actividades de la puta vieja, sino en el hecho de que "al revolvolver el uso de las palabras ha revolucionado su función" (pág. 46). El lenguaje culto, propio de los nobles, es usado también, aunque de forma irónica, por los criados y el habla de los plebeyos la manejan también los enamorados enfangados en su pasión ilícita. Algo impensable en su época. Tal vez debido a esa mezcla la titula el autor "tragicomedia", por el batiburrillo de lo elevado, propio de lo trágico, con  lo bajo, carcterístico de lo cómico.


Y el vuelo rasante que realiza sobre las novelas que tratan de la Iª Guerra Mundial se revela novedoso por cuanto se vuelve a fijar en las palabras que utilizan los personajes de Céline, Barbusse o de Hasek, palabras que nombran el horror que están viviendo con una intensidad que los cometaristas bélicos de los periódicos de la época distan mucho de alcanzar. Cuando T. Mann acabe su obra capital "se despide así del protagonista [Adiós a Hans Castorp, hijo mimado de la vida] al que tantos esfuerzos ha dedicado, un millar de páginas al servicio de alguien que será nada, de un mundo que se ha disuelto en nada" (pág. 63). Con aquella contienda murió una época. La muerte se había industrializado. Se podía matar a los hombres a distancia, sin verles la cara, deshumanizándolos por tanto. "La guerra se ofrece como simple horror, sin ninsgún soporte filosófico o moral" (pág. 65). El paisaje y los hombres que alberga se funden en una misma imagen de desolación.


Por supuesto se puede pensar que de El Quijote está todo dicho, pero los clásicos se caracterizan por la multiplicidad de lecturas que ofrecen; a cada lector, según su época y condición, la suya. Se pregunta Chirbes respecto a Cervantes "¿De verdad todo fluye apaciblemente [en él, ...] Si lo leemos con atención, también descubrimos en él una desazón [...] detectamos en él un sordo mar de fondo" (pág. 88). Compara el momento quijotesco con el definitavamente desencantado del Persiles, "puesto ya el pie en el estribo"  y comenta que Cervantes se "se siente él mismo en el crepúsculo, está convencido de que, en nuestro viaje, nunca dejamos definitivamente atrás las tinieblas" (pág. 89) como nos sucede a más de uno. Lógicamente el Chirbes crítico elige los autores que comenta en función de las afinidades electivas y así, dedica unas páginas vibrantes a uno de sus mentores, Galdós (convencido como está de "la imposibilidad de leer sus novelas sin enfrentarse a la idea de que literatura y alma son frutos excedentarios de la economía, sedimentos de tiempo" (pág. 129), o bien a escritores a quien admnira, como M. Aub, o  I. Aldecoa, o de quien fue amigo, Martín Gaite;  o de quien se siente de alguna manera deudor, como Vázquez Montalbán. Si uno los ha frecuentado, seguro que en estas páginas encuentra un posible enriquecimiento de la lectura que hizo; en caso contrario, seguro que despertará las ganas de conocerlos. Así pues este conjunto de ensayos resulta altamente estimulante, además de que nos da la posibilidad de conocer mejor al valenciano y de comprobar que está todo dicho y por decir, y que en este viaje al pasado que nos propone hay un regreso hasta nuestro hoy, como le sucede al boomerang, enriquecido por la relectura que el escritor hace de sus compañeros de profesión y de sí mismo al contrastarla con ellos. No da nada por sentado y así pone en tela de juicio el canon oficial en una dialéctica constante, como también hace Goytisolo. Termino con una última cita: "La voluntad de desafío del novelista que sabe que se salva o se condena en su propia literatura, y que su moral se expresa en la propia organización del texto" (pág. 110). Todo un ideario narrativo condensado en una frase. Buena lectura.

José Manuel Mora.


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