Birdman, de A. González Iñárritu

 Backstage, o entre cajas

Esta vez necesitaba formarme mi propio criterio, que le dicen. Mi compa Eduardo "Piscinas" me había comentado que era "esencial para mi supervivencia" y me había amenazado con no ver nada que le recomendara yo mientras no fuera a ver la que voy a pasar a comentar, y mi amiga Ana me la había puesto a caer de un burro. Además se acercan los oscares y está seleccionada como candidata (odio lo de la "nominación") a premio. Así que tenía que hacerme una idea antes de. Se trata de Birdman, del cineasta mexicano Alejandro González Iñarritu, que aquí ejerce según el patrón jolivudense. Por una vez puedo decir que he visto varios de sus anteriores largometrajes y que en general me han resultado impactantes por una u otra razón: Amores perros fue una sorpresa terrible; 21 gramos me pareció conmovedora, aunque algo más efectista Babel; y reconozco que no quise ver Biutiful por tratar el asunto del cáncer.

Sí sabía que en este caso se trataba de un asunto que me toca de cerca por la pasión que he sentido siempre por el teatro, aparte de la dedicación profesoral durante toda mi vida laboral con el alumnado que se prestaba a hacerlo. Un actor de cine, conocidísimo por tres filmes en los que encarnaba al hombre pájaro del título, decide subirse a las tablas de un teatro de Brodway. Hay una querencia en muchos actores y actrices a querer revalidar su valía en la confrontación directa con el público, a enfrentarse al reto del directo que es siempre el teatro. El protagonista ha decidido adaptar, dirigir e interpretar De qué hablamos cuando hablamos de amor, una obra de R. Carver, pope del realismo sucio tan en boga en los ochenta. Y vamos a asistir a los pre-estrenos de la pieza, tan decisivos en cine como en teatro en los USA, ya que pueden suponer modificaciones del metraje o de algunas escenas. Y la peli empieza en alto, con un accidente que pone en peligro la representación. Además el director ha decidido rodar el filme en un único plano secuencia, en plan tour de force, aunque todos sepamos las maravillas que se pueden hacer en la mesa de montaje. De hecho algunas de las secuencias concluyen en un pasillo oscuro antes de dar paso a una nueva localización. Sería fácil ahí cortar y seguir, aparte de otras tecnologías, por ejemplo la digitalización, que desconozco, como las que permiten el plano inicial de la levitación o las del vuelo final.

La peli parece un palimpsesto en el que las capas se van superponiendo en el primer tramo del metraje. ¿Cuándo se finge más, o cuándo se es más auténtico, en el escenario o en la vida? Y para ello ¿es fundamental el método? ¿Qué actuación es más importante la comercial, que te da de vivir o la de autor que te puede arruinar? ¿Qué es más fundamental el teatro o la familia?  La importancia del éxito en la sociedad estadounidense. Por no hablar de los egos, de las inseguridades actorales, de la necesidad de reconocimiento y de afecto, o bien de la importancia de estar en las redes sociales para ser alguien hoy en día... Todos estos temas se dan simultáneamente, sin molestarse, y con un ritmo de filmación endiablado. Es estupendo como el director va dejando a unos personajes y centrándose en otros con sólo un movimiento de cámara, sin que chirríe la transición. Por no hablar del papel que ejerce la crítica, dispuesta a cargarse la obra sin haberla visto, tan sólo por el sentimiento que produce saber que se puede hacer, que se tiene la autoridad suficiente como para hundir la pieza con unas cuantas palabras.


El recital actoral que todo ello permite es de órdago. A Michael Keaton le sucede como al protagonista de la cinta que, tras haber incorporado a Batman en la peli que dirigió T. Burton, y su secuela, no le habían ofrecido nada de fuste, aunque parece que es un firme candidato a conseguir la estatuilla. Y no lo puedo decir con suficiente conocimiento de causa, ya que la he visto doblada. En el tráiler que acompaño se le escucha con las dos voces que usa su personaje (como le sucedía en All that jazz de Bob Fosse, al bailarín y su conciencia atormentada). Y he de reconocer que los años le han dado temple y carácter. Algo similar a lo que le ocurre a Edward Norton, capaz de encarnar un personaje tan desagradable como el de American History X y hacerlo creíble y a conciencia. Aquí tiene un registro menos dramático que el de Keaton, pero le da la réplica de forma espléndida en la primera parte sobre todo. Por momentos pasa de la sobreactuación requerida por el papel al desvalimiento plasmado en una mirada en el balcón de la noche neoyorkina. En cuanto a las féminas, Naomí Watts resulta impactante en su madurez asumida con dignidad y sin trampas. Da gusto ver la carrera que ha seguido desde Mullholand drive hasta llegar a Lo imposible. Los primeros planos son impactantes.

 
No he querido buscar en la red algún fragmento del making of para no perder parte del asombro que algunas de las tomas provocan. Es mejor dejarse llevar. Pero cómo no preguntarse cómo rodaron la escena del actor en calzoncillos corriendo por una atestada Times Square sin provocar un colapso circulatorio... Y sin embargo, tengo la impresión de que al final la peli se le va de las manos al director. Como si no hubiera sabido cómo terminarla, lo que lo lleva al exceso por un lado y al redencionismo poco creíble por otro. De todos modos las dos horas de duración no se me han hecho sentir. La música está muy bien ajustada, con solos de batería en directo que acompasan la trepidación de los planos y su encadenamiento. Así que, para gustos, colores. 

José Manuel Mora.






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