Ricardo Senabre

 D. Ricardo

Son numerosísimas las páginas que aparecen en el buscador al teclear su nombre. La mayoría de ellas son recorridos por su carrera universitaria y de ensayista especializado, además de comentarista literario en la prensa hasta hace bien poco. Ricardo Senabre Sempere (Alcoy 1937 - Alicante 2015). Ese hueco está pues completo. Lo que quisiera aquí es recordarlo en sus mejores años, los salmantinos, al menos lo fueron para mí. Recién llegado de Alicante a estudiar Románicas en una de las más prestigiosas facultades de España en esa materia y en esa época, encontrarse en la tarima dándonos clases a F. Lázaro (quien me dirigió la tesina de licenciatura y me ofreció la posibilidad de ir como lector a Burdeos, y que luego sería presidente de la RAE), a E. de Bustos (a quien pedí que me dirigiera la tesis doctoral que quedaría inconclusa, acuciado por otros quehaceres), a J. A. Pascual, (que ya trabajaba con J. Corominas en su Diccionario Etimológico, a pesar de ser un chiquilicuatre aplicadísimo, divertido y tímido), era un lujo que nos mantenía en clase muchas veces con la boca literalmente abierta. Y a D. Ricardo, que era como le gustaba que lo llamaran. 


Impartía una asignatura que, aunque se intitulaba "Historia externa de la Lengua Española" (por oposición a la visión diacrónica que explicaba J. L. Pensado y el propio Pascual), él acababa convirtiendo en un recorrido por las innovaciones lingüísticas y los rasgos formales de los mejores escritores de nuestra lengua. A esa época corresponde la foto que aquí dejo. Tenía una retranca especialísima; era experto en elegir los mejores ejemplos para sorprender, emocionar, divertir. A muchos de nosotros nos descubrió un sinnúmero de autores a quienes sólo conocíamos de oídas o a través de los libros de texto. Él los convertía en algo vivo, chispeante. Resultaba incitador para quienes estábamos en época de querer devorarlo todo, de tratar de conocer la Historia de la Literatura a través de los textos originales, lo que requería de pistas, de orientación, de comentarios sagaces que él lograba transmitir con el aparato crítico de citas adecuado, sin llegar a acogotar. Era sencillo y asequible, aunque la tarima en aquella época nos los situaba en un lugar bastante inaccesible, a pesar de que sólo tuviera once años más que nosotros. Entonces aquello era una distancia insalvable. La visión de los Arciprestes, de Celestina, de Lázaro de Tormes, de Teresa de Ávila, de Quevedo... nos los presentaba con una luz nueva, atrayente, como contemporáneos, rompedores con lo que era la "norma" en su momento.. Probablemente fue lo más cercano a una Historia de la Literatura que tuvimos, ya que la cátedra encargada propiamente del asunto pertenecía al s. XIX, por decirlo suave. Cuando aún nos quedaba un año para acabar, en 1971, él se trasladó a Cáceres, al embrión de lo que luego sería la Universidad de Extremadura. Y le perdí la pista.


Veinte años después lo reencontré en el bar al que acudía a comer cuando no tenía tiempo o ganas de cocinar; allí estaba él con su mujer, dando cuenta del menú del día. Después de acercarme a saludarlo e intercambiar unas frases corteses de información mutua, me volví a mi mesa y al ir a pagar me dijeron que ya lo había hecho D. Ricardo. Resultó que éramos casi vecinos. Su casa de veraneo estaba en Alicante. Y al jubilarse sus visitas a la terreta eran cada vez más frecuentes. Y los encuentros en el supermercado o en la calle cada vez más normales. Por entonces él ya ejercía sus funciones de comentarista literario en diversas cabeceras de periódicos. Seguía siendo un hombre crítico, bienhumorado y amable, nada fatuo ni engreído. Por todo ello, al abrir el periódico hoy y enterarme de su muerte, de sopetón, sin saber de enfermedad previa (aunque me cuentan que últimamente había adelgazado mucho y necesitaba su botella de oxígeno en sus salidas, siempre del brazo de su mujer), me he quedado enormemente impresionado. Gracias a él y al plantel de profesores de la Salamanca de la época yo llegué a ser el profesional que fui. No aprendíamos pedagogía durante la carrera. Se suponía que la metodología nos llegaría por ciencia infusa. Y así fue como, observándolos a ellos, copiando lo mejor que en ellos veíamos, fuimos configurando nuestro vademecum educativo. Sirvan pues estas líneas apresuradas de despedida y agradecimiento. Dejo el vídeo subsiguiente para recordar su voz tan particular, su cadencia invitadora. Fue un honor ser alumno suyo. Hasta siempre, maestro.

José Manuel Mora.

https://www.youtube.com/watch?v=mYJSzPvY2UE

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