Calvary, de John. M. McDonagh

 Terrific, que decimos los irlandeses....

Con este título y la sinopsis que suele acompañar los comentarios al uso en los periódicos, no sé si será mucha la gente que se animará a verla. Como mis referencias son buenas (Carme y Brunella), me he animado a ir. Además su director tiene un hermano que dirigió Escondidos en Brujas, que me gustó muchísimo. Él ejerce de guionista además de haber dirigido ya un largo, The guard, en 2011 (aquí se tituló El irlandés y yo no lo vi), que rompió todas las taquillas irlandesas. Esas dos tareas las lleva a cabo también aquí: Calvary, de John Michael McDonagh, cuyo título felizmente los distribuidores españoles han decidido no traducir. Volvemos a estar de nuevo en la verde Irlanda (hace bien poco comentaba aquí la peli '71 ambientada en Belfast) que, además de hermosos paisajes, sigue siendo una sociedad tremendamente conservadora, no en balde la religión allí, por oposición a los británicos, ha sido una seña de identidad además de una creencia, lo que los curas han sabido manejar para imponer su cosmovisión.


La peli empieza en alto, que se dice en el argot teatral. Como es la escena inicial se puede contar: un cura recibe en confesión la amenaza de que lo matarán en el plazo de una semana. En ese climax inicial y en la presentación de los miembros de esa pequeña comunidad definidos con cuatro rasgos magistrales están las señas de un buen escritor fílmico. Ese microcosmos rural en medio de un paisaje idílico puede representar a una sociedad entera. Cada uno carga con su angustia y con su culpa. En ese ambiente tradicionalmente la figura del cura ha servido desde su confesionario de paño de lágimas, o de azote de escándalos desde el púlpito (aunque el dueño del pub hace al protagonista una salvedad importante: "no los he visto criticar a los bancos que nos han traído a este desastre y han propiciado tanto deshaucio"); pero sobre todo ha dominado las conciencias desde el otero que supone administrar la salvación y el castigo eternos, como siempre ha hecho la Iglesia. Sin embargo hay algo que está cambiando incluso en esa recalcitrante sociedad y es que cada vez hay más gente que pone en entredicho ese poder omnímodo a base de escepticismo, descreímiento o negación de esa autoridad que ha permanecido intocada.


Parte de ese cuestionamiento de algo que ha pervivido desde la llegada de S. Patricio a sus costas, puede que se deba a hechos vergonzosos que la Iglesia Católica ha protagonizado en ese país: la explotación de niñas como sirvientas en albergues pretendidamente de acogida o los reiterados casos de pedofilia, que han sido repetidamente excusados u ocultados por las autoridades eclesiásticas, que se conformaban con trasladar de parroquia al cura denunciado. El drama aquí viene servido por el hecho de que el representante de la institución es un hombre bueno, comprensivo con las debilidades humanas, tolerante, que afirma que el perdón no está muy de moda en nuestra sociedad; muy lejos del estereotipo que supone su compañero de oficio. Un hombre que ha sufrido la pérdida y el dolor que conlleva; que siente miedo ante lo que le puede suceder, que no siempre tiene respuesta para todo. Brendan Gleeson (a quien he visto siempre actuando con convicción) llena la pantalla con toda la humanidad que es capaz de conferirle a su personaje. Sus gestos, sus miradas son de extraordinaria intensidad, siempre desde la contención, que se desata en momentos puntuales al estilo de J. Wayne en El hombre tranquilo de Ford. Pero aquí no hay cliché sino autenticidad. El resto de actores incorpora a los representantes del pueblo con enorme naturalidad: una mujer adúltera, un terrateniente, un joven tímido que sólo ve salida en el ejército,  la propia hija del cura, etc. Y me encuentro con Aidan Gillen a quien he visto en Juego de tronos haciendo de médico cínico y descreído. O con el secundario de lujo M. Emmet Walsh, a quien llevo viendo desde Midnight cowboy allá por el año 1969, como un viejo escritor solitario que querría despedirse de la vida sin sufrir.
No puedo dejar de hacer la salvedad de que el tráiler que aquí dejo lo he puesto en V.O. para oír la voz de Gleeson, ya que he tenido que verla doblada. Lamento no haberlo encontrado con subtítulos. y una curiosidad que para mí fue sorpresa agradabilísima y rememorativa: durante el transcurso de los créditos de letras blancas sobre fondo negro se escucha una emocionante vidala argentina titulada Subo. No sé la razón de la elección del director, pero a mí me trajo mi etapa de Burdeos a la cabeza y a mi mi amiga Mimí con su guitarra y aquella voz oscura que tanto me gustaba. Vale.

José Manuel Mora.


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