El mundo deslumbrante, de Siri Hustvedt

 Puzle.

A veces la cosas en la vida nos llegan de modo aleatorio o fruto de la conjunción de hechos impensados. También sucede con las lecturas. En este caso un viaje a Valencia con motivo de la muerte de una prima hermana. En la nueva estación J. Sorolla me encontré con una flamante tienda de libros. ¡Qué buena idea!, pensé; qué fácil que quien se dispone a realizar un viaje y no ha sido previsor, a pesar de ser buen lector, tenga la oportunidad de comprar un libro que le alivie el trayecto, sin necesidad de recurrir a las espantosas condiciones en que se ven las películas en los vagones de la RENFE. Y no fue uno, sino dos, los que llevé conmigo.El de Llamazares, ya tratado, y el que paso a comentar. HUSTVEDT, SIRI. Un mundo deslumbrante (The blazing world). Barcelona: Anagrama, 2014, trad. de C. Ceriani, bastante ajustada, a lo que se me alcanza, y que también ha traducido a otros autores estadounidenses. Era para regalarlo a un pintor, de ahí la elección. Creo que, sin proponérmelo, nunca he estado tan à la page, que decimos los franceses, volvía a optar por una novedad editorial.
 

La autora, estadounidense (Minnesota, 1955) de padres noruegos, es neoyorquina de adopción y vive frente al corazón de la manzana, en Brooklyn. Además de novela ha escrito poesía y ensayo y se dedica a investigar en neurociencia, filosofía y psicología (lo que queda de manifiesto en el libro). Estuvo a punto de decantar su carrera hacia las artes visuales. Y a pesar de su extenso currículo no la conocía. Sin que sirva de excusa (ya se sabe: excusatio non petita, acusatio manifesta) diré que ya he manifestado en estos apuntes mi preferencia por la literatura escrita en castellano, para evitar las traducciones. Así que no es de extrañar que no conozca más que superficialmente la literatura anglosajona, por ejemplo, a pesar de que haya entre estos "libros recomendados" más de un ejemplo de la misma. Y en ella se incluye el esposo de la escritora, el pope Paul Auster. No debe de ser fácil convivir con uno de los considerados grandes por la crítica estadounidense, más dedicándose al mismo oficio. Qué fácil resultarán los celos literarios incluso llevándose bien (lo señalo porque luego habré de volver a ello al adentrarme en la novela, aunque en el ámbito de la pintura, mundo que la escritora parece conocer también a fondo). Lleva escribiendo y publicando desde 1992 con notable éxito.


He titulado esta entrada "Puzle", debido a la complejidad estructural de la obra. Es lo primero que llama la atención: enfrentarse con 400 páginas en las que se cuenta la vida de una mujer judía, con mucho dinero y de Nueva York, dedicada a propuestas artísticas, pero  desde ópticas muy dispares. Hay fragmentos de unos cuadernos escritos por la protagonista, Harriet Burden, a la que le gusta que se la conozca como Harry (diminutivo de varón), y que está casada con un tratante de arte (¿marchante?, ¿negociante puro y duro?, de hecho se ha hecho muy rico con ese negocio). Se añaden entrevistas a personas que la conocieron, recuerdos de sus hijos, críticas aparecidas en la prensa con motivo de sus exposiciones, declaraciones de una amiga íntima o de su amante otoñal, un estupendo personaje, Bruno, de un galerista conocedor del milieu, un comentarista de la vida nocturna de la ciudad..., todo dentro de una investigación aparentemente muy sesuda de un tal Hess, pues incluye notas al pie referentes a citas que la protagonista menciona en sus textos. Da la impresión de que se ha propuesto estudiar vida y obra de la artista y de sus tres supuestos alter ego, todos varones y bajo cuyos nombres creará tres obras bien diferenciadas con objeto de demostrar que la atención que no le dedicaron a ella cuando trabajaba con su nombre de mujer, se centra en la de los tres supuestos pintores por ser varones: Anton Tish (1998, al que parece suficiente alterar el orden de las sílabas del apellido para ver lo que Harry opina de él, Shit),  Phineas Q. Eldridge (2002, artista de cabaré, mestizo, homosexual) y Rune (2003, artista emergente, conocido con ese nombre antes de entrar en el experimento con Harriet, que ella titula Enmascaramientos, bastante significativo; ya los griegos sabían que "la máscara que usaban en el teatro no era un disfraz sino una forma de revelación", pág. 71, la cursiva es mía). Y cuando leí esto en la primera página, en lo primero que pensé fue en los heterónimos de Machado (J. de Mairena) o de Pessoa (Á. de Campos o R. Reis), que los usaban para revelarse desde otra perspectiva siendo ellos mismos. "Burden insistía en que los pseudónimos que usaba cambiaban el carácter de las obras artísticas que realizaba" (pág. 8).



























Sin embargo la protagonista parece tener otro propósito: "Por un lado cada una de sus máscaras parecía encubrir un aspecto diferente de su imaginación" (pág. 84), dice una de las críticas; y por otro, "Yo, H. B. soy una máquina de venganza y resentimiento [...] nadie disfruta más de la venganza que las mujeres, escribió Juvenal" (pág. 313). Ha vivido eclipsada por, y a la sombra de su marido y ello ha comportado un ninguneo en sus trabajos previos. A ello se une que aquellos no hubieran interesado por aquel entonces, dado que se encontraba "demasiado apartada de las tendencias en boga" (pág. 26), en palabras de una galerista. Sin embargo, muerto el marido y en la plenitud de la madurez vital y creativa "ya me había convertido en una mujer de piedra, una espectadora y, al mismo tiempo, una actriz en escena" (pág. 20), la cursiva es mía de nuevo. Distanciada pues y con ganas de revancha ante el entorno artístico que ella ve con un ojo muy crítico. Empezando por los propios críticos, los juzgadores de la obra de los demás "A todos los críticos de arte les gusta sentirse por encima de la obra sobre la que escriben" (pág. 82). ¿No le sucede lo mismo a algunos de los críticos de obras literarias? Ironiza además la autora al respecto al decir a través del reportero de la noche: "Cuanto más se escriba de un artista, mejor, especialmente si los argumentos que sustentan su grandeza son adecuadamente abstrusos" (pág. 200). Y siguiendo por los que manejan las obras de los creadores, los galeristas: "El mercado del arte ha estado ocupado en su mayor parte por hombres [...] y eso que casi la mitad de las galerías de arte están dirigidas por mujeres" (pág. 83); buena paradoja. Hay un golpe de gracia a este grupo humano, pues sabiamente reflexiona sobre el hecho de que "Para vender arte había que crear el deseo y según él [su padre, marchante] no había que satisfacer ese deseo porque si no dejaría de existir como tal" (pág. 99). Y para acabar se ocupa también de los compradores: "Ella sabía que el mundo del arte era, en su mayoría, un agujero apestoso plagado de propietarios vanidosos que compraban nombres para blanquear su dinero" (pág. 191).


En algunos momentos de la obra el tono se convierte en combativamente feminista, como cuando señala que "Judith Leyster, Artemisa Gentileschi [a quien pertenece el cuadro de más arriba], Camille Claudel, Dora Maar [...] padres, maestros y amantes asfixian la reputación de las mujeres" (pág. 154). En otros, los más introspectivos, en boca de la protagonista, son un intento de recomponer su propio decurso vital: "Estoy segura de que somos muy capaces de armar una historia que lo explique [lo que dejamos atrás] y devanarnos los sesos para lograr que todo encaje" (pág.20). Porque "¿qué imbécil dijo que el pasado está muerto? El pasado no está muerto, sus fantasmas nos poseen" (pág. 178). Y a ello dedica la mayor parte de sus cuadernos, además de a sus reflexiones sobre el arte, la percepción de la obra artística y la que tienen los demás de nosotros, la identidad femenina, dividida entre sus deseos de dedicarse a su obra y sus obligaciones de madre, puesto que el padre parece estar desaparecido en sus afanes, que incluyen escarceos con jovencitos... Hay ambición, deseo de sentirse reconocida y admirada (Harriet es a la vez sujeto agente de su obra y objeto de contemplacióna través de la misma), juegos sexuales con trasfondo de psicoanálisis freudiano, engaño... ¿Se puede controlar todo ello o no será más fácil que acabe yéndosele de las manos en un final trágico...? La novela es pues compleja y muy rica en registros expresivos, pues la polifonía de voces se expresa según su formación, su profesión, su sexo (que no "género"), su clase social... Usa con soltura la primera persona en los cuadernos, la tercera cuando hablan de ella o la segunda cuando se apostrofa a sí misma, con gran soltura y exactitud. Con todo ello Hustevedt logra transmitir una imagen extensa, compleja, no exenta de claroscuros, de Harriet Burden, de su profesión, una continua performance, de su mundo, de nuestra época.

José Manuel Mora.



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