Los infortunios de Svoboda, de János Székely

 Ironía y nazismo

A veces está bien salirse de los caminos trazados/publicitados. La sugerencia fue de mi librero de cabecera, quien me puso entre las manos un libro de formato pecular. No llega a ser en octavo, pero tampoco tiene las medidas estándar. Tanto la cubierta como la sobrecubierta están bellamente ilustradas con motivos que recuerdan paisajes ciudadanos centroeuropeos, con un estilo naïf muy atractivo y que nos ubican la narración. Se trata de un autor nacido en Budapest en 1901. Volvemos pues a terreno conocido. Al mundo de S. Zweig, de J. Hasek con su buen soldado Svejk, a la Mitteleurope a punto de ser devorada por los nazis. SZEKELY, JÁNOS. Los infortunios de Svoboda. Madrid: Impedimenta, 2015; 170 págs. Una nouvelle recién salida del horno. Es el primer libro que leo de esta editorial y he de alabar lo cuidado de su factura, además de una excelente traducción de Magdalena Palmer.


Resulta curuioso que el libro apareciera traducido al inglés en 1940, antes incluso que viera la luz el original en húngaro. Esto se debe a que el autor huyó, como tantos otros, intuyendo lo que el partido nazional-socialista estaba construyendo ante el silencio y la aquiescencia de tantos. La oportunidad de partir se la brindó el gran Lubitsch, en 1934, para elaborar en Hollywood el guión (lo siento RAE, para mí sigue siendo bisílaba) de Desire, que luego interpretaron M. Dietrich y G. Cooper. En 1938 se estableció definitavemente en Nueva Yorkdonde siguió trabajando como guionista, lo que le permitió alcanzar un Oscar por Arise, My Love (1940), con C. Colbert y R. Milland. En los años cuarenta empezó su carrera como novelista, tarea que ejerció con pseudónimo, debido a sus tendencias pacifistas y ante el temor de que se tomaran represalias contra su madre, que aún vivía en Hungría. Así que ya era conocido cuando publicó la novelita que nos ocupa "preciosa gema en forma de cuentecito", como la calificó The New York Times Book Review. Y la que es su obra más importante: Tentation, de 1946, una autobiografía novelada. Cuando empezaron a soplar los malos aires del McCarthismo, el escritor se exilió primero a México y por fin a Berlín-Este en 1956, donde moriría por fin en 1958.

Vamos pues con la joyita. Viene precedida de un prólogo, cosa cada vez más infrecuente, de un tal Pablo d'Ors, para ponernos en antecedentes sobre sus rasgos estilísticos más sobresalientes: claridad narrativa, intensidad emocional de sus personajes, la invisibilidad de la mano del autor y por último la elegancia de su trama, clásica y lineal. Una vez más se me pone de manifiesto que los prólogos se han de leer una vez terminado el libro; primero para que no nos condicionen y segundo para entenderlos a posteriori y ver si sen escrito con conocimiento de causa. Y aquí no queda más que estar de acuerdo con el prologuista. Tal vez algo menos con su conclusión: "Con Svoboda, Székely se ríe de Europa y del mundo, por supuesto, pero también y sobre todo de sí mismo, que es lo que siempre hace el verdadero escritor" (pág. 10). Lo que parece un poco contradictorio con el rasgo tercero de su lista. El narrador de la historia se encuentra desaparecido, es cierto, así que difícilmente el autor puede reírse de él.  Volvemos a encontrarnos con un protagonista idiotizado, bordilíneo, que dirían los psicólogos, que está en el momento menos adecuado en el lugar más impropio. Y así le lloverán todas las bofetadas, lo que él asumirá con santa paciencia, al no entender las razones de los golpes, hasta que estalle por algo que se consideraría menor: un reloj roto.

Se desarrolla en lo que en marzo de 1939 todavía se llamaba Checoslovaquia, donde se hablaba checo, aunque las personas cultas solían ser bilingües en alemán, como le sucedía a Kafka. El pobre Svoboda  a quien "un campesino de buen corazón acogió y le permitió trabajar diez horas al día a cambio de una pitanza miserable y el dudoso privilegio de dormir en el establo con las vacas" (pág. 18), tendrá dificultades para entender a, y entenderse con las nuevas autoridades invasoras, sobre todo porque vienen a pares: el ejército de un lado, y los camisas pardas por otro, estos últimos como aves rapaces que se quedan con todo lo que pillan; "En ninguna parte se persiguen con tanto empeño los delitos contra la propiedad como en la Alemania nazi, ya que se considera que los ladrones incurren en competencia desleal con el Estado" (pág. 47. Ambas citas ponen de manifiesto desde el principio el tono irónico que el autor ha decidido usar). Y él será la víctima propiciatoria. Como simple que es, no hay en él profundidad psicológica, aunque algunos de sus rasgos de carácter lo retratan a la perfección, por ejemplo su testarudez. "Cuando Svoboda llegó a la edad de cumplir el servicio militar, el Estado se interesó por primera vez en él [...] por si, de darse la ocasión, conseguía desarrollar un talento útil para el asesinato" (pág. 18). Pero Svoboda es incapaz de matar una mosca, a no ser que lo hieran en lo más profundo y aún en su ignorancia, sienta sus derechos de propiedad pisoteados.

Los alemanes necesitan un chivo espiatorio y lo eligen a él: "Debían encontrar a otro candidato [para cargar con un falso atentado contra Hitler en el pueblo], un asesino sin familia ni amigos; alguien a quien pudiesen liquidar sin alborotos incómodos [...] Y así fue como dieron con Svoboda" (pág. 65). Y es entonces cuando la ironía ante tanto avasallamiento, tanta injusticia, tanta violencia, no me parece buena moneda de cambio. Tal vez por eso no me gustó La vida es bella, de Benigni, aunque sus payasadas estuvieran justificadas en función de su hijo, el trasfondo era tan horrible, que me parecía que el desajuste era excesivo. "Habían abofeteado y arrestado sin motivo a tantos de sus antepasados que ni siquiera intentó comprender lo que estaba ocurriendo" (pág. 72).  Con todo, hay otros personajes con la dignidad suficiente como para que se salve el pueblo entero, a pesar de ser los perdedores del conflicto: el coronel, el señor Vesely, su amigo, el médico... Todos resultan de una gran humanidad y están perfectamente dibujados. Los malos son esquemáticos, aunque sabemos cuánto cabeza cuadrada se escondía detrás de los uniformes barriendo para su exclusiva conveniencia. Y dentro de la sobriedad con que la novela está escrita, el autor deja algún ejemplo de maestría descriptiva: "El cielo de la plaza Masaryk era como un horno con el fuego apenas encendido. Unas nubes de color rojo ahumado corrían desconsoladamente por el amanecer azotado por el viento. Hacía un frío glacial. La plaza nevada emitía un resplandor rosáceo" (pág. 86).
Seguramente Tentaciones sea su obra magna. Ésta no deja de ser un relato menor bellamente contado. Buen ejemplo para conocer la literatura húngara (?) de entreguerras. 
José Manuel Mora.







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