Aprendiendo a conducir, de I. Coixet

Peli de chicas

Quiero anotar algo previamente, que me hace remontarme a los tiempos en que fui profesor de Lengua. Y es el uso del gerundio "aprendiendo", como préstamo lingüístico, que a mí me suena de modo horroroso. En castellano, las formas no personales del verbo tienen sus equivalentes formales: el participio tiene un claro valor de adjetivo ("pintado" puede ir junto a "coche", como calificativo); el infinitivo es un evidente sustantivo que ejerce muchas veces de sujeto (el "saber" no ocupa lugar); y por último el gerundio lo categorizaba como adverbio de modo (el movimiento se demuestra "andando"). En inglés la cosa cambia y el gerundio es considerado como sustantivo, razón por la cual es tan usado en sintagmas nominales a modo de título. Como los nuevos ricos de la lengua consideran que darse aires de conocer el idioma de Shakespeare (aunque luego no sepan ir más allá de my tailor is rich y my mother is in the kitchen) proporciona un cierto barniz, se ha asumido este uso espúreo del que hablo, del mismo modo que ahora todo el mundo "obviamente" (de obviusly) considera que las cosas son como ellos las exponen. Ya se había lamentado Rubén Darío en 1910 en su Salutación del optimista: "¿Tantos miles de hombres hablaremos inglés? / ¿Callaremos ahora para llorar después?". Él se refería a la amenaza de colonialismo cultural que ya se cernía en el horizonte de su época y que tristemente se está produciendo. Hoy todo este excurso tiene el aire de una batalla perdida.



Vayamos ahora al subtítulo que encabeza esta entrada. "De chicas", porque además de dirigirlo la Coixet, también es mujer la guionista, Sarah Kernochan, que ha trabajado sobre una idea original de otra mujer, y  una de los dos productores es también fémina. Es cierto que el protagonismo está compartido casi al cincuenta por ciento, pero todo ello conforma una peli que, siendo de encargo, rodada en inglés para el mercado estadounidense, (aunque el premio de Málaga algo habrá hecho para que se estrene aquí también), se aleja de la línea dramática a la que Coixet nos tiene acostumbrados. A mi modo de ver no siempre acierta, pero reconozco que La vida secreta de las palabras fue un filme que me conmovió profundamente. No sé si se ha hecho ya un nombre en Jólivu, pero es cierto que ha dirigido a algunos grandes: T. Robbins, J. Christie, S. Polley y que con el protagonista de esta cinta incluso ha repetido. El que ella hable fluidamente inglés seguramente debe de tener algo que ver. También su valentía para dar el salto e irse a dirigir a un país capaz de merendarse a más de un grande. A otros directores españoles los han tentado y han tenido la suficiente prudencia como para resistirse.



Y vamos ya con la historia. La sinopsis se lee en cualquier página informativa: mujer madura abandonada por su marido, e inmigrante sij, refugiado político y adaptado ya a los USA; y por medio un aprendizaje, no sólo de la técnica de conducción automovilística, sino de la propia vida. Frente al genio vivo de ella, el autocontrol oriental del indio; frente a la necesidad de sobrevivir a base de dentelladas, tan de las grandes ciudades, la bonhomía de chófer de autoescuela, que trabaja además como taxista nocturno y vive en una especie de piso patera. Dos soledades que irán acompañándose y compartiendo preocupaciones y enseñanzas. La de él se intentará paliar además con un matrimonio concertado al estilo de su país, que aparentemente no se presenta nada fácil para ninguno de los dos contrayentes. La de ella tiene peor arreglo, dado su confesado deseo de autogestión. Aprende a conducir para poder ir a visitar a una hija que vive lejos; antes era su marido quien conducía y en la ciudad siempre hay metro o taxi o buses para solucionar la papeleta. Ahora tiene que hacer frente a ese reto. La mujer podrá ser testigo de las agresiones xenófobas sin motivo que tiene que padecer su profesor. Él presenciará más de una crisis emocional de ella. Nada dramático, todo en un tono que roza la comedia en algún momento, como el de la cita de la mujer con un posible nuevo pretendiente, que pratica el yoga tántrico. Y hasta aquí puedo leer. Con esos mimbres la Coixet ha levantado una historia que ha sabido hacer suya a base del oficio que ya tiene y de complicidad con los actores.



Gran parte del rodaje transcurre en el interior del coche de autoescuela y se apoya en miradas que acaban siendo cómplices, además de en unos diálogos que aportan lo justo. Patricia Clarkson y Ben Kingsley se dan la réplica de modo ajustado. He de decir que una vez más los cines alicantinos nos privan de la posibilidad de la V. O. (por esos dejo el tráiler original, para escuchar el estupendo acento de inglés de la India, que seguro que Kingsley aprendió a dominar en su soberbia interpretación de Ghandi). A Clarkson la disfruté en aquella impagable serie de la HBO Six feet under, en la que interpretaba a la hermana de la matriarca, una jipi desnortada y muy tierna. Ambos habían sido dirigidos por Coixet en Elegy, peli que no vi. Él es un actor de gran fuerza en la mirada y de una presencia física potente. Los dos saben darse la réplica oportuna en cada momento, sin subrayados excesivos pero dejando patente su diferente manera de estar en el mundo. Película, pues, amable, que se deja ver con agrado y que abre la puerta a que su directora se adentre por caminos menos autorales, lo que no tiene por qué llevar a la intranscendencia. La comedia es un territorio de grandes.

José Manuel Mora. 
 
 

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