1864, de Ole Bornedal


 Nacionalismos patrioteros 
 (perdón por la redundancia)

Aparentemente se está volviendo adictivo. Dada la sequedad de la cartelera estival y que las vacaciones no serán hasta septiembre, he decidido caer de nuevo en la adicción serial, por recomendación de mi serieadicta amiga C. Jorques, que siempre me lleva unos largos de ventaja. Y sigo con Dinamarca, ese país del que voy sabiendo cada vez más cosas. Se trata de una nueva ficción, posterior a Borgen, estrenada el año pasado y de tan sólo ocho capítulos, con lo que el "cuelgue" ha sido menor. Nuevamente estamos ante un producto de la cadena pública Danmarks Radio, el más caro de los que ha acometido (luego veremos por qué), y de carácter dramático-histórico: 1864, escrita por Ole Bornedal y basada en una novela de Tom Buk-Swientys, Slagtebænk Dybbøl, y dirigida por Dan Laustsen. Parece que, dado el éxito obtenido en Dinamarca, se convertirá en una película. 


Dicen que la cultura consiste en aquello que recordamos tras olvidar lo estudiado. De la asignatura de Bachiller queda poco en mi cabeza, como es natural. Sí que recuerdo el afán expansionista de la Alemania que se está constituyendo como potencia europea en la segunda mitad del XIX, más bajo el ascendente canciller de hierro, Bismark. De lo que no tenía noticia es del nacionalismo exacerbado de los daneses, o al menos de sus clases dirigentes. El conflicto bélico, la "guerra de los Ducados", parece que provocó una auténtica matanza, la mayor que haya sufrido aquel pequeño país, en la batalla que supuso la pérdida de la guerra con Prusia y el avance de la frontera prusiana por encima de los límites del ducado de Schleswig, que los daneses consideraban suyo, a pesar de que en ese reducido territorio no se hablara danés, sino alemán. Hoy en día, junto a Holstein, conforma uno de los estados federados de la RFA. He hablado de sus clases dirigentes, de su sentimiento de dirigir un pueblo elegido, que consideran que son portavoces naturales de la nación danesa, cuya bandera cayó del cielo según la tradición. Grandilocuencia, palabrería vana, políticos que se envuelven en banderas para tapar sus vergüenzas y un pueblo que inicialmente los sigue hasta que el desastre sea imparable, hasta que la sangre se haya derramado abundantemente sin que sea posible recogerla. Incluso por encima de los mandos que se sitúan junto a la tropa, las órdenes de Copenhague se han de cumplir, aunque se pierda un tercio del ejército. Cualquier otra actitud se considera una traición.

La imagen anterior es la que da paso a los títulos de crédito. Parece que hay abundante material gráfico en forma de cuadros o de las primeras fotografías que se iban tomando. Y esto es importante por lo que luego diré. Una nueva película, esta vez en formato de serie, sobre los horrores de la guerra me parece que nunca alcanzará la genialidad en el grado de denuncia y en la de perfección formal que logró S. Kubrick con su Paths of glory (1957). Ha llovido mucho desde entonces y la sigo considerando una conmovedora obra maestra. Sin embargo, y sin el clasicismo que alcanza el inglés, creo que la que comentamos posee un sinfín de innumerables aciertos. En primer lugar la estructura: hay un vaivén temporal entre el presente y un pasado al que se accede a través de un diario escrito por una de las protagonistas de la historia de 1864; se incluyen en él cartas enviadas por los otros dos personajes centrales de la cinta: Laust (Jacob Oftebro) y Peter (Jens Saetter-Lassen), hermanos, enamorados ambos de Ingeborg y arrancados de su casa por el ejército todopoderoso.


 Todos trabajan para el barón propietarios de tierras y hacienda y cuyo hijo, Didrich (Pilou Asbaek, a quien vimos en Borgen como jefe de prensa de la Primera Ministra) alcanza el grado de capitán del ejército a pesar de su cobardía y de su adicción al alcohol. En una película coral como es ésta, hay múltiples personajes, pero quiero citar otros dos: la actriz nacionalista (Sidse Babett Knudsen, que protagonizaba en Borgen el papel principal y que aquí aparece en un registro completamente distinto) y que induce al Presidente del Consejo (Nicolas Bro terrorífico en su oratoria enloquecida) a la locura;  y el soldado Johan (Søren Malling, que también aparecía en la serie anterior como director de la cadena televisiva), y que ya vivió otra guerra, lo que le da experiencia suficiente, y que posee poderes paranormales. Este  último personaje es de una hondura dramática extraordinaria; es capaz además de transmitirla a través de su mirada. Inquietante. Difícil olvidar su rostro a partir de ahora. Resulta chocante que, a pesar de haber visto ambas series de forma consecutiva, los actores hayan sido capaces de encarnar caracteres radicalmente distintos y que todo siga siendo creíble.

 




























Ambas imágenes son fiel reflejo del desastre vital para tantos seres humanos que supone cualquier guerra. Además del sinnúmero de figurantes que intervienen en la producción, hay un cuidado especial en el vestuario, los uniformes de unos y otros, y en el atrezo de interiores. La segunda tiene bastante que ver con la anécdota del cañón que resbala hasta el agua en el filme. Hay autenticidad en los exteriores del campo de batalla y en los salones donde se cuece la alta política, fotografiados con una luz extraordinariamente nórdica. La filamación de las batallas está fantásticamente realizada. Hay detalles poco comunes y tremendamente reales: el trávelin sobre las caras de los muertos es de un verismo doloroso. Después del desastre hay personajes que siguen envueltos en la badera del patrioterismo barato y que estarían dispuestos a repetir la jugada. Como dicen los prusianos, los daneses son sentimentales e imprevisibles. Me gustaría saber cómo se estudia el episodio en las escuelas actuales. Tengo la sensación de que Dinamarca ha asumido su papel de país a la vanguardia del Estado del Bienestar, junto con los otros estados escandinavos y ha abandonado definitivamente sus ambiciones expansionistas, aunque no debemos olvidar que en todas esas tierras del Norte están surgiendo partidos xenófobos y nuevamente nacionalistas. Habrá que estar atentos. El filme es un claro ejemplo de hacia dónde conducen esas ideas.

José Manuel Mora.





















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