Borgen, de Adam Price/ Soren Kragh-Jacobsen

 Seriéfilos.

                               La democracia es el peor de los sistemas de gobierno, exceptuando todos los demás.
                                                                                                                                               W. Churchill

La etiqueta que he elegido para clasificar la entrada ha sido por defecto. No tengo ninguna dedicada a las series. Pero hay muchos expertos que consideran las narraciones televisivas como el mejor cine que se está haciendo en estos momentos. Nihil novum sub sole. Las historias contadas por capítulos se empezaron a poner de moda en Francia y Gran Bretaña durante el s. XIX como forma de fidelizar a los lectores de periódicos. Aparecían en la última página de los mismos y solían ser leídas en voz alta por los que tenían competencia lectora ante los analfabetos, que las escuchaban ávidos de conocer las intrigas que se sucedían y cuyos desenlaces solían quedar pospuestos con el inevitable "continuará". Este trabajo dio de comer a muchos grandes narradores de la gran literatura de la época. Algunos escribían por adelantado fragmentando la narración en los capítulos publicables. A otros les pillaba el toro, porque sus vidas eran igual de azarosas que las de sus personajes y se las veían y deseaban para entregar a tiempo lo siguiente. Los editores sabían de la importancia de esta parte final de sus diarios para la buena marcha de las ventas. Cuando llegó la televisión, allá por mi lejana adolescencia, cuando no había más que un canal en B/N y algunos suertudos podían ver el UHF, las series no tenían este carácter. Poseían un personaje protagonista que solía dar el nombre a las mismas y unos secundarios, con los special guest stars para cada capítulo: tiempos de Perry Mason, o de El fugitivo, por hablar del Paleolítico Superior. No había continuidad en la trama. No pasaba nada si uno se perdía un capítulo. Ya con la tele en color, nuestro país tuvo su momento de gloria con Fortunata y Jacinta (1980)y con Los gozos y las sombras (1982); me bebí ambas, a pesar de haber leído previamente la novela de Torrente Ballester o la de Galdós. Eran condenadamente buenas y no desmerecían en relación a los originales. Parece evidente que un buen guión es absolutamente necesario para que una serie triunfe. Si los actores son buenos, miel sobre hojuelas. Salto a 2004, que fue cuando me enganché al fenómeno de las series como ahora las conocemos. Soy poco amigo de verme obligado a estar pegado a la pantalla el día de la emisión, sin embargo Perdidos (Lost, 2004) consiguió atraparme en su primera temporada, aunque acabara por aburrirme debido a los quiebros increíbles del guión. Casi que prometí no volver a hacerlo. Et pourtant... La cadena HBO trastocó mis planes con una serie que llegó a ser de culto: A dos metros bajo tierra (Six Feet Under, 2001-2005). Me parecía tan políticamente incorrecta con su humor negrísimo, que no pude dejar de seguirla capítulo tras capítulo. Los grabadores/reproductores permitían registrar para verlos en diferido cuando uno quisiera. Y así fue como caí más tarde en Homeland (2011). La muerte del protagonista hizo que el proyecto se desbaratara, pero he de confesar que la disfruté a modo. De nuevo me prometí a mí mismo ser fuerte, pero el artilugio de la televisión inteligente, que permite grabar y guardar en la "nube" aquello que interesa, pone las cosas muy difíciles para mantenerse íntegros. Mi amiga C. Jorques lo sabe, porque es de las que se compra las series empaquetadas para disfrutarlas a su aire. Yo he permanecido incólume a hitos televisivos como Los Soprano (1999-2007),  o más recientemente Mad men (2007-2015), por no hablar de El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006), con la que ésta que voy a comentar tiene algunos paralelismos. 



¿Qué me puso en el disparadero de querer seguirla sabiendo los inconvenientes que tienen estos productos? Probablemente unas críticas elogiosas (Stephen King la eligió como la mejor en 2012, por delante de Juego de tronos, a la que también soy adicto). En segundo lugar, que se desarrollara y produjera en Dinamarca, país que tanto admiro. Por último, que la trama tuviera como argumento principal los avatares políticos con que tiene que batallar la Primera Ministra del país, gobernando un tripartito y sin mayoría en la cámara. Se empezó a emitir la primera temporada en 2010 y la tercera y última en 2013. Y como la naturaleza imita al arte, como dijo tío Oscar,  un año después, en 2011, Helle Thorning-Schmidt, socialdemócrata, fue elegida Primera Ministra de Dinamarca y fue la primera mujer que ocupó ese cargo en el país. País que tiene además tradición de buen cine así que, conectando un lápiz óptico a la pantalla del salón, ando enfrascado a razón de dos capítulos por sesión. Estoy en la segunda temporada, pero no puedo esperar a acabarla para escribir estas líneas. Seguramente al final será necesaria una coda. El primer capítulo me pareció modélico: el Primer Ministro dimitía por haber usado su tarjeta corporativa para salvar a su mujer de una detención en unos grandes almacenes, y a sí mismo del escándalo que se hubiera seguido. Pensé: como aquí. No hace falta en Borgen (término que es una abreviatura de Christiansborg, palacio donde tiene su sede el Gobierno, junto a la maravillosa bolsa de Copenhague) convocar comisiones ni realizar encuestas de opinión. Una conducta impropia hace que el político ponga el cargo a disposición. Por supuesto, el despacho de la Primera Ministra, los pasillos, aparte de la Cámara de representantes, son constantes hervideros de rencillas, chalaneos, negociaciones serias. La política en vivo y en directo.



Y más si ese directo se desarrolla muchas veces ante los periodistas. Las cadenas de televisión, los periódicos, ejercen su control, contrastan información, investigan, entrevistan a los políticos, que pasan a veces auténticas dificultades para responder y, por supuesto, intentan manipular para llevar el agua a su molino, esto es, a sus intereses. Ese es otro de los temas centrales de la trama: la libertad de prensa, con sus limitaciones y dificultades para ejercerla con seriedad. Imágenes contrapuestas y complementarias son la periodista inasequible al desaliento y el asesor de prensa de la Primera Ministra. Si además hay una corriente de atracción entre ellos, la cosa se complica. Los afectos son parte importante de los seres humanos, también de los políticos: Birgit Nyborg, la Primera Ministra en la ficción, intenta conciliar su profesión con la dedicación a su familia. Había un pacto previo con su pareja, y es el marido el que renuncia a su puesto para dedicarse a la casa y los hijos. Cuando ella acabe trayéndose el trabajo a casa (¡malditos ordenadores portátiles!) el pacto saltará por los aires. No pasa aquí como en series y pelis estadounidenses, donde ante este tipo de conflictos la familia siempre pasa por delante. Y no se trata de que nos estén dando la charla feminista. Es un feminismo práctico, encarnado en el día a día con naturalidad, como una muestra de la capacidad igualitaria de los sexos cuando éstos tienen las mismas oportunidades. En otras ocasiones se trata de un feminismo combativo, cuando hace falta no dejarse comer el terreno por quienes siempre detentaron el poder: los varones.




En la imagen aparece parte del elenco en torno a su creador, Adam Price. Se trata de una serie encargada por la televisión pública danesa (¡qué envidia!). Este cráneo previlegiado, que decía D. Latino a Max Estrella, ha decidido que todos los temas son dignos de ocupar su espacio: el prurito de autogobierno de los groenlandeses, después de tantos siglos como colonia; la intervención de Dinamarca en la guerra de Afganistán, con la disyuntiva de retirar tropas o acrecentarlas, siempre con posturas que se defienden desde el matiz y la argumentación y no desde el brochazo tosco y partidista que todo lo intenta justificar pro domo sua. Los guionistas y los personajes conocen bien el país en que viven y saben que una infidelidad (en la antaño rígida sociedad protestante donde no hay cortinas en las ventanas, porque supuestamente no hay nada que ocultar) puede ser sobrellevada siempre que no interfiera con la actividad desplegada; sin embargo saben también que la homosexualidad de un político no podrá ser nunca esgrimida en su contra, si no es como forma de mentira, caso de haber estado escondido en lo más profundo del armario. Hay otro capítulo dedicado a ello. Como a los abusos infantiles sufridos en su infancia por uno de los protagonistas, lo que le ha pesado toda su vida al no haber sido capaz de hablarlo. O a los intereses de las grandes corporaciones, que defienden el aumento en la cuenta de resultados envolviéndose en la bandera del patriotismo. O la validez ética de la prostitución. O el espantajo del miedo al extranjero, manipulado bajo la forma de la necesidad de salvaguardar las "esencias" danesas. O la defensa de la sanidad pública, cuyas listas interminables se intentan sortear cuando le va a uno la vida en ello. Todo, tan reconocible...
 


Por supuesto no todos los capítulos tienen el mismo grado de intensidad dramática. Tampoco todos los personajes poseen la misma hondura; los hay de cartón piedra, los "malos", de los que sólo conocemos su afán manipulador. Me parecen de relleno, o instrumentales dentro de la trama. Si todos fueran así, sería una serie fallida. Pero los hay con una profundidad psicológica impresionante, con todos los recovecos del alma humana iluminados o ensombrecidos por los rencores, los afectos, las contradicciones, las dudas, los intereses propios y ajenos...El jefe de prensa de Nyborg, Kasper Juul (Pilou Asbaek) se caracteriza por su falta de convicciones; es capaz de defender cualquier idea que sirva a los propósitos de quien lo ha contratado. La vida de periodistas y políticos es líquida, fluye, nada se puede dar por definitivo. Toda esa complejidad es uno de los alicientes de la serie. Por no hablar de su altísimo nivel técnico. No voy a entrar aquí en un listado de nombres en plan "títulos de crédito", de gente a la que no había visto nunca actuar y que me son absolutamente desconocidos. La emoción que desprenden algunos primeros planos es conmovedora. La fotografía consigue trasladar esa luz tan nórdica que yo he conocido en verano y en invierno. Me ha encantado reconocer muchos de los exteriores donde se ha filmado, sin caer por ello en la tarjeta postal. La presentación de los capítulos, en blanco y negro, era de lo más atrayente, servida por el tema musical, que me ha traído a la cabeza el "Canto ostinato", que escuché en Holanda hace un par de años. Creo que sí merece la pena hacer mención de la credibilidad que desprende Sidse Babett Knudsen  en el papel protagonista. Las dudas finales la humanizan todavía más. Viéndola actuar uno cree que realmente resulta difícil salir indemne del ejercicio del poder, que es casi imposible no contaminarse moralmente con las decisiones que se deben tomar. Hay una defensa de la política, de la importancia de la misma para los ciudadanos a los que se dirige, pero no hay almíbar, ni excesivo cinismo. Dejo el tráiler en V.O. subtitulado en inglés, como me habría gustado verlo. Y no quiero terminar sin dedicarle esta entrada a mi amiga del alma Birgit Jensen, que me hizo conocer y querer a ese maravilloso país. Esta serie me ratifica en mi admiración por un determinado modo de vida. Lástima que falte la luz durante tantos meses al año. Para un mediterráneo como yo resultaría insufrible tanta oscuridad. Cine del bueno, pues. 



José Manuel Mora.

Comentarios