El asesino dentro de mí, de Jim Thompson

 Serie negra

Tras mucha insistencia de mi librero de cabecera, Fernando Linde, de 80 Mundos, me traje a casa un libro que tal vez , en otras condiciones , no habría elegido. La serie negra, denominación que proviene del color de sus tapas en sus ediciones francesas de Gallimard, tiene tras sí una legión de fanes. En España se celebra una semana dedicada a este tipo de literatura en Gijón que tiene cada vez más éxito. Ya en los años cincuenta Raymond Chandler, uno de sus representantes de más pedigree, la definió como "la novela del mundo profesional del crimen". Como metáfora podría tener que ver también con el ambiente oscuro, inquietante y de bajas pasiones en que se desenvuelven sus tramas. Quedaría pues lejos de las novelas de detectives, ambientadas normalmente en refinados ambientes, en las que uno o más asesinatos se producen y vienen a ser resueltos por detectives de pro. Pienso en S. Holmes, o H. Poirot por hablar de dos clásicos. Lejos de esas resoluciones finales que pretenden sorprender al lector (recuerdo Diez negritos, en la que morían los diez personajes, el aesino incluido), aquí las fronteras entre el bien y el mal están más difuminadas y sus protagonistas suelen ser individuos derrotados, que intentan sobrellevar su decadencia y luchan por establecer unos hechos con un mínimo de coherencia. La violencia, la inseguridad en la que se desenvuelven sus personajes son un fiel reflejo de la sociedad en la que viven, donde incluso la autoridad y el poder económico y político, y a veces hasta el judicial ("Descubrí que el lugar donde se abusa más fácilmente de la ley es precisamente en un juzgado", pág. 199), suelen estar contaminados. 


Todo ello tiene un paralelismo con cierto cine de Hollywood, que yo suelo asociar a las pelis en blanco y negro de los años 40 y 50. Pienso en Perdición, (cuyo título original fue Double Indemnity, dirigida por B. Wider )o Sed de mal, de O. Welles, por citar sólo las dos primeras que me han venido a la cabeza. Del título que encabeza esta entrada hay también versión fílmica de 2010, que no conozco. THOMPSON, JIM. El asesino dentro de mí. Barcelona: RBA Libros, 2010, aunque manejo su tercera edición de 2014. Novela corta, 227 págs. y barata, muy adecuada para estos calores estivales. Pues bien, cargado con todos mis prejuicios, me sumergido en sus páginas. Se desarrolla en 1952, en Texas. Y lo primero que me ha llamado la atención es escuchar la voz del narrador, el ayudante del sheriff, que no llega a la treintena ("Vestía una camisa rosada, corbata de lazo y los pantalones del traje azul de sarga quedaban sujetos en la caña de las botas Jusiin. Enjuto y flexible, una boca indolente. Un vulgar guardián de la paz en un pueblo del Oeste, ése era yo [...] En conjunto francamente vulgar"; pág.35) y que desde las primeras páginas anticipa "Sería capaz de matarla. Podía volverme la enfermedad [...] La gente empezaría a pensar, a pensar y a preguntarse qué ocurrió quince años antes" (pág. 19). No hay más explicación, pero la insinuación de su potencial mortífero, que vendría a confirmar algo acaecido en el pasado, ya es bastante para disparar nuestras alertas de lectores. Hay en la vida de Lou Ford, el narrador-protagonista, dos mujeres: una furcia a la que debe expulsar del pueblo y que actúa como una auténtica femme fatale (qué papel para la Stanwick): "Lou, querido, no te voy a soltar nunca. Nunca, nunca. Si ahora eres demasiado para mí, harré que dejes de serlo" (pág. 22). Y la muchacha con la que él sale desde sus tiempos de instituto. Ambas lo agobian por igual, aunque por distintos motivos.

Junto a las tramas "femeninas", se nos habla de un gran constructor que parece dominar la ciudad y todas sus teclas. Y una muerte inexplicada. Y un sindicato que también parece estar bajo los intereses de aquél. Y todo va desarrollándose como si no se pudiera escapar de un fatuum que va llevando el horror al centro de ese aparentemente tranquilo villorrio del Oeste. Los crímenes se van sucediendo. No hay intriga posible, puesto que sabemos quién los comete desde  casi el principio. Lo apasionante es el descubrir quién será el siguiente, el modo en que morirá y las razones de su muerte. Todo está absolutamente trabado. No hay escapatoria posible. Pero como dice el jefe de los agentes de la ley "Vivimos en un mundo loco, muchacho, en una civilización muy peculiar. Los policías juegan a ladrones y los ladrones juegan a policías" (pág. 119). Como señala el prologuista Juan Saturain, "Los libros de serie negra contaron como nadie la pesadilla en que devino ese sueño americano postergado sin término" (pág. 10). Con todo ello no es ésta una novela de la que haya que esperar florituras estilísticas. El escritor, tramutado perfectamente en su narrador-protagonista, va al tuétano de las cosas sin detenerse en descripciones preciosistas, las justas nada más. Es cierto que da en el clavo con la caracterización de los personajes, lo que ayuda a que los entendamos mejor, aunque haya poca posibilidad de epatía. Pero hay un par de cosas que me han molestado: los diálogos me sonaban tan a clisé como los que se escuchan en algunos de los filmes citados arriba. Y a lo anterior se le añade una traducción no demasiado acertada. Sin embargo el narrador usa la cursiva en determinados momentos, a modo de corriente de conciencia, a veces anticipadora y otras explicativa. Hay una direccionalidad en la narración de su historia, puesto que se dirige a los posibles lectores "Y era duro, créanme" (pág. 168), como en un intento de ponerlos de su lado. La explicación de todo el horror acontecido no llegará hasta el final, con un pequeño guiño a otros escritores: "Tengo que contarles todavía un par de cosas [...] Quiero contarlas y lo haré, tal y como sucedió exactamente [...] En muchos libros que he leído, el autor parece descarrilar, enloquece en cuanto llega el momento culminante [...] Lo voy a contar todo. Pero por orden. Quiero que comprendan cómo sucedió" (pág. 171). Hay pues un control absoluto de todo lo narrado. Vemos y sabemos desde la perspectiva del narrador y sólo desde él. Todo puede ser, pues, relativo. No quisiera vivir en una sociedad en la que "Ellos [los que controlan] te pueden hacer eso y más. Pueden hacerle a uno todo lo que permite su fuerza y la debilidad de la víctima" (pág. 199). Literatura negrísima, sin esperanza de redención. sin salida.
José Manuel Mora.


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