La familia karnowsky, de Israel Yehoshua Singer

 A vueltas de nuevo con la Mitteleuropa

A veces tengo la impresión de estar especializándome en narrativa centroeuropea. Creo que ya lo he dicho en alguna otra ocasión. Y no es algo que me haya propuesto de antemano. Si se repasan los títulos de los últimos libros que he leído, se puede comprobar que abundan los de autores centroeuropeos (da igual que sean alemanes, austriacos, checos, polacos, franceses, holandeses) o la temática relativa a la famosa Mitteleuropa. Me da el pálpito de que algo debe de tener que ver la editorial Acantilado, que sí está especializada en su catálogo en obras de estas características. También la impronta que dejó en mí la lectura de Zweig, y la que me parece su obra capital, dentro de lo interesante que es toda ella: El mundo de ayer. Memorias de un europeo (1940).Esta vez el autor es polaco (1893) y hermano mayor de Isaac Bashevis, un premio Nobel de 1978 al que todavía no he leído. SINGER, ISRAEL YEHOSHUA. La familia Karnowsky. Barcelona: Acantilado, 2015; la traducción, cuidadísima, es de  Rhoda Henelde y Jacob Abecasís; 553 págs. que vienen completadas con un pequeño vocabulario de palabras en yiddish con su traducción. Creo que puedo hablar de novedad. Bien es cierto que el original vio la luz en yiddish, en los USA y el mismo año en que se concluyó su escritura, 1943; y no es una fecha baladí, como luego se verá. Ambos eran hijos y nietos de rabinos, lo que resulta también significativo dentro del libro que paso a comentar. Israel murió una año después de concluida su obra en Nueva York.


Las literaturas orientales, la hindú, la persa, la árabe, y por supuesto la hebrea, tienen un componente de oralidad muy fuerte. Basta con pensar en Las mil y una noches. Si a ello se le añade la diáspora padecida por el pueblo de Israel, el contar historias para trasmitir un legado que se considera valioso resulta crucial, sean éstas de carácter profano o religioso. La familia del propio autor era de origen polaco, como se ha señalado, luego emigrada a Alemania y por último, antes de que se cerraran las fronteras que encaminarían a tanta gente a la "solución final" ideada por los nazis, a Nueva York. Desde el inicio el autor nos propone un fresco familiar dividido en tres grandes partes, que corresponden a tres varones de la misma familia: David, el abuelo, de fuertes convicciones rabínicas, practicante confeso del judaísmo al que "atrajo ese país del otro lado de la frontera [Alemania] de donde procedía todo lo bueno, lo luminoso y lo inteligente" (pág.16); Georg, el padre, nacido e integrado ya en la Alemania por la que ha combatido en el el primer gran conflicto europeo y que ejerce como médico de renombre en Berlín, además de estar casado con una alemana, tal vez siguiendo el consejo de su padre: "Sé judío en tu hogar [...] y alemán entre alemanes" (pág. 18); y el hijo, Yegor,  en conflicto consigo mismo, con su familia y con el mundo, pues su personalidad escindida entre lo hebreo de su padre, de lo que reniega, y lo alemán de su madre y su tío, que le permitiría integrarse en la nueva sociedad aria, es una constante fuente de sufrimiento para el adolescente frágil y obstinado, como todos en su familia: "Los Karnowsky de la Gran Polonia eran conocidos como hombres obstinados y polemistas" (pág.9), que sufre toda una serie de humillaciones al socializarse en el instituto. Su llegada a EE.UU. no cerrará las heridas, puesto que se lleva el conflicto con él. Hay entre las tres generaciones un continuo enfrentamiento ("David Karnowsky no soportaba que nadie le contradijera con la misma tozudez y su hijo lo hacía constantemente" (pág. 46), y a la vez una continuidad que la constituye en saga.


Al contrario de lo que sucedía en el libro de Zweig, no se trata tanto de la historia de la Alemania del primer tercio del s. XX, sino de la intrahistoria de esta familia y del grupo social al que pertenece. Hay infinidad de personajes que complementan a los miembros del grupo familiar y nos muestran cómo la actitud y las oportunidades de cada quien en la sociedad a la que llegaban eran distintas (integración, automarginación), y ello condicionaba su presente y su futuro. El propio autor confiesa a su madre en una entrevista que "la literatura se ocupa sobre todo de la naturaleza de las personas, de sus sentimientos, de su forma de hablar, así como de su comportamiento ante diversas circunstancias". Y el desarrollo de la trama lo confirma. Se supone que los lectores sabrán encuadrar la anécdota en los sucesos del momento. "Los alumnos judíos no sólo eran siempre los mejores, sino que tenían que serlo debido a la ambición que caracterizaba a su raza" (pág. 52). Lo que se hace evidente al hablar de la guerra del 14. Uno de los personajes, marginal en lo que respecta al grupo judío al que pertenece, exclama con enfado: "Encima van cantando [los voluntarios que iban al frente], esos bueyes estúpidos, a quienes los lacayos de la corte y los lameculos del emperador envían al matadero [...] incultos patanes que no conocían otra cosa más que la sucia política y la reverencia ante las coronas y las charreteras. Por esta razón se convertirán tan fácilmente en asesinos y carniceros" (pág. 150). Nuevamente hay aquí ecos de la peli Paths of glory de S. Kubrick. Su hija, que se enamora de Georg, renunciará a su amor y a su futuro de ama de casa para luchar desde dentro de la clase obrera como una R. Luxemburgo anónima: "No quería conformarse con la vida vacía de esposa y madre [...]. Los dirigentes del partido le habían encomendado misiones de gran responsabilidad que rara vez eran encomendadas a mujeres [...]. Y Georg necesitaba una mujer esclava, una esposa para él y una madre para sus hijos" (pág. 173). Así que el amor resultará imposible y acabará con una aria con la que comparte trabajo y preocupaciones.


El descontento con el resultado del conflicto armado es cada vez mayor y hace que las banderas rojas lleguen al Tiergarten. "Deseaban dejar atrás la guerra, borrar todo recuerdo de frentes y soldados" (pág. 165); "Había masas de trabajadores que hartos de esperar y de la inacción, de vivir de subsidios y de las falsas promesas, exigían hechos a los gobernantes" (pág. 275). La locura de la inflación desbocada ["A los turistas les divertía cambiar sus billetes de un dólar por millones de marcos" (pág. 220)] , el afán de venganza contra las potencias vencedoras, la consideración de los judíos como víctimas propiciatorias y causantes de todos lo males, hacen que aparezcan los de "las botas altas". Esta referencia es suficiente para que el lector sepa de quién se habla: "Por las calles de la ciudad deambulaban bandas de jóvenes descerebrados que exigían con aullidos salvajes matar a todos los judíos del país" (pág. 210); "La juventud estaba regresando al germanismo ancestral, al heroísmo, al coraje, a la sangre y a la raza" (pág. 258); ellos no habían ido a la guerra, claro. Hasta el nieto adolescente arde en deseos de "desfilar, desfilar, desfilar. Como todos los que le rodeaban, él levantaba el brazo rígido cada vez que pasaba una cuadrilla en apretadas filas. Como todos, él también voceaba gritando consignas. Y como todos, le compró a un vendedor callejero las insignias del Nuevo Orden" (pág. 288). La contradicción íntima e insalvable de la que hablé más arriba se hace patente no sólo en él, débil y malcriado, sino en tantos otros, como Georg, su padre, que encarna la cumbre del éxito y la integración familiar: "Es curioso que pertenecían a la comunidad judía, pero sólo a efectos formales. Su lealtad pertenecía por completo y únicamente a Alemania" (pág. 281), como había mostrado el hecho de que habían luchado en las mismas trincheras que los arios. Hasta que aparecen la pintadas en los escaparates de los comercios, las palizas a media noche, la imposibilidad de ejercer la medicina. Y se imponen las decisiones trascendentes.


Y así llega un momento en que el clima se hace tan irrespirable que quienes pudieron conseguir los permisos pertinentes emigraron a Nueva York, como hizo la propia familia del escritor. Debe de haber mucho de biográfico en las vivencias que se exponen de los recién llegados. "Un sol implacable abrasaba el puerto de Nueva York, del que emanaban acres olores a pescado, a alquitrán derretido y a frutas en descomposición" (pág. 371). Aquí también "todos son iguales, pero algunos son más iguales que otros", que decía G. Orwell. Los que hace tiempo que están asentados miran por encima del hombro a los que llegan con lo puesto, aunque hay otros solidarios con los huidos. Todo tan complejo como la vida misma y expresado con sencillez no exenta de fuerza: "El cielo suspendido sobre su cabeza semejaba un inmenso trapo negro lleno de agua" (pág. 530). Hay gente buena y gente mezquina; gente trabajadora y gente aprovechada; humilladores y humillados. La comedia humana, que diría el otro. Y un final abierto, modernísimo para su tiempo y de una hondura emocional enternecedora. Quienes siguen estas líneas saben que no destrozo los finales. Hasta aquí puedo leer. Novela al modo clásico, pues, magníficamente escrita y apasionante para seguir colocando las teselas que reconstruyan ese periodo de vida centroeuropeo con el ánimo de no volver a repetir el horror que se vivió.

José Manuel Mora.

P.S. Al colgar esta entrada, celebro también que ya hay un cuarto de millón de visitas en la sección estadística de este blog, lo que no deja de asombrarme. Gracias a quienes lo siguen. No se trata más que de un entretenimiento de jubilado, a la vez que un vademecum que me ayuda a sostener mi memoria.




Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Gracias este artículo me ha ayudado en un trabajo de la uni! muy bien escrito y argumentado :)