Bron // Broen (El puente), coproducción danesa-sueca

 Lugares de paso

Y de nuevo, al comentar mi casi recién estrenada afición "seriéfila" (no creo que la RAE haya aceptado todavía el término, aunque su formación responde a la de cualquier derivativo culto), mi tocayo J. A. Mora, a pesar de ser de matemáticas, empedernido aficionado, me recomienda otro título del que ni siquiera en los periódicos había oído hablar. Además, también del frío norte, una coproducción sueco-danesa de las televisiones estatales. El título es doble, debido a los dos idiomas que se manejan y que, al parecer, entre gente medianamente culta (la oralidad es siempre más compleja) son bastante comprensibles en los dos sentidos, sobre todo gracias a la proyección en V.O. de muchas películas y series en las televisiones de ambos países (bien es cierto que para los daneses es mucho más comprensible el noruego). Aquí, con el doblaje, los matices del acento que diferencian a los habitantes de Malmö y a los de Copenhague, las dos ciudades donde se desarrolla la trama, se pierden. Bron // Broen (El Puente). Su primer capítulo, de los diez de la primera temporada, se emitió en 2011 y el último de la segunda temporada en 2013, cada uno de una duración de 60 mi., casi como películas cortas. Me entero ahora de que el año pasado se empezó a rodar una tercera, que tiene previsto su estreno en Suecia para septiembre de este año. No sé cuándo llegará aquí. Lo que sí sé es que este noir nórdico nos atrapó desde las primeras secuencias y no nos ha soltado. Cómo son estos escandinavos haciendo cine.



Y el puente al que hace referencia el título es el que sobrevuela el estrecho de Øresund, que durante siglos separó Suecia de Dinamarca y que fue inaugurado en 2000 y que ahora, con sus 16 km., los cuatro carriles superiores y la vía de tren que corre por debajo, es una maravillosa obra de ingeniería y un elemento que ha puesto en contacto fluido a los habitantes de los dos lados del estrecho. Hay que atravesarlo para darse cuenta de la envergadura de la obra. No sé si yo sería capaz de hacerlo conduciendo. En mi primera visita a Copenhague había que conformarse con ver Suecia desde la orilla, al otro lado del estrecho, cerca y lejos a la vez, como los buenos vecinos. Los resquemores antiguos, como los que solían tener los españoles respecto a los franceses o portugueses, y viceversa, se han acabado disipando con el contacto y la comunicación. Viajar enriquece y hace caer los tabúes que levantaron fronteras y enfrentamientos bélicos. La línea de separación fronteriza de los dos países viene marcada sobre el asfalto en medio del puente.


Y es sobre esa línea, con medida equidistancia, donde aparece el cadáver de una mujer en medio de la noche. Ello traerá consigo la necesidad de que sea la policía de ambos lados quien tome cartas en el asunto. Más cuando, al ir a levantar el cuerpo, se compruebe que en realidad se trata de dos mitades seccionadas de dos cuerpos diferentes. Nuevamente el arranque no puede ser más sorprendente y por lo tanto atrapador. Las fotos de abajo muestran la realidad y ésta misma transformada, gracias a la fotografía de Jorgen Johansson, de quien luego volveré a hablar.
 
























Hans Rosenfeldt, el guionista sueco de la serie, se ha empleado a fondo en las sucesivas tramas. En realidad la estructura sería casi como la de una matrioshka rusa a la inversa, cada hecho guarda en su interior el germen del siguiente, que será más definitivo y más grave, todo en un crescendo perfectamente orquestado hasta un final de la primera temporada de auténtico infarto en las vías del tren que pasa por debajo del puente, donde todo se inició. Bucle perfecto. Lo que podría pensarse que es un simple crimen, al estilo de tantas series y películas estadounidenses, aquí va cobrando dimensiones de denuncia al tratar temas que afectan y preocupan a las dos colectividades separadas por el mar, los que pone sobre la mesa el TDV (Terrorista De la Verdad): los sin casa, los enfermos mentales que no son tratados adecuadamente, el periodismo corrupto dispuesto siempre al amarillismo con tal de vender, la discriminación policial y judicial que hace que no todos los casos se investiguen con igual intensidad... Todo ello podría resumirse en la sensibilidad que tienen esas sociedades frente al problema de la desigualdad. Lógicamente todas estas denuncias se producen en torno siempre a diversos crímenes que se van sucediendo. Al final uno se da cuenta de que la frialdad que se les achaca a los nórdicos no es más que una etiqueta, y que la pasión puede convertirse también para ellos en un motor terrorífico y destructivo. La segunda temporada, de 2013, se vuelca más hacia otra de las preocupaciones de los países más avanzados: la medioambiental, lo que dará lugar a un sofisticado ecoterrorismo. Cada una de las dos temporadas se cierra en sí misma, aunque quedan elementos que las siguen trabando entre sí.

 
Y lo que redondea la función es la contraposición de los dos inspectores que deberán hacerse cargo del caso: Martin, danés (Kim Bodnia), campechano, tolerante, dispuesto siempre a acudir donde se le requiere, casado y con cuatro hijos, lo que no le impide ser algo mujeriego (ya se sabe el dicho: "los daneses, los latinos del Norte"); y Saga (Sofia Helin), sueca, adicta al trabajo, enormemente eficiente dada su capacidad de deducción, y profesional por encima de todo, aunque incapaz de empatizar con los compañeros, con algún testigo herido (del que sólo le interesará la información y no su estado), o incluso con algún amante ocasional o permanente. No sabe socializar, le resulta imposible captar la ironía, ya que todo lo entiende al pie de la letra. Todo tan extremo que pronto uno empieza a pensar en algún posible trastorno de conducta (¿síndrome de Asperger?, además de una familia traumatizante). Acostumbrados como estamos a las series estadounidenses, el cambio de roles es fascinante, además de enormemente divertido en muchas ocasiones. Ambos son tan opuestos en metodología y en leyes que han de cumplir, dados sus dos países, que los choques son constantes, aunque poco a poco el feeling vaya surgiendo progresivamente. Hay toda una serie de secundarios; policías, implicados en las muertes, familiares, y otros que no parecen tener relación con la trama y que acaban ocupando su lugar en el momento justo asignado por el brillante guión. El ritmo es trepidante y las elipsis ajustadas a la rapidez de la planificación. Los quiebros en el argumento no dejan impasibles. En realidad, he hecho algo que nunca antes, ver siete capítulos en un día. Un atracón satisfactorio que me permitiera ir a la cama sin la inquietud generada.


Hay muchas más diferencias con las series al uso: los personajes no cambian de ropa a cada plano; ella lleva la misma a lo largo de toda la serie, casi como un elemento identificador de su carácter. No les interesa ir maqueados. Su preocupación son los casos que les ocupan. Su manera de vivir, los coches que llevan, las casas en las que viven parecen auténticas, lejos del aire de decorado de cualquier peliculilla. Naturalmente, cuando quienes ocupan la pantalla son gente de dinero, como la dueña de una industria en la segunda parte, el diseño de su casa resulta fascinante por la linealidad, la blancura, la luz a través de muros de cristal, la elección de los objetos de decoración o de las lámparas. Todo, tan danés.... Hablaba antes de la fotografía. Johansson y sus compinches logran captar esa luz lechosa, a veces sucia, de cielo bajo y encapotado, tan escasa en los meses de invierno, o la de los interiores, sea la oficina o un hospital, convirtiéndola en una ambientación perfecta.





























 
Falta un último personaje: la ciudad, da igual que sea Copenhague o Malmö. Ambas aparecen igual de gélidas: hormigón y cristal. Casi no hay figurantes. Sólo transitan por ellas policías y coches. El símbolo danés por excelencia, la bicicleta, casi no se ve. Habiendo estado varias veces en esa urbe, resulta casi imposible identificar lugares. No hay el recurso fácil a la tarjeta postal, salvo la permanente construcción que sobrevuela el mar. Y el Turning Torso de Malmö que domina toda la panorámica. Como dicen mis amigos escandinavos, "en inviernos nos falta la luz". Y eso es patente en la serie.




Y aún un último apunte: la excelente banda sonora, además de la pieza que acompaña los títulos de crédito, que no me resisto a dejar aquí: "Hollow Talk", y que es obra de Choir of Young Believers.



El que avisa no es traidor. Si veis el primer capítulo, no podréis dejar de ver la serie completa. Feliz atracón y a esperar la tercera temporada con novedades sustanciales, al parecer.

José Manuel Mora.

José Manuel Mora.

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