True Detective, de Nic Pizzolatto



El horror, mi hermano, el horror.

He de reconocer de entrada que la curiosidad me picó por culpa del no simpre acertado Carlos Boyero, que va de destroyer crítico y chico malo en las páginas de cine de un diario nacional. A veces peca de divino y ataca pelis que luego he visto y me han gustado. Es cierto que "para gustos, colores"; en otros casos su valoración me ha servido para orientarme o para hacerme ir a ver alguna de la que no tenía demasiadas referencias. Sobre la serie que nos ocupa leí una breve mención elogiosa en una de sus columnas, y fue suficiente. Por supuesto, sé de una (y esta vez no te citaré, Carme) que ya la había visto, claro. En este caso no se trata de una novedad. En enero próximo hará dos años de su estreno. Sin embargo, y para quienes no conocen la finalidad de este blog, se trata de no olvidar la impresión fresca que me dejó anoche al finalizar su visionado y por si a alguien le puede servir de acicate para acercarse a ella y disfrutar como yo lo he hecho. True Detective, creada por Nic Pizzolatto, en la medida que guionista, y dirigida por Cary Joji Fukunaga. Como es de suponer, no conocía a ninguno de los dos, pero que venga avalada por la HBO, de la que ya he hablado en estas páginas, era suficiente marchamo de calidad. Sus tan "sólo" ocho capítulos de una primera temporada que puede darse por cerrada en sí misma, animaban a sumergirse en las turbias aguas de los pantanos finales del sur de Louisiana. 


Guarda esta srie, o esta película larga, alguna que otra concomitancia con la ya comentada aquí de Bron, la danesa con la que tanto he vibrado hace unas semanas. Una serie de asesinatos que parecen llevar la firma del mismo asesino y dos polis encargados de resolver el acertijo, emparentado con cultos cristianos oscuros que no distinguen entre sacrificar a mujeres jóvenes supuestamente descarriadas, o a criaturas de colegios religiosos y de baja extracción social, éstas sí absolutamente inocentes. Como en aquella, la relación que se establece entre los dos detectives es tan simbiótica, contradictoria y necesaria que esa misma relación conforma uno de los ejes de la trama, si no el principal. No es una serie sobre policías, es una serie sobre esos dos policías concretos, sobre Rust y Marty, sobre la amistad, sobre la forma de ver la vida de Rust y la de vivirla de Marty. Del primero vamos conociendo una cosmovisión que podría venir firmada por el más sombrío Schopenhauer, o por el alegre rumano de Cioran. Obsesivo en sus búsquedas, su tristeza vital, su desarraigo, su angustia, su implacable juicio sobre sí mismo y sobre los demás, sean reos o sus propios compañeros de armas, lo deja a uno sumergido en el cenagal de su mirada desencantada, simpre parapetada tras el humo de un cigarrillo (hacía tiempo que no veía fumar tanto en pantalla, ahora que todos somos tan políticamente correctos). El otro, Marty, habla menos, pero lo vemos actuar más: menos intuitivo, igualmente trabajador, cariñoso con sus hijas y mentiroso con su mujer, a la que engaña con la excusa de sus investigaciones. Ambos bebedores empedernidos, necesitados el uno del otro, aunque Rust diga "no me concierne", cuando el otro pretende compartir una preocupación conyugal, o que a pesar de un terrible enfrentamiento a puñetazos, Marty esté dispuesto a acompañar a su antiguo compañero en la búsqueda final del asesino.


Y hay más. La forma de contar la historia. Casi todas las de detectives tienen un fondo semejante. Lo interesante es ver la manera en que los creadores nos la plantean. Hay un momento presente en el que los dos exdetectives son interrogados por dos superiores, que pretenden saber cómo sucedió un caso antiguo y ya cerrado, ocurrido 17 años antes. En esa investigación los vamos conociendo, tanto por lo que dicen, como por el modo en que responden o se niegan a hacerlo. Y vamos teniendo los datos de lo sucedido a través de sutiles flashbacks que nos hablan de desapariciones, de sectas de religiosidad enfermiza, de modos de vida inhumanos, a pesar de suceder en los USA (el profundo y doloroso Sur, tan distinto y distante del rutilante N.Y. o de L. A.), de chozas entre pantanos, de pueblos destartalados junto a un cruce de carreteras. Hay un increíble plano secuencia de seis minutos que no llego a entender cómo se ha planificado ni cómo se ha conseguido filmar, el del asalto al barrio negro en busca de drogas con el motero. La tensión se multiplica justamente por lo ajustado de su captura cinematográfica. Y cuando ya parece que han solventado el enigma, una vez terminados los interrogatorios, en el más riguroso presente, los dos compañeros volverán a encontrarse para su resolución final. Y hasta aquí puedo leer. 























Matthew McConaughey es un actor a quien descubrí en Amistad, de S. Spielberg allá por el 97 y que no me dejó demasiada huella, y a quien volví a ver con todo su magnetismo ya incorporado en Mud y en Dallas Buyers Club, en su papel del drogata y traficante que encuentra sentido en empezar a pasar medicación desde México (que le valió un merecido Oscar), o en un trabajo completamente diferente, en el que se mete en la piel de uno de tantos "hijoputas", tiburones de las finanzas, en la implacable El lobo de Wall Street, de Scorsese, ambas de 2013. Todas ellas comentadas en estas páginas. El tipo es camaleónico. Si en un primer momento hace de poli escrupuloso, atento a la ley y que se ajusta a los estándares policiales, basta su melena recogida en coleta, su desgaire de vestimenta y sobre todo la profundidad de su mirada perdida mientras responde a las preguntas que le hacen. La derrota física y moral de este hombre queda de manifiesto en las imágenes finales del bar. No me resisto a poner una foto más. No sé si es de los que se ha formado en el "método" o su método es esa manera de mirar hacia dentro para dejarnos ver la oscuridad de su interior. Inasequible al desaliento en esa lucha entre la luz y la oscuridad de la que habla al final el asesino.

 
El segundo en discordia es Woody Harrelson. Lo conozco desde su papel en El pueblo contra Harry Flynt (1996) y luego lo vi en No es país para viejos (2007). A veces tengo la impresión de que es un actor de un solo gesto. Sin embargo, además de su excelente caracterización en los tres momentos de la trama, hay instantes en los que logra transmitir una auténtica carga emocional, a veces desbordante, como en la pelea con su colega, y a veces contenidísima, como en la secuencia familiar final. Es menos oscuro que Rust, pero, como en tantas vidas  colgadas del alcohol y de la dependencia del sexo a la hora del climaterio masculino de los cuarenta, hay en él un drama de adicto, una necesidad de afecto real, de su mujer y de su compañero, aunque sea tan desmañado a la hora de solicitarlo.  


En Bron hablé de la magistral ambientación y de esa fotografía oscura como la luz del norte. Aquí volvemos a lo mismo, pero con la luz del sur; tanto en interiores decadentes y degradados (las casas de los asesinos, sobre todo la segunda, son monumentos al síndrome de Diógenes, a la roña y la enfermedad del ánima: terrible la relación de los dos hermanos) o los que no lo son tanto y denotan mucho en su desnudez (la habitación de Rust), como en exteriores a los que vamos accediendo progresivamente. Las panorámicas de esos pantanos insalubres que ocultan tanto horror y degradación sólo los podemos ver casi al final. Mientras, mucha oficina, mucho coche patrullando, mucho bar de copas, mucho interior hogareño, todos ambientes creíbles, lejos de los manidos telefilmes, y que pueden explicar a los personajes; por no hablar de la localización de la secuencia final. En definitiva, una nueva radiografía de una sociedad que desde fuera parece enferma, a pesar de que determinadas zonas y clases sociales parezcan tan desarrolladas y pujantes, sobre todo las del papel couché. El otro lado del espejo, que le dicen.  
Yo la he visto doblada, desgraciadamente, porque estoy seguro de que en los tonemas habrá tanta información  como en lo que dicen los personajes. Así que una vez más he dejado el tráiler en V.O. para poder disfrutar de las voces de los actores. De nada. Y no puedo dejar de hacer un aparte para comentar los fastuosos títulos de crédito, que han sido premiados por sí mismos, y que nos presentan una serie de imágenes y fundidos al tiempo de los nombres, acompañadas por una preciosa canción. Su reiteración al comienzo de cada capítulo acaba volviéndose casi adictiva.




José Manuel Mora.


P.S. Seguramente haré una pausa en esto de las series. Tolstói y la preparación de los Carmina Burana que estrenaremos en Requena a principios de octubre, más mis primeras clases de español para extranjeros inmigrantes me van a llevar su tiempo. Y estas historias seriadas requieren dedicación y poder compartirlas para mejor disfrutarlas, lo que no siempre es posible. Pero seguro que volveré, como los de True Detective. Vale.

Comentarios

rodabecker ha dicho que…
Magnífica serie y magnífico análisis de la misma. Te recomiendo ver Fargo , la serie inspirada en la película de mismo nombre de los hermanos Coen. Seguramente la serie revelación del 2014. Grandes dosis de humor negro, paisajes fríos y nevados de Minnesota, un asesino (Billy Bob Thorton borda el personaje) personajes extravagantes, policías provincianos... temporada de 10 capítulos. Muy buena. En fín, espero un artículo sobre la misma por aquí dentro de poco.

Un saludo Jose Manuel.