45 años, de Andrew Haigh

 Toda una vida

Esta vez lo que me llamaba a ver esta película era el nombre de sus dos protagonistas principales. No me sonaba su director, Andrew Haigh (England, 1973),  y por lo tanto no creía haber visto nada suyo previamente. La memoria me va jugando malas pasadas y, al repasar su filmografía, veo que conocía su Weekend, de 2011, que me impactó por la sinceridad en el tratamiento de la relación de dos tíos que se enamoran justo cuando uno de ellos se ha de marchar a la otra punta del mundo. Cine británico del que el día anterior había visto un filme que comentaré al pie, políticamente correcto en su mensaje, pero anodino en su relato: Las sufragistas. Lo que propone la cinta que me ocupa es de una hondura poco habitual, como sucedía con Truman, última comentada aquí. 


Pero si en aquella se hablaba de la vida que se acaba, de la amistad honda entre dos hombres, del dolor de la pérdida, del amor por el animal que es el único compañero, aquí se habla de dos personas que han llevado toda una vida juntos, que viven cómodamente instalados en la campiña británica, gente de buen pasar, de conciencia progresista, inteligentes, sensibles, a los que de repente parece abrírseles la tierra bajo los pies al recibir él una carta desde Suiza en la que le comunican que se ha hallado el cuerpo de la que fue su novia hace medio siglo, en el fondo del glaciar al que se precipitó casualmente. Y todo cinco días antes de que celebren su 45 aniversario. No sé muy bien cómo es posible que un cuarentón haya podido ahondar tanto en la intimidad de una pareja, en su desmoronamiento emocional, y haberlo tratado con tanta delicadeza. El guión es suyo, aunque parece que ha partido de un relato ajeno. Todo el relato de esos pocos días está al borde de despeñarse en un auténtico drama, pero el director consigue no desbarrancar, contener los sentimientos que embargan a los dos protagonistas, a él ante el regreso de un pasado que nunca se fue del todo, pero sobre todo a la mujer, quien parece sentirse engañada por no haber sido informada suficientemente y en su momento. Apenas hay una palabra más alta que otra, todo muy british, lejos de los desmelenes mediterráneos. Todo se lee en los rostros devastados por el dolor y el tiempo, por la duda y por la inseguridad de los afectos que se creían firmes, y basta un gesto de la mano de ella, mínimo y terriblemente expresivo al final del baile, para que conozcamos el desenlace. La planificación es reposada, como para dejar la posibilidad de atrapar el interior de los personajes. La música, claro, también hace lo suyo. La elección de la canción para el baile final, cobra un nuevo sentido: Smoke in your eyes (esos Platers....!). Y, como soy de francés, no había entendido la letra del todo hasta este momento terrible: "cuando muere una preciosa llama, el humo ciega tus ojos" .

 
Es cierto que la película se adoba con los preparativos de la fiesta y con la aparición de unos personajes secundarios necesarios para el avance de la trama y para entender en su justa medida a los protagonistas, pero son éstos quienes llevan toda la carga del filme a pecho descubierto. En el caso de Tom Courtenay, casi a calzón quitado, literalmente. A muchos espectadores jóvenes puede que les resulte desconocido. Quienes tenemos una edad lo recordamos desde sus inicios en La soledad del corredor de fondo (1962), vista en el cine club de Salamanca. Luego en el inquietante papel de Dr. Zhivago (1965). Abandonó luego las cámaras para subirse a los escenarios, una asentada costumbre entre los actores británicos, donde según dice un cómico da verdaderamente la talla. Pero regresó triunfante en The dresser (1983). Y reaparece ahora en el cuerpo de este viejo cascarrabias, decrépito, frágil, conmovedor, dando la réplica justa en cada momento, con su silencio, con su risa, con su emocionante discurso final.
 
 
La mujer, Crharlotte Rampling, me ha parecido siempre de una belleza felina, enigmática, capaz de papeles de gran intensidad. Aunque ya había aparecido en películas anteriores (su carrera abarca casi cincuenta años), donde consiguió atraer la atención del gran público fue con su papel en la película Portero de noche (1974), de la Cavani. El magnetismo de su mirada junto con uno de los primeros desnudos que vi en pantalla en mis tiempos de Burdeos (aquí esos planos se censuraban), causó auténtico furor y la convirtió en una imagen icónica. La reencontré ya en plena madurez en The Swimming Pool, de Ozon. Desplegaba allí una personalidad atormentada, ambigua. Y ahora aquí, con la cara lavada, negándose a someterse a ninguna cirugía, asumiendo los años vividos, nos da un recital de sentimientos encontrados, pasando de la ternura incial, a la risa compartida en un baile, para llegar poco a poco al desolador plano de la bañera, o las tomas finales en brazos de él mientras baila, sabiéndose definitivamente destrozada. Un recital interpretativo.

 
Ambos fueron premiados con los osos de Berlín a la mejor interpretación, y a fe que creo que son premios merecidos. Lamentablemente y como suele suceder en Alicante, no la pude ver en versión original, más aquí, donde los matices de la dicción interpretativa son tan importantes. Dejo, como siempre el tráiler en V.O. para que sea posible hacerse una idea plena de su actuación. 
 
 
P.S. Citaba más arriba Las sufragistas. Me parece un filme imprescindible para quienes no saben lo ardua que ha sido la lucha de las mujeres por acceder a un derecho tan básico como poder votar. Ningún logro se ha conseguido nunca sin lucha y sacrificio. Fueron muchas las mujeres que fueron golpeadas y encarceladas por agitar una pancarta o romper escaparates para llamar la atención. Hizo falta que la Iª Guerra Mundial, con tantos varones muertos en combate, las hiciera necesarias en trabajos que antes se les habían negado. No volvieron a ser las sumisas amas de casa nunca más. En España tuvieron que esperar a 1931 para conseguir ese derecho, aunque consuela saber que en Francia lo lograron una década después. La lucha no ha terminado. En Arabia Saudí siguen sin conseguir la igualdad ante la ley. Pero en el mundo desarrollado continúan soportando un techo de cristal que parece imposible traspasar, para acceder a puestos directivos o algo más básico aún, por lograr que a igual trabajo se reciba igual salario. Por todo ello la película me parece pertinente, aunque desde el punto de vista meramente cinematográfico me aburriera un poco. Las imagenes documentales del final son un puntazo. 
 
José Manuel Mora.



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