Macbeth, de Justin Kurzel

 ...Which the meaning is nothing.

Por fin he podido pillar una peli en V.O. a una hora razonable. Lo digo porque los pases para esta rara avis que es el cine subtitulado suelen tener unos horarios infames. En este caso en sesión de cinco de la tarde y con el cine a media entrada. Las fiestas han hecho que compruebe que el centro comercial donde están las multisalas, no es carne de cementerio como pensaba. Bullía de personas de todas las edades. No sé si la gente vuelve al cine, o soy yo, que he asistido cuando lo hace el resto del personal. Tiendas, cafeterías y una inmensa cola señalaban claramente los días en que nos encontramos. Una novedad: como en los aeropuertos, la entrada al cine se realiza a través de un paso obligado donde se pueden comprar las chuches. Increíble. 


 Justin Kurzel (Australia, 1974) es un director casi novel, del que no creo que se haya estrenado nada por aquí. Es además guinista. Con lo que cuesta levantar un film, no sé de dónde habrá sacao la financiación necesaria. Debe de ser un empeño muy personal, ya que uno podría pensar que sobre el personaje está todo dico, después de que pasara por las manos de A. Kurosawa, de O. Welles, o de R. Polanski, por no citar la de directores teatrales que la han subido a las tablas. Conocía además las tres versiones citadas, así que pienso que habrá sido el tirón de los intérpretes lo que me ha llevado a volver a verla ("revisitarla", que decimos los modernos). Como dice el castizo: "los cásicos, es lo que tienen". Ni siquiera hace falta actualizarlos para que sigan mostrando su vigencia. Y D. Guillermo debía de conocer bien el alma humana y todas las pasiones que en ella anidan. Shakespeare se retrotrae a la oscura Edad Media en Escocia para hablar de un asunto muy común también en su época, y al parecer en cualquier época: la ambición, el afán por conseguir el poder a toda costa, ayudado por el sibilino y susurrante empuje de su mujer, tan sedienta como él de dominio. 


Seguro que "el cisne" conocía bien a los clásicos griegos, los inventores de la tragedia. Éstos presentaban a los humanos luchando contra la cólera de los dioses y siendo derrotados por ellos, o por las propias fuerzas que los habitaban y que los conducían al desastre sin remedio, la famosa hýbris, la decisión de transgredir los límites que aquellos imponían, unida a la falta de control sobre los propios impulsos. Normalmente era el oráculo el encargado de advertir de los peligros y desgracias que se avecinaban. Shakespeare sabía que en el norte de la isla las brujas gozaban de un gran predicamento. Y son esas presencias que se desvanecesn en la niebla, las encargadas de anunciar lo porvenir y de sugerir el modo de escapar al castigo. El crimen es más execrable puesto que Macbeth lo comete contra Duncan, que es un buen rey, con la cobardía que implica realizarlo mientras duerme.Y una vez que se da el primer paso, los demás vienen seguidos, puesto que se ven enemigos por todas partes y no hay forma de parar. El ambicioso se convierte en tirano.



La opción del director ha sido trabajar desde la palabra del bardo, maravillosamente dicha por los actores, de ahí la necesidad de escucharla en sus voces y en el idioma de su creador. A veces es una corriente de conciencia, la convención de los famosos monólogos teatrales, que aquí es una voz que parece surgir de la mente del personaje, no de sus labios. Otras veces es el susurro desgarrado, otras el grito que anima a la lucha o al brindis. M. Fassbender podría haberse desmelenado, porque el papel se lo permitía. Sin embargo está contenidísimo, intenso, atormentado. Igual de potente en las batallas, que con la púrpura sobre sus hombros o en la intimidad de su dormitorio. Al borde de la locura provocada por el horror de lo que ha hecho, es capaz de sobreponerse y seguir adelante, porque como le dice su esposa, ·"lo que está hecho, estáhecho".


Y sin embargo es ella la que poco a poco irá siendo vencida por el peso de la culpa, con el famoso intento de limpiar de sangre los puñales del magnicidio. El plano fijo, que el director ha elegido para que ella revele la angustia final hasta desbordarse en llanto, es un tour de force para cualquier actriz, y M. Cotillard (¡cuántas clases de dicción habrá recibido?) lo aguanta sin pestañear, mostrando su alma desgarrada por los remordimientos. Domina cualquiera de los espacios y los registros por los que se mueve: la iglesia, el palacio, el dormitorio. Como él, transmite verdad en cada gesto y en cada entonación. Dura cuando necesita serlo para lograr su propósito, arrebatada para ensalzar a su marido, vencida al final. El resto del elenco está a la misma altura, tanto los personajes importantes como los secundarios. No voy a citarlos a todos.


El rodaje en las Highlands ha debido de ser duro, pero las localizaciones son magníficas, con paisajes abiertos, de una desnudez impactante y que hacen que uno se pregunte si valía la pena todo ese horror para dominar unas tierras baldías, yermas, vacías, sobrecogedoras en su grandeza. Las escenas de batallas están rodadas con un verismo atroz. La niebla envuelve a los contendientes, lo que haría todavía más difícil identificarlos como enemigos, salvo por las caras pintadas. Pero todo ello sirve para trasmitir con más fuerza la máxima del poeta respecto a la condición humana:  "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido". El último plano del niño cargado con una espada más grande que él, adentrándose en un horizonte rojo de sangre, no augura nada bueno para el futuro. Un filme pues sabiamente contado y maravillosamente interpretado, de conveniente visión para quienes desconozcan el clásico, así como para quienes deseen refrescarlo.

José Manuel Mora. 





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