Paseos por Berlín, de Franz Hessel

 Flâneur

Como forma de preparación de mi viaje "estival" en noviembre, compré un libro que, aunque no me iba a servir de guía preparatoria del recorrido, sí podía templarme anímicamente para el mismo. Desde el 92 que no había visitado Berlín, pero es cierto que el curioso lector de estas páginas podrá ver en la etiqueta "libros recomendados", que son numerosos los que he leído últimamente (Isherwood, Singer, Döblin, Sweig) ambientados en esta ciudad de modo que, aunque la literatura trasforma y a veces sublima la realidad, sí que me animaba a contrastar lo leído y pasado con el estado de cosas actual, del que daré cumplida cuenta en una próxima entrada. HESSEL, FRANZ. Paseos por Berlín. Madrid: Errata Naturae, 2015. La correcta traducción de M. Laguillo y el prólogo de J. MuñozMillanes, acompañan perfectamente el texto, que además es casi una auténtica novedad, a pesar de que el autor la publicara nada menos que en 1929. Y la fecha es importante por cosas que en el libro se dicen.


Y la primera sorpresa surge en el prólogo, al conocer algunos de los detalles de la vida del autor ((Stettin, 1880- Sanary-sur-Mer, 1941), por ejemplo, que fuera el padre de Stephan Hessel, responsable del panfleto aquí comentado hace años, Indignaos, ya de 2011. Para los cinéfilos hay todavía otra mayor: el escritor fue uno de los que vivió el famoso ménage à trois que Truffaut nos contó en su Jules et Jim (1968) y que arrancaba en su novela Romace en París (1912). Como también la estrecha amistad que mantuvo con Walter Benjamin.Trabajó la poesía, la narración, tradujo a Sthendal y a Balzac. Era buen conocedor de la lengua y la literatura francesas. Y además un gran amante de París, donde vivió. Debía de ser también buen conocedor de Baudelaire, puesto que supo encarnar la figura del flâneur, que el poeta manejaba ya en el siglo anterior. Para los de inglés, el término se refiere al paseante que, por no llevar un rumbo fijo, no busca, sino que encuentra, (al modo picassiano) lo inesperado en sus paseos por la ciudad. Hessel supo imbuir de este espíritu a su amigo Benjamin y éste trabajó en una obra inacabada, que resultó definitoria del filósofo: Libro de los pasajes. Dice el autor: " Pasear es una suerte de de lectura de la calle [...] páginas de un libro en constante renovación. Para pasear de verdad es preciso carecer de un própósito muy determinado [...] salir en busca de aventuras para el ojo" (pág. 150). De esto Cortázar también sabía algo.


Ochenta años después yo no pretendía encontrar casi nada de lo que el escritor va analizando, describiendo, contando a lo largo de los diferentes capítulos que él titula en general con el nombre de los distintos barrios de la ciudad. Citaba antes la fecha de composición, 1929, porque es sintomática del ambiente con el que el autor se encuentra en sus paseos: los famosos "locos años veinte", aunque la crisis económica y la amenaza nazi estuvieran a la vuelta de la esquina y él fuera capaz de intuirlas. La moda que visten las berlinesas, por ejemplo, llama la atención de Hessel, pero más que como un entendido en lo que se lleva, como un signo de los tiempos y de lo fugaz que la moda y el tiempo acaban resultando. Es el momento en que el sport, así citado, comienza a hacer furo entre la gente jovenr, al igual que los cabarés nocturnos donde es frecuente ver a mujeres bailando entre sí, al igual que hacían los varones entre ellos, al ritmo de una música endiabladamente nueva, el jazz. Hay otra referencia que me ha resultado curiosa: "Las letras e imágenes gigantescas de los anuncios luminosos instalados sobre los tejados y los muros de las casas se ven extrañamente vacíos y adormilados ahora, a pleno día, esperan a la noche para despertarse" (pág. 69). Me ha hecho pensar en Juan Ramón y su Diario de un poeta reciéncasado (sic), de 1917; "¿Es la luna o es un anuncio de la luna?".


Pero no hay que engañarse. No se trata de una visión que permanezca en la espuma de las cosas. Hessel entra en los famosos patios berlineses, que conforme se van alejando de la calle van siendo más sórdidos, pobres y oscuros. En muchos de ellos hay pequeños talleres donde se fabrica de todo y donde trabajan no sólo los varones, sino las mujeres incorporadas al mercado de trabajo desde la Gran Guerra. Hay una auténtica descripción de una cadena de montaje y de lo que está suponiendo la industrialización para la ciudad: "Son las máquinas las que hacen todo esto, los seres humanos se limitan a montar, a extraer, a empujar hacia el paso siguiente" (pág. 33). En otras ocasiones se adentra en un barrio mayoritariamente judío, con cantidad de estos llegados de la Galitzia, que procuran adaptarse al modo de vida berlinés, pero que al tiempo se resiten a abndonar sus tradiciones: "Estas calles siguen siendo un mundo cerrado en sí mismo, y suponen para los eternos extranjeros una especie de hogar hasta que ellos, que no hace tanto que han venido hasta aquí, en una oleada proveniente del Este, se aclimaten lo suficiente a Berlín, como para sentir la tentación de internarse  más profundamente en el Oeste y eliminar los signos más evidentes de su idiosincrasia" (pág. 90). Cómo no recordar la novela de Singer...


 




 


















La Alexanderplatz (a la izquierda) ya era en aquella época un auténtico carrefour con la estación de metro elevado al fondo y de la que el escritor se pregunta si vale la pena hablar, "pues habrá desaparecido antes de que estas líneas se impriman" (pág. 205). Qué pensaría del mazacote de edificios actual, con su "pirulí" incluido y su red de comunicaciones subterránea, aérea y de superficie que lo convierte en un espacio poco agradable al tránsito. De una manera algo inconexa se mantiene ahí una de las iglesias más antiguas de la ciudad, la Marienkirche, que no pude visitar por estar en obras y que según el autor encierra un fresco de más de veinte metros en el que se presenta una típica "danza de la muerte" que describe con precisión (pág. 95), digna de verse. Y del Este al Oeste, a la zona del Tiertgarten. Ello le sirve a Hessel para rendir homenaje a Rosa Luxemburgo: "Que el sosiego de este puente lo profanasen unos canallas, cuando unos pasos más allá arrojaron al agua el cuerpo agonizante de una noble luchadora, que tuvo que pagar su bondad y valentía con la muerte, es algo que apenas resulta concebible cuando aquí se contemplan los reflejos sobre el agua de las copas ondulantes de los árboles" (pág. 172). 


Por todo este cúmulo de barrios tan distintos, de ambientes tan dispares, el escritor pasa sin prisa, observándolo todo, hablando con quienes tienen tiempo que perder, como él. Todo con una prosa elegante, que discurre sin aspavientos formales, pero que acierta siempre con le mot juste, que diría su maestro. "Luna matutina sobre el asfalto vacío y azul. Las luces diurnas y nocturnas se alternan sobre las escamas metálicas de la estación. Brillo nocturno en la estación" (pág. 216). Descripción casi impresionista de una ciudad en constante transfomación y en la que se superponen lo nuevo y lo viejo, lo que va a ser derruido y lo que se está construyendo. Da igual que sea invierno o verano, de día o de noche, en zonas más ruidosas,o más alejadas del centro, casi campestres. Por todo ello deja correr su vista de flâneur y todo le permite, cuando lo cree necesario, la distancia irónica oportuna: "En ella hay a derecha e izquierda treinta y dos soberanos de Prusia y Brandemburgo, y detrás de cada uno de ellos hay un banco de mármol, y sobre cada uno de ellos se sienta (no, ahí no hay quien se siente, hace demasiado frío), sobre cada resplado hay acuclillados dos Hermes... " (pág. 130). Una delicia de libro, en fin, y una buena incitación al viajero no apresurado para una futura visita a esa ciudad que no acaba de construirse, después de sucesivos derrumbes: Berlín.

José Manuel Mora.
 
 
 











 

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