Truman, de Cesc Gay

 "Cada uno se muere como puede"

He tenido que salvar muchas resistencias internas para decidirme por fin ir a ver una peli que sabía que era de obligado cumplimiento En el cine éramos tres, lo ideal para ver algo tan íntimo como es el enfrentamiento del ser humano con la muerte. Y estaban a punto de quitarla de la cartelera alicantina. Así pues esta tarde me he armado de valor y he ido solo a ver Truman, de Cesc Gay. Vaya por delante que mi atrevimiento ha tenido su premio. Y espero que el filme obtenga los suyos, como ya ha empezado a suceder con el ex aequo que han recibido sus dos protagonistas en el festival de San Sebastián.


No puedo presumir de conocer toda la filmografía de Cesc Gay (Barcelona, 1967), pero Krámpack (2000), su segunda cinta, ya me sorprendió por su frescura al tratar un tema difícil como es la adolescencia. En la ciudad (2003) todavía me gustó más con sus histrorias en forma de ráfagas que acababan conformando un panorama de la Barcelona que tan bien conoce y donde suele rodar habitualmente en catalán. Y con Una pistola en cada mano (2012) me pude desternillar de risa ante la crisis de la cuarentena en los varones. Las historias aparentemente diferenciadas acababan convergiendo en la fiesta final. Además de dirigir sus películas suele escribir los guiones, solo o en compañía. Y éstos suelen ser ajustadísimos. Como es el caso también en la que nos ocupa. El director ha declarado que una de las razones que lo movieron a escribir esta historia fue la muerte de un ser querido. 


Cuando esto sucede por primera vez en nuestras vidas de adultos conscientes, tenemos que hacer frente a una realidad que no por conocida es más fácilmente asumible. El problema se agrava cuando se trata de nuestra propia muerte o la de un ser muy próximo. Normalmente en la cultura contemporánea el hecho de la muerte se suele enmascarar: los tanatorios se han convertido en auténticos teatros donde los figurantes hacen sus entradas y salidas atendiendo al azar y a la necesidad y mientras el finado está en una sala aparte donde, con suerte, no es visto. Antaño, cuando el velatorio se celebraba en la propia casa, desde niño se convivía con la presencia luctuosa y no sé si eso ayudaba a una mayor conformidad con el hecho de nuestra finitud. Hoy en día eso mismo parece resultarnos más intolerable, como un auténtico insulto a nuestro querer permanecer indefinidamente aquí. Cuando el aviso definitivo se produce en la plenitud de la vida las reacciones pueden ir desde la rebeldía y la negación, hasta la resignación depresiva. El filme se inicia cuando la aceptación del final ya ha sido asumida por el protagonista, Julián, actor argentino afincado en España desde hace décadas y afectado de un cáncer terminal. Lo visita su amigo del alma, Tomás, otro expatriado, esta vez español en Canadá. Viene a pasar cuatro días con el primero, en lo que será una lacerante despedida. Hay un tercer personaje fundamental, "Truman", el perro que acompaña al enfermo desde que se divorció de su mujer y con el que se produce la simbiosis que suele entre un perro y su dueño..


Con ser dramática la situación, el director ha pretendido, y logrado, no ser lacrimógeno. Hay una emoción contenida en los dos personajes fundamentales. Tan solo la prima de ascendencia italiana parece dispuesta a decir lo que siente y a mostrar su rabia contra lo que se le viene encima. Julián pretende, y consigue, despedirse, perdonar, disculparse, organizar su tránsito, abrazar a su hijo que estudia en Amsterdam (probablemente la escena más emocionante del filme), buscar acomodo a su perro... porque, como le dice Tomás, es un valiente, aunque tenga que volverse de espaldas cuando le entra el ataque de llanto o simplemente se quite las lágrimas a manotazos cuando se le desbordan. La contrafigura es Tomás, en quien el primero alaba sobre todo su generosidad, lo que queda palmariamente demostrado a lo largo del desarrollo de esos cuatro días que pasan juntos. Cuando me dedicaba al teatro en mis clases, explicaba a mis alumnos/actores que era más difícil escuchar que declamar un parlamento. El que escucha, les decía, tiene que mantener una actitud de escucha activa, mostrando con su rostro y sus gestos lo que las palabras del otro provocan en él, aun sin decir ni una. 


Y en eso, aquí, Javier Cámara está extraordinario, lejos de las exageraciones que le exigió Almodóvar en su último trabajo. Es un actor que está madurando bien. Sus respuestas son leves, las justas, sin aspavientos. Como él mismo dice está "en primero de Darín". El argentino propone aquí un recital de contención, de retranca cuando hace falta, de desesperación limitada, de necesidad urgente de contacto (esa mano tendida en la cama porque "no me gusta dormir solo"). Ricardo Darín se sale al mantenerse dentro de los límites de un sentimiento con el que no quiere angustiar a quienes le rodean. Ha alcanzado la categoría de maestro. Además el director lo ha rodeado de una serie de "secundarios" de lujo. Hablar de secundarios con À. Brendemül, E. Mínguez, E. Fernández, S. Abascal o J. L. Gómez, por citar unos pocos, me parece irrisorio. Con apariciones breves clavan al personaje. 


Esta vez Gay se ha ido a rodar a Madrid y lo ha hecho en castellano (beneficios del bilingüismo). Y ha sabido captar con mimo las calles decimonónicas del centro, con localizaciones primorosas. La música de Toti Soler a la guitarra es impresionante desde los títulos de crédito. Como lo es el resto de las piezas elegidas, que suenan cuando la escena lo requiere, acompañando de forma natural a los personajes. No sé si es exagerado decir que es de lo mejor que he visto este año. Animo a quienes todavía no la hayan disfrutado a ir a verla, porque de disfrute se trata, a pesar de lo escabroso del tema. 

José Manuel Mora.
P.S. Tras la noche de los Goya, me alegra que tanto los actores, como el guión, la dirección y el de "mejor película" hayan alcanzado premio. Ya dije, probablemente lo mejor del años pasado.


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