La buena reputación, de I. Martínez de Pisón

 La sufrida clase media

Como saben quienes se aventuran en las páginas de este blog, y sobre todo en las que se incluyen en la etiqueta "libros recomendados", tengo por costumbre acercarme al Premio de la Crítica que se concede anualmente y que suele tener  buena prensa, al ser considerado bastante imparcial. También procuro leer el Premio Nacional de Narrativa, éste algo más oficial. Me venía además recomendado insistentemente por mi librero de cabecera, Fernando Linde, de 80 Mundos, desde que se publicó. Yo me había resistido, a pesar del buen sabor de boca que me había dejado la primera publicada por su autor: La ternura del dragón (1984). Como en aquella época no llevaba la cuenta de los libros que iba leyendo, como hago ahora, no soy capaz de concretar la valoración que hice del mismo. 

He de confesar que una de las razones que me echaban para atrás era su extensión, pero mis "vacaciones" navideñas, sin coral y sin clases en Cruz Roja, me dejaban más tiempo y me he animado. MARTÍNEZ DE PISÓN, IGNACIO. La buena reputación. Barcelona: Seix-Barral, 2014, 633 págs. El autor, que nació en Zaragoza en 1960, aunque vive en Barcelona desde el 82, ha escrito una quincena de libros. Uno de ellos fue llevado con éxito al cine, Carreteras secundarias (1996) y otro recibió el Premio de la Crítica citado más arriba, El día de mañana (2011), éste sí leído cuando ya funcionaba este blog, por lo que pude escribir la reseña pertinente para dejar constancia de mi opinión. Si en este último que cito el autor se centraba en los años de la tan traída y llevada Transición, que por coincidir con mis años de formación y de inicio laboral mantengo frescos en mi memoria, en el presente que comento, se retrotrae a mediados de los años cincuenta y ubica en Melilla la primera parte de la historia, trasladada después a Zaragoza, con un paso breve por Málaga, para volver a acabar en la plaza africana. Veremos que este círculo tiene su razón de ser.


Hay otra peculriadidad en esta historia, además de su localización geográfica, poco habitual, y es que se trata de una familia mixta: el padre es judío y la madre cristiana, lo que permite al autor bucear en los usos y costumbres de la comunidad hebrea existente, no sólo en Melilla y en Ceuta, sino en otras ciudades marroquíes, Nador, Tetuán y tantas otras, adonde fueron muchos hebreos a parar tras la expulsión de 1492. "Al contrario de lo que ocurrió en la Península, en las ciudades españolas del Norte de África las Comunidades Israelitas siguieron siendo legales una vez acabada la Guerra Civil" (pág. 39). Franco nunca tuvo demasiado simpatía por gentes que se suponía participaban en la famosa "conjura judeo-masónica". Para tenerlas controladas "se sometían a la vigilancia de las autoridades con un libro de actas" (pág. 45) de las reuniones que llevaban a cabo. El padre, Samuel, es un personaje dentro de su comunidad, aunque no tanto por su empresa de consignatario de buques, cuanto por algo que sabremos bien entrada la novela: "¿No sabías que era el hombre del Régimen, el que los militares habían puesto para tener controlada a la comunidad judía?" (pág. 330), de ahí que conozca a García Valiño, p.e. Sin embargo, esa doble pertenencia de espñol y de judío, acaba decantándose por esta última al aceptar participar en el traslado de hebreos marroquíes que querían llegar a Israel a través del puerto de Melilla, vía Marsella, organizada por el Mosad. "Él no creía en la suerte, sino en el trabajo bien hecho, y su habilidad para mantener buenas relaciones con las autoridades civiles o militares, republicanas o franquistas" (pág. 57). Así pues Samuel es un hombre con buena reputación en la sociedad a la que pertenece.

La madre, Mercedes, se ajusta sin embargo al cliché de la famosa clase media, que en la Melilla de la época correspondía con la sociedad acomodada y que se iba afianzando conforme los años de la guerra se iban distanciando en el tiempo. Responde a todos los tics esperables en una señora con "buena reputación": participa en obras de caridad, se preocupa de educar a sus dos hijas para un buen matrimonio, clases de piano incluídas, intenta mantener el control de todo lo que sucede en la casa, aunque cada vez lo consiga con más dificultad, ante la inquietud que suscita en ella la posible descolonización. La criada que la ayuda desde su llegada a Zaragoza, y que acaba formando parte de la familia, Felisa, es otro elemento más que yo puedo reconocer de los tiempos de mi niñez. A estos dos presonajes citados están dedicadas las dos primeras "novelas" del libro, que llevan sus nombres. Las otras tres vienen encabezadas por una de las hijas, Miriam, y por los dos nietos del matrimoni: Daniel y Elías. Curiosamente no existe una "novela de Sara", la otra hija, tal vez por su carácter reservado, que la hace inaccesible a su propia madre e incluso a su hermana, que ejerce de confidente.Acabaremos sabiendo de ella, aunque de manera indirecta.


Todas ellas están contadas en una tercera persona omnisciente, bien decimonónica, pero que pasa con una facilidad pasmosa al estilo indirecto libre ("¿De verdad no le habían contado nada? [...] ¿Por qué la miraba con esa cara?", pág.563), lo que en el caso de Mercedes hace que me venga a la cabeza en ocasiones la Carmen de Cinco horas con Mario (1966) de Delibes. El decoro poético ayuda enormemente. Al escucharla hablar o pensar, regresen a mi memoria expresiones de mi infancia: "Pero qué Jaimito estás hecho" (pág. 16); "cabeza a pájaros / de chorlito" (pág. 553);  Las sucesivas "novelas" centradas en los diferentes personajes, nos van haciendo conocer los entresijos de la familia cada vez más a fondo y de forma complementaria; unos personajes se van difuminando y otros van ganando presencia, como las tías solteras melillenses; miembros a los que les resulta más complicado cada vez mantener la reputación de sus padres, sobre todo a los más jóvenes. Times are changing, que decía Dylan. El autor maneja con maestría, además, el arte de la elipsis y es frecuente que deje una situación en suspenso en pleno clímax  y en vez de continuar con ella nos informe de lo sucedido cuando ya ha pasado tiempo y de manera indirecta, como si lo tuviéramos que saber, sin demasiadas explicaciones. Es un método muy efectivo para mantener vivo el interés y el dramatismo del momento.


Las acotaciones temporales son levísimas y a la gente que no haya vivido esa época le costará ubicarse: una canción (Downtown de P. Clarck o Quiero una motocicleta, año 1966), un suceso (la Guerra de los Seis Días, 1976), una película (El color del dinero, con P. Newman, 1986), nos van situando en el momento preciso. Los avatares del grupo familiar no son excepcionales. Entran dentro de lo que cualquier familia de la época perteneciente a esa "sufrida clase media" podría haber vivido: infidelidades, escapadas, enfermedades, depresiones, sometimiento a lo esperable en el grupo, ruptura con las normas del mismo en los más jóvenes... Nihil novum sub sole. Sin embargo está todo magníficamente contado, sin grandes conflictos (pienso en la tensión que albergan las historias de otra galdosiana ilustre, A. Grandes), con una prosa clara y reposada, que no llama la atención sobre sí misma en exceso. La novela acaba en Melilla, donde empezó, pero con un ambiente que dista mucho de ser el de treinta años antes, ni para la ciudad, ni para la familia. Sin embargo, esta vuelta al origen parece ubicarse en el mito del eterno retorno por el que los personajes pueden intentar que todo suceda de otro modo, aunque su propia historia desmienta que esto pueda ser posible. Da la impresión de que, para el autor, estamos condenados a repetir nuestros errores y que resulta difícil escapar a lo que el medio en el que nacemos y vivimos nos marca. Da la impresión de que sólo los que intentan escapar del mismo (Sara, Elías) tienen opciones reales, y no sé si tampoco ellos logran zafarse de su propia carga. Saga familiar pues sin mayor trascendencia, bien contada, supone un aceracamiento a unos lugares poco transitados en nuestra literatura y a un momento tampoco muy tratado. Curiosa.

José Manuel Mora.



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