Carol, de Tod Haynes

 Del amor... y otras soledades.

Ya advertí en mi entrada anterior, que en esta semana serían dos las pelis que me proponía ver. Y, parece que con buen tino, me he dejado la mejor para el segundo lugar. También en esta ocasión sabía, aunque de modo superficial, lo que iba a ver. No sirve en este caso haber leído críticas o que le cuenten a uno el argumento. Es de esos filmes absolutamente visuales, que sólo se explican por sí mismos, viéndolos. ¿Qué sentido tiene entonces el comentario? Ya lo he dicho anteriormente con motivo de otras críticas. Quiero recordar lo que veo, no sólo la ficha técnica, que se encuentra fácilmente en la red, sino lo que la cinta provocó en mí, de sensaciones, sentimientos, emociones... Y a fe que ésta las ha provocado a mansalva. Se trata de Carol, del estadounidense Tod Haynes (L. A. 1961), aunque en el presente caso la peli venga de Gran Bretaña. 


Al buscar referencias sobre el director, me ha saltado a la pantalla un título que me dejó honda huella en su momento: Far from Heaven, de 2002 nada menos, como para acordarse. Sin embargo guardaba perfecta memoria de una impagable J. Moore, actriz fetiche del director, y un más que correcto D. Quaid en el papel de homosexual reprimido dentro de sí mismo y de la sociedad a la que pertenecen él y su familia. La atmósfera, la misma que en ésta: los USA de los primeros años cincuenta, magníficamente puestos en escena en ambas a base de una cuidadísima ambientación, vestuario y demás. En algunos casos todo este entourage perfecto no es sino fruto de un esteticismo, a veces vacío. Algo que me pareció igual de conseguido en la reciente La chica danesa, pero que quedaba como hueca cáscara, sin que hubiera carne dramática a la que acogerse. Y mira que el tema hubiera dado de sí para ello. Hay en ésta sin embargo, no sólo estética, sino ética. Y se puede ilustrar con una sola frase del perfecto guión, basado en la novela de Patricia Highsmith:  "¿Crees que podrías enamorarte de un hombre?", pregunta la joven a su novio. Él responde que no, claro, aunque precisa que sabe que existe "gente de esa". Y le contesta Therese: "No se trata de gente de esa, sino de un ser humano que se enamora de otro" (la cursiva es mía, naturalmente). Y aquí está el meollo de la película.


Cate Blanchett, una rica y madura neoyorquina, infeliz en su matrimonio, con una hijita, y una joven dependienta de unos grandes almacenes, Rooney Mara (habrá que recordar este nombre), con novio y aficiones fotográficas; ambas en una soledad íntima que viene a romperse tras el encuentro fortuito a través del mostrador de la tienda. Lo que hay de atracción inicial ante la persona que apetece descubrir, irá trocándose en una cascada contenida de deseo irrefrenable. Todo ello las llevará a la carretera, en un cochazo, en dirección al Oeste, lejos de la cuna de sus frustraciones interiores y exteriores. Hay momentos en que me han venido a la cabeza imágenes de Thelma & Louise (1991), aunque hay aquí una mayor introspección y una aproximación a las dos mujeres mucho más delicada, lo que no quiere decir que el desgarro sea menor. El tono de la relación se emparenta más con el que D. Sirk imprimía a sus melodramas, casi de la misma época. Hay diferencia de edad, diferencia en la clase social, pero hay en ambas una necesidad imperiosa de sentirse reconocidas por ellas mismas, aunque es evidente que el tren de vida de la potentada es debido a su marido.


Hay en todo momento un tratamiento delicado por parte del director, nada sensacionalista ni en cómo aborda el asunto ni en las imágenes. Los planos parecen los imprescindibles. La música que acompaña la historia se ajusta como un guante. Hay además y desde el principio, un levísimo balanceo temporal, sin subrayado alguno, que nos lleva adelante y atrás en el tiempo, con sólo unas gotas de lluvia en un cristal. Tiene bastante que ver la fotografía de planos cortos en muchas ocasiones, que parece penetrar en el interior de los personajes. La V.O., que el cine al que fui decidió proyectar a un horario razonable, y no como suele a las tantas de la noche,  era en este caso inexcusable. De otro modo se perdería la voz de terciopelo de la Blanchett, oscura y llena de humo. Está inmensa, no sólo en la elegancia natural (no creo que esos gestos o esa manera de moverse se puedan aprender), sino en la intensidad de su mirada, en la hondura con que trasmite sus sentimientos, su dolor en carne viva. Mara no se queda atrás y mantiene el tipo, tanto cuando no la tiene en contraplano, como cuando se mide de igual a igual en las secuencias compartidas. Es una película femenina (no sé si feminista), en toda la amplitud del término, profundamente humana. La dignidad final de ambas es inexpugnable, aunque no se sepa cómo terminará. Los afectos son frágiles. Uno desea que en este caso sean duraderos. Filme sensible, que no sensiblero, emocionante y de una belleza ante la que para mí palidecen las otras candidaturas "oscarizables". Im-pres-cin-di-ble.

José Manuel Mora.



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