Las armas y las letras, de Andrés Trapiello

 Desastre

Un año más se va consolidando la tradición de que mi sobrino mayor, José Antonio, me regale por Reyes o por mi cumpleaños un libro. Ya sucedió que el año pasado supuso un acierto su elección, Herejes, de Padura, ya comentada aquí. Lo de este enero me ha posibilitado volver a mi época de estudiante universitario de Filología en Salamanca. Luego diré por qué. De momento aquí van los datos bibliográficos. TRAPIELLO, ANDRÉS. Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1969). Barcelona: Destino, 1994, 1ª ed. Se han sucedido las reediciones revisadas y aumentadas por el propio autor, hasta ésta que yo he leído de 2011, con una estupenda cubierta de C. Gacía Alix, convertido ya en un clásico irrenunciable para quien se quiera acercar a la Guerra Civil desde la óptica de escritores de uno y otro bando. No estoy hablando, pues, de ninguna novedad. El libro-objeto es además una edición hecha con un cuidado extremo: desde las tapas duras en negro, tan elegantes, a las páginas de respeto ocupadas por una foto magnífica de la época que nos sitúa in media res, pasando por una maquetación exquisita en cuanto a la tipografía diversa en función del acompañamiento, o las tintas empleadas para la reproducción de las cubiertas de los libros que en él aparecen, así como la deferencia para el lector de que se presente en la cabecera de cada página el título del capítulo en el que se está, o que cada uno de éstos venga introducido por una presentación /resumen al modo que Cervantes hacía en el Quijote. Por no hablar del índice de autores con el que concluye ("las personas del drama"), y una adenda dedicada a la "Cronología General de la Guerra Civil Española". No es una tesis doctoral, pero lo parece.


Y he aquí de nuevo que toca desvelar otra de mis lagunas. Es su autor, Trapiello (León, 1953), novelista, ensayista, poeta, un auténtico pope de las letras hispanas actuales. Yo lo desconocía en sus textos, aunque siempre que aparecían las críticas elogiosísimas sobre su diario Salón de pasos perdidos, del que ya lleva publicadas quince entregas, me proponía adentrarme en él, aunque acababa por dejarlo pasar hasta el siguiente aldabonazo. Sin embargo ha tenido que ser éste, de sugestivo y cervantino título, el que me haya aproximado a su obra. Y ha supuesto una gratísima sorpresa, adelanto, por todo lo que ha removido en mi interior. Y eso que los recuerdos de guerra de mis padres no eran de gran dramatismo. La vivieron ambos en los pueblecitos en que se dedicaban al magisterio y cada uno desde una óptica diferente. Nunca quisieron ni uno ni otra inculcarnos odios ni adoctrinarnos. De alguna manera estaban ya de vuelta de aquel desastre que a mí me sonaba a fotos viejas, hasta que empecé  a leer y escuchar otros testimonios conforme me fui adentrando en los estudios universitarios.


He elegido esta foto para presentar al escritor porque sé positivamente las horas que habrá tenido que dedicar el investigador a rastrear archivos personales, librerías de viejo, bibliotecas particulares, para poder acompañar sus valoraciones de las citas pertinentes. Decía antes lo de que me había retrotraído a mis tiempos salmantinos porque he tenido de nuevo la sensación de estar ampliando mi conocimiento sobre autores que son clásicos y de los que uno, después de trabajarlos tanto en clase, pensaba conocerlo casi todo. Desde la primera página del prólogo a la presente edición, se nos adelanta que "La Literatura no estuvo casi nunca a la altura del momento histórico" (pág. 13). Esto por lo que se refiere a "las letras".  En lo que toca a los portadores de "las armas", nos dice que "los hombres en las guerras descubren de sí mismos lo más valioso y lo más mezquino" (pág. 15). Y vale esto para los combatientes de los dos bandos y ahí se pueden incluir también a los escritores. Y pronto también en el paginado del libro descubro una idea con la que no me había topado antes: "Aquella no fue una guerra civil entre dos Españas [...] sino la determinación de dos Españas minoritarias y extremas para acabar con la otra, la mayoritaria tercera España" (pág. 21). Y en este desastre bélico y humano "No es infrecuente tropezarnos con quien equivocándose de bando en las armas, atinaba en el de las letras, o al revés" (pág. 23). Porque, como es natural, "los escritores, como el resto de la sociedad, se dividieron" (pág. 30). Muchos de ellos vivieron en el miedo "tanto a la barbarie de los moros , los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange, como a los analfabetos anarquistas y comunistas" (pág. 185). En realidad "nadie quería una España liberal, moderada y laica, porque le había llegado la hora a una España que, más que republicana y demócrata, tenía que ser fascista o comunista" (pág. 43). Eran los aires que corrían en Europa y que acabarían con el vendaval de la IIª Guerra Mundial. De estas citas se deduce que el autor no adopta una postura de trinchera, sino que trata de situar a cada escritor en su contexto y a partir de su producción y de sus actos durante el conflicto.

El libro se abre, como no sé si podía ser de otro modo, con la figura de Unamuno. El rector salmantino, para los que allí estudiamos, era una figura casi cotidiana en su busto de V. Macho en lo alto de la escalera del Palacio de Anaya. El famoso enfrentamiento con Millán Astray en la apertura del curso 1936-37 es sobradamente conocido, sin embargo aquí es contado con todo lujo de detalles. "No somos unos españoles contra otros (no hay anti-España), sino toda España, una, contra sí misma. Suicidio colectivo." (pág. 53). El autor bascula entre los sublevados y los fieles a la República y va enfocando con luz nueva, al menos para mí, aportada por los textos, a figuras menos tratadas como Giménez Caballero, o bien Bergamín. Se detiene, claro está en quienes elaboraron una obra que es incuestionable por unos y otros: J.R.J., García Lorca (dejando claro su desacuerdo con algunas de las apreciaciones de su biógrafo. I. Gibson), Ridruejo, Castelao, Rodoreda o Sales, por nombrar a escritores que se manejaron en otras lenguas españolas. Sigue con buena lógica los momentos culminantes del conflicto y así pasa por Pamplona o Valencia, hasta llegar a Barcelona. Claro está que el recorrido/repaso le sirve para poner algunos puntos sobre las íes; y en esta "puntuación" algunos no salen demasiado bien parados, Albeerti/León o Neruda, Cela, o incluso el intocable Picasso, con la minuta que cobró a la República por la elaboración del Guernica. Y así van apareciendo la mayoría de los que ocupan las páginas de los manuales de literatura más especializados.

Es evidente que para Trapiello el componente humano es muy importante y resulta enternecedor que salve a los dos hermanos Machado junto a la tumba del mayor y de la madre en Collioure en un episodio que desconocía por completo. Por no hablar de los avatares finales del pobre M. Hernández. El libro se cierra con un último capítulo dedicado a la enorme figura de M. Azaña. Y en todo él late la pluma del pensador y del poeta. A veces gasta una ironía que resulta sorprendente: "Ya lo conocen hasta los profesores de Universidad" (pág. 206); en otros casos vuela más alto, como cuando al hablar de Ortega señala que "huye no a encastillarse en el marfil de un lugar seguro, sino en el más terrible foso de su soledad y su destierro" (pág. 96). El autor va más allá de semblanzas en blanco y negro, como suele suceder después de un desastre civil y logra una mirada que a mí me parece veraz por lo documentada, más que manipuladora u olvidadiza de según qué cosas, pero sobre todo misericordiosa, algo tan necesario todavía hoy. Quedan sobrevolando todo el libro (636 páginas) las figuras señeras de Lorca, Machado y Hernández cuyo testimonio de obra, vida y muerte sobrecogen como si fueran recientes. Libro altamente recomendable no sólo para expertos, sino para la población en general.

José Manuel Mora. 










Comentarios