Cucumber, de Russell T. Davies

 "Tan raros como la gente"

Mi mentor tiene buen gusto. En un mercado televisivo en el que las distintas cadenas pelean por obtener un buen pastel publicitario, las series se han ido multiplicando exponencialmente a un lado y otro del Atlántico. Ya he dicho que el cambio en los usos y costumbres de los amantes de esta otra forma de cine han ido evolucionando. A mí me puede el esperar una semana para ver el próximo capítulo y un año para la siguiente temporada. Así que accedo a ellas cuando ya están completas y puedo verlos todos seguidos,  a mi aire. Naturalmente no se puede estar a todo, salvo que se sea una serieadicta, además de noctámbula impenitente, como mi amiga Carmen. Mi otro mentor, Carlos, no sé si duerme lo suficiente, pero tiene incluso un tablón donde ir anotando las series que ha visto, o que tiene pendientes. El producto que me propuso la última vez que lo vi es de procedencia británica, el prestigioso Channel 4. Se desarrolla en la nada glamurosa ciudad de Manchester y forma parte de un proyecto más amplio, que incluye Banana (que también he visto), y Tofu, como metáforas del grado de turgencia que puede alcanzar el pene masculino. Sólo con esto uno puede imaginar que estamos ante un proyecto de comedia pensado por Russell T. Davies, productor y guionista galés, premiado con un Bafta y del que yo ya conocía un trabajo anterior: Queer as Folk (2000, aunque yo lo vi bastante más tarde), que seguí con mucho interés por lo rompedor del tratamiento de la homosexualidad masculina y lo discutible de muchos de sus planteamientos. Aquello se presentaba desde una perspectiva dramática. Esto tiene un aire de comedia enloquecida, aunque con matices ácidos, según veremos: Cucumber (2015), aparentemente la más consistente de las verduras citadas. 




En principio la pareja central es mixta: un hombre blanco de 46 años y otro negro, de su edad, ambos bien asentados económica y socialmente. Este segundo no sabe nadar, lo que les impide ir a veranear a la costa, y lo que sirve de excusa al primero para plantear la ruptura. Naturalmente tras el pseudomotivo hay toda una serie de frustraciones íntimas tras nueve años de relación. Todo ello lo llevará a compartir loft con un grupo de gente joven que vive la vida de modo más desenfrenado y libre. Y a través de unas peripecias sincopadas y divertidísimas, de ritmo trepidante, se nos van planteando asuntos tan serios como el miedo al compromiso en la relación, los desastres de las rupturas, la autorrepresión de las propias tendencias, las infidelidades, los deseos ocultos, la necesidad de afecto y compañía, la integración en la propia familia o la falta de ella, los reproches nunca expresados hasta que estallan, entre personajes que van desde los 18 años a la cincuentena. Nada que no veamos en cualquier sit-com, sólo que aquí los tipos son abiertamente gais. Y todo tratado con una "normalización lingüística" que para sí quisieran algunas comunidades bilingües. En el trabajo, en el ámbito familiar, entre las amistades, no hay cortapisas a mostrarse tal y como se es, aunque las formas sociales se mantengan (We're British!). Los personajes no aparecen tratados de un sólo trazo, a brochazo grueso, sino que se sienten tan confundidos como la vida misma es confusa. Su creador no los juzga, los presenta con calidez en medio de sus tribulaciones. Todos están, de algún modo, exacerbados, todos buscan otra oportunidad con la que empezar de nuevo. No siempre lo consiguen.


 Vincent Franklin y Cyril Nri son los actores que encarnan a esta particular pareja. Y lo hacen con una autenticidad encomiable. Son capaces de trasmitir la ternura, la complicidad, el desamor, el derrumbe emocional, y pasar de una actitud leal a un ataque de celos o de pánico; del gozo desenfrenado a la desolación más absoluta con la misma credibilidad. El haber visto la serie en V.O. (subtitulada, of course) ayuda a valorarlos en su integridad actoral. Están arropados por un elenco que parece haber disfrutado a modo durante el rodaje por la manera en que interactúan. Las historias de cada uno de ellos se entrecruzan y acaban formando un fresco de gente viva y contradictoria, lejos de los tópicos personajes atormentados a los que durante mucho tiempo parecían condenados los que tenían una opción sexual diferente. Aunque haya espacio aquí para autoflagelarse por lo hecho o por lo que se dejó de hacer y por lo que nunca se pidió disculpas. También vemos aparecer fugazmente a algunos de los que actuaban en Banana en secuencias que ya aparecían allí y que se muestran complementarias.




La banda sonora es otro de los grandes aciertos. Los títulos de crédito son de tamaño mínimo y pasan a una velocidad endiablada. No he podido llegar a enterarme de los canciones que suenan, algunas nostálgicamente ochenteras, otras más actuales y de una gran fuerza, arropan a la  perfección las secuencias a las que acompañan. El montaje es trepidante, aunque nunca confuso (el flash back que dedican a Lance, el protagonista negro es magistral). El uso del inglés que usan los distintos personajes muestra variantes idiomáticas no sólo por clase social, sino por edad. Así pues, comedia, pero con un punto de acíbar que deja al descubierto la desolación en que viven estos seres que aparecen locamente superficiales pero que encierran, cada uno a su modo, una herida sangrante difícil de cauterizar. 

José Manuel Mora.









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