El amor es más fuerte que las bombas, de Joachim Trier

 Elaborar el duelo

Tal vez inicio este comentario llevado más por el deseo de recordar más adelante que vi el filme, que empujado por la necesidad de exteriorizar los sentimientos que me bullen dentro cuando vuelvo del cine conmocionado por lo que he visto. Así que seguramente no será esta nota demasiado extensa. Antes de ponerme a escribir, suelo mirar otras opiniones. La página Filmaffinity proporciona datos fiables y una selección de comentarios aparecidos en prensa. En este caso los detractores y los que la ponen por las nubes se reparten el pastel al cincuenta por ciento. Se trata de El amor es más fuerte que las bombas, del director noruego Joachim Trier, una coproducción noruego-franco-danesa rodada en inglés por su director, del que no había visto ninguna de sus tres obras anteriores, y que suele trabajar con su coguionista, Eskil Vogt.


Cuando se ve en televisión el resultado de las guerras nuestras de cada día, hay veces que uno tiene la tentación de cambiar de canal o simplemente apagar el aparato. El horror está ahí, mientras comemos o cenamos, servido por los periodistas gráficos inmersos en los conflictos. Si eso es así en un medio frío como es la tele, no quiero pensar cómo lo vivirán en vivo y en directo los que testimonian la barbarie, y las desgarraduras anímicas que todas esas experiencias dejan en sus ánimos. Las esquirlas deben de atravesar el objetivo de sus cámaras hasta llegar a lo más hondo del que aprieta el disparador. Para obtener buenas fotos hay que estar muy cerca de lo que se quiere fotografíar, lo mismo que para contar el horror. Si no, que se lo digan a S. Sontag o a J. Goytisolo, tras el sitio de Sarajevo, o a A. Pérez-Reverte, que abandonó el periodismo de trinchera por la liratura y que, a juzgar por su cinismo, no pareció salir incólume de tanto crimen bélico. Algo así parece sucederle a la periodista gráfica de fama internacional, que ha plasmado en hermosas (¿pueden ser hermosas las fotos de la muerte?) instantáneas los diferentes enfrentamientos a los que ha asistido como reportera y que ahora, tras su muerte en accidente de coche tres años antes, se exponen en una galería, pasto de contempladores de belleza. Y a pesar de la dureza de todas esas vivencias, parece que la adrenalina que se segrega en esas situaciones, se hace adictiva y se vuelve una y otra vez a ellas, dejando atrás la familia. La Huppert está tan magnífica como suele, con esa mirada enigmática y que está sabiendo envejecer mirando a cámara para mostrar su dolorido interior. 


El resto de la familia, ahora incompleta, está formado por un marido que antaño fue actor y ahora intenta encontrar su lugar en el mundo a esa peligrosa edad en que aún no se es viejo, pero ya no se es joven tampoco; un hijo, profesor de sociología, que acaba de ser padre por primera vez y que parece estar lleno de dudas; y otro hijo menor, adolescente atormentado, no sabemos bien si por la pérdida de la madre, por no saber acercarse a una chica, o por opción personal de aislarse de lo que le rodea, padre incluido. Cómo viven esos tres personajes la ausencia, cómo descubren secretos de la madre muerta, cómo la recuerdan a través de elegantes flash-backs y qué recuerda cada uno de ellos, cómo tendrán que aprender a relacionarse de nuevo entre sí y con el mundo. Ése es el recorrido de la historia. A veces el director elige contarnos una secuencia de acontecimientos desde dos perspectivas diferentes, lo que sirve para completarla y que entendamos mejor los pasos que da el personaje. Este recurso me trajo a la cabeza El capital humano, de P. Virzi, ya comentada aquí hace un año y sobre el que estaba estructurada toda la cinta. Aquí es más frecuente el salto atrás a partir de alguna foto tomada por la madre. 


A los dos actores jóvenes no los había visto antes. Están convincentes en sus respectivos papeles (en concreto el jovencito logró ponerme de los nervios, recordándome a tanto alumno conflictivo de su edad), al igual que Gabriel Byrne, que suele gustarme en los trabajos que le he visto en otras ocasiones. Todo está filmado con elegancia, sobriedad, buenos diálogos y mejores silencios, pero el drama que viven los tres supervivientes no logra alcanzarme. Me sentí espectador durante la proyección, lo que en mi caso no suele ser buen síntoma. Dada la cantidad de títulos de aluvión que semanalmente llegan a nuestras carteleras, no es esta peli desechable en absoluto. Simplemente no ha logrado conmoverme, y la historia podía haberlo hecho. Dejo pues constancia, y basta.

José Manuel Mora.












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