El talento de Mr. Ripley, de Patricia Highsmith

 Suspense

Me gusta explicar el trayecto que recorro a la hora de elegir un libro en lugar de otro: en la mayoría de ocasiones parto de una recomendación personal o periodística (me suelo fiar de mis escogidos y formados informantes); en otros casos se trata de antiguas asignaturas pendientes que hacen que me avergüence de no haber superado todavía (hay en el listado de estos "libros recomendados" una buena muestra de estos casos); en otras ocasiones hay una referencia en el que estoy leyendo que me lleva al nuevo; otras veces es una película, como me ha pasado ahora. Hace poco comentaba Carol y en ella decía que uno de los dos personajes femeninos de la historia, la dependienta de los grandes almacenes, era quien acabaría convirtiéndose en escritora de éxito. Y decidí leer algo de ella, aunque no sea la literatura negra una de mis aficiones. HIGHSMITH, PATRICIA. El talento de Mr. Ripley. Madrid: Diario El País, 2004. Trad. de Jordi Beltrán. Tenía el librito, apenas 318 páginas, otra ventaja; ya se encontraba en las baldas de mi biblioteca desde que la colección que publicaba el diario hizo que lo comprara. Rústica, papel que empieza a amarillear y poca cosa más. Los libros baratos, es lo que tienen, que diría el castizo. 

























La escritora (Texas, 1921 - Suiza, 1995) tuvo una infancia de malos tratos, fue una lectora infatigable y se interesó por temas relativos a la la mentira, la culpa, el crimen; los tres están presentes como veremos en la novela que voy a comentar. Trasladó su homosexualidad a El precio de la sal (1952), libro en el que se basa Carol y que tenía un inusitado final feliz para la época. Los tiempos no eran los más adecuados y firmó con pseudónimo; lo concluyó en los ochenta con un epílogo en el que explicaba las razones de su anonimato de entonces y afirmaba: "Me alegra pensar que este libro le dio a miles de personas solitarias y asustadas algo en que apoyarse". Aunque no había leído nada suyo anteriormente, sí sabía que Hitchcock había partido de una obra suya para rodar Extraños en un tren (1951). Pesimista, materialista, de tendencias comunistas, no fue nunca demasiado bien recibida en los USA y acabó trasladándose a Europa hasta el fin de su días. La primera aparición del personaje protagonista que nos ocupa data de 1955. Lo retomaría en cuatro ocasiones más. Fue adaptada al cine en dos ocasiones: en 1960 por René Clément con A. Delon y en 1999 por Anthony Minghella con M. Damon. La primera creo que la vi en su momento pero no guardo apenas imágenes. Y la segunda se me escapó. Así pues me he adentrado en la novela como un pardillo.

























Además de una novela de suspenso (según mi profesor, Lázaro Carreter, suspense es un término francés, aunque bien es verdad que está perfectamente acomodado a nuestra lengua), se trata de un auténtico estudio psicológico del enigmático, retorcido, resbaladizo, fracasado a pesar de su talento, fingidor, incapaz de dar palo al agua, arribista y finalmente asesino de Tom Ripley. He de confesar que el personaje no me ha sido simpático, pero a la vez es asombrosa la radiografía del mismo que realiza la escritora al exponer sus titubeos, sus autojustificaciones, sus miedos, su inesperada violencia, su carencia de escrúpulos, su cosntante huida a partir del incidente de S. Remo... La autora lo describe así: "Su humor era tranquilo y benévolo, pero en modo alguno sociable [...] Siempre había creído que su rostro era el más inexpresivo del muno [...], con un aire de docilidad [...] unido a una vaga expresión de temor [...]. El rostro de un verdadero conformista" (pñag. 43). Poco a poco el encargo que recibe por parte de un magnate neoyorquino, traer de vuelta a su hijo Dickie, se va convirtiendo en un descubrimiento de un mundo en el que todo parece fácil en contraste con que "ninguna de las cosas que emprendía en serio le había salido bien" (pág. 64). Y también en una obsesión, en una identificación ("sorprendiéndose de lo mucho que se parecía a Dickie", pág. 93) que acabará por resultarle insoportable: "Sintió deseos de matar a Dickie [...] había fracasado con él en todos los sentidos. Odiaba a Dickie" (ibidem). Se trata de un odio de clase, de una negación de un oscuro deseo sexual reprimido, de un deseo de alcanzar lo que el otro tiene por su origen familiar. "Amaba poseer cosas [...], pocas y escogidas [...] pensando que eran ellas lo que infundía respeto en uno mismo" (pág. 274). La escritora narra en un tono neutro, como si no quisiera tomar partido y sólo presentar los hechos sin juzgarlos. No hay excesiva preocupación de estilo. Toda la atención de Highsmith parece puesta en el avance de la trama hasta un desenlace que ha acabado por soprenderme. Está claro que para quienes gusten del género será un disfrute. Yo me propongo ahora ver la peli de Minghella.

José Manuel Mora.















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