The Knick, de Steven Soderbergh

 Novecento neoyorquino

El título de la entrada no es casual. Cuando se estrenó la película de Bertolucci (1976), sus casi cinco horas y media de proyección con intermedio y todo escandalizaron a más de uno, al considerar que el filme rompía con la duración estándar. Sin embargo, lo que el director pretendía narrar, una epopeya de largo aliento, necesitaba de todo ese tiempo para retratar toda una época y los personajes insertos en ella: allí desde la Italia finisecular ("Verdi è morto") hasta la llegada del fascismo; aquí el Nueva York de 1901. La serie es ya de 2014, aunque yo la veo ahora. Efectivamente la voy a etiquetar dentro de "series de televisión", aunque sería más apropiado hacerlo en "puro cine". Ha sido creada y escrita por Jack Amiel y Michael Begler, pero el director es nada menos que Steven Soderbergh, a quien descubrí con gusto en el ya lejano 1989 con su Sexo, mentiras y cintas de vídeo, y que me volvió a atrapar dirigiendo a Julia Roberts en Eirin Brockovich o en Traffic, ambas de 2000; y por lo que había leído en algún comentario en prensa, las dos temporadas habían sido recibidas con un punto de escándalo, como ya ha sucedido con otras series de la HBO. Veamos por qué.






























Aparentemente el tema de que trata viene en el cartel anunciador: "La medicina moderna tenía que empezar en algún sitio". Pero ya de entrada descubrimos que el cirujano protagonista, el Dr. Thackery, se dedica a fumar opio y a pincharse cocaína para poder mantener el ritmo frenético de vida que lleva y el estrés de la profesión, con tantas vidas en sus manos constantemente, muchas de las cuales se le acaban yendo. No es la única transgresión. La experimentación científica aparece en algunos casos ajena a la moralidad; hay una monja que ayuda a mujeres pobres a abortar; el racismo existente en esa sociedad hace que no se acepte a personas de color para ser tratadas en el hospital, o que se ningunee a un excelente cirujano negro, que es capaz de saltarse las barreras de raza y de clase a la hora de enamorarse; y eso en una sociedad en la que el origen geográfico, pero sobre todo el dinero y la familia a la que se pertenece son líneas rojas infranqueables. Y como en la más rabiosa actualidad, es esa sociedad biempensante la que comete chanchullos en la construcción, soborna policías, asesina si hace falta... Todo muy edificante. Como la manera en que algunos médicos tratan las enfermedades mentales, o bien cómo se pone de moda entre algunos la eugenesia, o la prostitución es un modo más de explotación. Y todo esto no es más que un sucinto listado de los asuntos que la serie encara con valentía. Los guionistas han sabido enlazar los temas de modo natural, incardinados en la historia principal, y haciendo que la trama avance inexorablemente. Los diálogos no tienen desperdicio porque en algunos casos son auténticas cargas de profundidad.


La iluminación eléctrica, las bicicletas y los primeros coches, el uso del éter para las operaciones o las condiciones higiénicas en que éstas se llevaban a cabo, todo dentro de una conseguidísima ambientación que va desde un perfecto vestuario a unas localizaciones adecuadas y debidamente tratadas, o a la luz ambiental, tanto la natural como la de las farolas, absolutamente creíbles siempre, todo es un prodigio de adecuación, como lo es una estupenda banda sonora y la cuidadísima precisión con que se realizan las intervenciones. El director consigue atrapar desde el primer capítulo y aunque la serie se cierra en la segunda temporada, parece que a él le hubiera gustado seguir con la vida de los personajes que ha creado y que siguen viviendo. Hay una visión del mundo muy amarga en toda esta historia y a la vez un mostrar que los avances médicos no se consiguen sin errores. Uno de los personajes dice en un momento determinado: "Esto es lo que somos". Algunos de los ellos se nos muestran de modo inmisericorde; otros, a pesar de la brutalidad inicial, parecen albergar algún rasgo de humanidad, como el extraordinario conductor de ambulancias. La enfermera, el médico aprendiz, el gerente del hospital, la antigua amante, la hija del dueño del hospital que pretende ser algo más que una esposa sumisa... Son muchos los caracteres que se presentan y todos ellos están perfectamente dibujados. 


Clive Owen es el excelente actor británico que lleva todo el peso del papel protagonista, capaz de mostrar todas las luces y las sombras, la grandeza y las miserias del cirujano jefe del hospital. Sin él la serie no sería lo que alcanza a ser. Es cierto que está rodeado de un plantel excelente que no voy a nombrar, pero la veracidad que da a su torturado mundo interior y la manera en que muestra la dureza de su profesión hace que todo resulte creíble: sus explosiones de furor, los destellos de ternura, el horror del momento del "mono", la valentía con que se lanza a las intervenciones y a veces la inconsciencia, llevado por un afán de protagonismo importante. Tremendamente humano todo ello. Por no hablar de la incipiente presencia femenina en puestos de responsabilidad, aunque siempre bajo la férula del varón. El fresco de Nueva York a principios de siglo resulta difícilmente olvidable.


José Manuel Mora.


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