El juez, de Christian Vincent

 Tras la toga

No suelo ir al cine los domingos. Demasiada gente. Sin embargo mi amiga de infancia, Mari Carmen, me habló el otro día de la peli que voy a comentar y sabía que la tenía en cartera. Así que, aprovechando que los días van alargando, me he decidido. El juez (L'hermine, el armiño que viste el juez) es un filme francés escrito y dirigido por Christian Vincent de quien, a pesar de llevar dirigiendo desde el 83, sólo había visto previamente La cocinera del presidente (2012). Es extraño, pero no recuerdo haberla comentado aquí. Y eso que no soy de los que sienten aversión al cine francés, antes al contrario, como podrá comprobar el que repase los títulos de los que he dejado nota. 


Las películas de juicios conforman un subgénero en casi todas las filmografías del mundo. En cada país el ceremonial judicial es diferente. Resultaq curioso que el juez, digo, el "Presidente" del tribunal considere la sala de vistas como un teatro: público, estrado/escenario, actores, puerta/telón que da paso a los actores... No me gustaría haberme dedicado a esa profesión. Me parece de una tremenda responsabilidad tener la vida de alguien en las propias manos. Pero, ¿qué oficio no supone responsabilidad si se realiza de manera responsable? La sanidad, que ejerce la protagonista resulta extremadamente importante para las vidas de pacientes y familias, por no hablar de la educación, a la que me he dedicado cuarenta años, y que deja en nuestras manos parte del futuro de nuestro alumnado. En fin. En los tribunales franceses, se trata de una composición mixta: expertos (jueces, fiscales, abogados) y legos, los miembros del jurado elegido por sorteo entre personas que no hayan sido nunca condenadas. Al final todos acaban votando en una urna para que se pueda obtener el veredicto. Como señala el juez, no se trata tanto de esclarecer la verdad, cuanto hacer que las leyes se cumplan de la mejor manera posible. Después él dice que, cuando se va a casa, desconecta. La doctora replica que no puede sino seguir pensando en los pacientes, aunque esté en casa. 


Sin embargo nos damos cuenta pronto de que no se trata de una cinta judicial al uso, al estilo de Doce hombres sin piedad, o bien Algunos hombres buenos. Se sigue todo el ritual: constitución del tribunal, declaración de acusado y testigos, alegatos, preguntas del Presidente, que es quien dirige la representación (no en balde se llama Racine), deliberaciones del jurado... Pero, puesto que no será fácil saber lo que sucedió con la criatura que murió y por cuya muerte se juzga al padre como presunto asesino, el director parece más interesado en los entresijos de la parte trasera del escenario: la vida privada del juez y los sentimientos que oculta tras su bufanda; los comentarios que sobre él y a sus espaldas realizan sus subordinados, dado su endiablado carácter; los distintos puntos de vista de los miembros del jurado, dependientes de su formación y sus prejuicios, como no puede ser de otra manera; la historia pasada entre la doctora y el juez, muy anterior a los sucesos actuales. Todo se cuenta en un tono como a media voz, sin estridencias, muy francés. Casi no hay banda sonora, salvo una canción que suena un par de veces como leit-motiv, asociado a la protagonista. 


Fabrice Luchini es un clásico de la filmografía francesa. Tiene tras de sí cuarenta años de carrera interpretativa en la que no parece desmelenarse nunca. Aquí compone un juez muy humano, con unos tics mínimos y unos andares muy particulares. Sin embargo la hondura de su mirada en los primeros planos muestra que estamos ante un gran actor. Y a mí me ha resultado especialmente agradable reencontrarme con Sidse Babett Knudsen, la actriz danesa a la que descubrí en la serie Borgen y que me enamoró. Famosa en su país como actriz cómica, supo dar en la seri el empaque y dramatismo necesarios a una Primera Ministra. Es ésta nos aparece como casi secundaria. Su versatilidad (capaz de rodar en danés, francés e inglés sin necesidad de que la doblen) no es sólo lingüística sino interpretativa. La escena con su hija es conmovedora y no necesita palabras para quitarse al final el abrigo y seguir en la sala de vistas. Un lujo la señora. No es pues una peli trascendental, pero el guión está perfectamente construido y se deja ver con gusto a la vez que resulta aleccionador presenciar lo complicado que puede ser impartir justicia. 

José Manuel Mora. 

 

 

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