Happy Valley, de Sally Wainwright

 How green was my valley...

Alguna referencia periodística leída al desgaire, una recomendación de uno de mis seriéfilos de cabecera y un título que olía a irónico desde bien lejos. Todo ello me puso en la pista. Se trata de un producto BBC One, lo que siempre lleva consigo un marchamo de suspuesta calidad y del que sólo he visto la primera temporada (2014),  porque me ha parecido tan redondo que no sé si reincidiré en la segunda (2016). Ya hay firmada una tercera con el mismo presonaje protagonista. La serie ha sido premiada con algunos BAFTA, entre ellos a la mejor guionista, y a la mejor en categoría de drama. Se trata de Happy Valley, escrita y dirigida en algunos de sus capítulos por la que tuvo la idea de la serie y consiguió llevarla a término: Sally Wainwright. Quienes se han hecho cargo de otros han sido Euros Lyn, galés, y Tim Fywell. Resulta curioso que la ironía a la que hacía referencia al inicio provenga incluso de la policía del lugar en el que ha sido en parte rodada: Calder Valley, cerca de Halifax, en la zona de Yorkshire, famosa por el tráfico de estupefacientes. De hecho, ya en el primer capítulo se dice "En este valle hay toda la mierda que necesitamos: drogas y una vida miserable".


El paraje puede parecer idílico, tan verde, tan lluvioso, tan british. Sin embargo desde las primeras escenas sabemos que hay algo turbio bajo las aparentemente tranquilas aguas del pueblo: tráfico de hachís. Del mismo modo, la sargento de policía del lugar, en el que desde el arranque sabemos que no debe de haber grandes conflictos, dada la manera en que se enfrenta al primero de ellos, aparentemente es una mujer templada y que conoce su oficio (fue jefe antes de tener que dejarlo por razones que se sabrán luego), sin embargo también esconde una herida dolorosa sin curar, el suicidio de su hija tras una violación, cuyo autor acaba de salir de la cárcel después de ocho años, los que tiene el nieto al que la policía cuida. Y ya están casi todos los mimbres presentes desde el primer episodio. Falta sólo el rapto de la hija de un acaudalado industrial de la zona, que se acabará yendo de las manos de quien lo propuso y de quien decidió ejecutarlo a cambio de una generosa suma de libras. La escritura de esta primera entrega es tan redonda que uno no puede por menos que quedar enganchado, una vez más. El ambiente, para que se hagan una idea los que lean esto y gusten del cine en pantalla grande, es muy "kenloachiano" (perdón por el neologismo). 


Y a una escritura tan bien trabada corresponden unas imágenes y un ritmo exactos, que no permiten que el interés decaiga y que siguen mostrando los siguientes conflictos con una precisión sin exceso de dramatismo, pero terrible en su formulación. Es evidente que el personaje de la mujer policía se está poniendo de moda (sin salir de estas páginas, lo hemos visto en The killing, y en Bron//Broen, por poner sólo dos ejemplos, uno estadounidense y otro sueco/danés). Por un lado eso se corresponde con el acceso de las mujeres a la carrera policial (aunque a ellas les toque, además de ejercer correctamente la profesión, tratar de conciliar su vida laboral con la familiar), y por otro al hecho de que cada vez hay más guionistas féminas, que conocen bien a las de su sexo, con sus puntos débiles y sus fortalezas, y que son capaces de escribir para sus congéneres papeles de carne y hueso, nada edulcorados y menos estereotipados. Para dar cuerpo a estos personajes hacen falta actrices de raza y las británicas lo son. En este caso Sarah Lacanshire, justamente multipremiada y que no creo que se me despinte, o un secundario de categoría, como el que encarna el escribiente maltratado y que pone en marcha el perfecto mecanismo de relojería de esta historia, Steve Pemberton; también James Norton, el violador, que actuó en Mr. Turner, sin conseguir más que su cara, al verlo, me resultara familiar. Aquí está entre "hijoputa" y desvalido, en una medida perfectamente equilibrada.


No puedo por menos, que diría mi amiga Nievi, que pensar en que parte de la responsabilidad de toda esta sociedad desestructurada por la droga, entre otros motivos, no esté en el desmontaje de la middle class que llevó a cabo la Tatcher. Por eso hablaba al inicio de Loach. La corrupción afecta, como en tantas partes, a la clase política: ese concejal que por serlo no cree que pueda ser detenido por conducir borracho y puesto hasta las cejas. ¿Nos debería sonar? A pesar de ello, algunos de estos personajes rotos por la vida mantienen la suficiente dignidad como para plantar cara a los desmanes, a las pérdidas (enternecedora la entrevista final de madre e hijo), a la agotadora cotidianididad. El último plano de este "valle feliz" nos lo muestra con un perfil diferente del que vimos al principio. Hay que seguir peleando pese a los desfallecimientos y las patadas, literales.

José Manuel Mora.




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