The Legacy (El legado), de Maya Ilsøe

 ¡Oh, los daneses!...

De nuevo cine en formato de serie televisiva. Y otra vez con el marchamo de lo nórdico, tan clásico. Se trata de un trabajo de 2014, por lo que no queda demasiado atrás en el tiempo, sobre todo porque la segunda temporada se estrenó aquí en marzo; tan es así que ni siquiera los de Film Affinity incluyen ningún tipo de comentario, cosa que no acabo de entender. Obra de una mujer joven, Maya Ilsøe, es responsable del guión y de la dirección, en colaboración con la veterana sueca Pernilla August, de una serie no demasiado extensa, dos temporadas, de tan sólo 17 capítulos: The Legacy (El legado), que ha sido producida por la televisión pública (off course) danesa. Y nuevamente me prece que han vuelto a dar en el clavo. La sombra de Dreyer, danés, o la de Bergman, sueco, por no citar otras series nórdicas (Borgen, Bron/Broen, 1864, de los mismos productores, y The Killing, por nombrar sólo las que ya he comentado aquí) planea sobre la historia y sobre la forma en que ha sido llevada a la pantalla.


Ya los títulos de crédito iniciales, con una música envolvente (obra del grupo The Cardigans) y el estallido a cámara lenta de un ramo de flores colocado en un búcaro a modo de bodegón holandés tardobarroco, nos ponen en la pista de lo que vamos a presenciar. Como dice Tolstoi  (o "Tolstuá", que parodiaba Valle) al inicio de su Anna Karenina, "Todas las familias felices se parecen; las desdichadas los son cada una a su modo". Y aquí tenemos de nuevo un núcleo familiar, aparentemente origen de todas las neurosis y traumas, y también de los momentos de felicidad primigenios experimentados en nuestra infancia que tanta nostalgia nos producen luego, reunido en torno a una madre que muere en el primer capítulo (no "spolieo") y a la que se revelará como pesada herencia, la casa familiar, Grønnegaard, típico edificio decimonónico, convertido en estudio de escultura de la madre escultora. Han tenido el acierto de no rodar en Copenhague, sino en Fionia, una de las islas cercana a la isla grande, un mundo cerrado en sí mismo, como todas las islas, y más todavía por el hecho de ser el lugar que abraza a todos los personajes que nacieron en él. De entrada sólo conocemos los deseos de cada uno de los tres hijos respecto a la herencia. La aparición de una cuarta hermana más joven, que no se crió con su madre, sino con su padre y madre adoptiva, y que recibe la casa despojando a los demás de lo que esperaban, provocará una terrible batalla inicial con juicio incluido. De hecho, los cuatro hermanos son hijos de tres padres diferentes, el de la mayor, Gro, un hippy trasnochado dedidcado a la música, Thomas, vive en una cuchitril aledaño al imponente edificio. El padre de los dos varones ya murió, con la consiguiente sensación de desamparo de ambos, descuidados por la artista. El descubrimiento de su origen real por parte de Signe, la jovencita, provocará también su consiguiente desgarro emocional.


La segunda temporada se desarrolla un año más tarde con incorporación de nuevos personajes y nuevas tramas, una en indonesia, donde Emil, el más joven de los varones tiene un "ressort", y otra de ellas muy interesante para mí, sobre la autenticidad de las obras de arte, los precios astronómicos, la tarea de los galeristas, más cuando aquellas son "encontradas" una vez que el artista ha desaparecido (algo que suele suceder con los "originales" de los escritores muerto, como ya he comentado en estas páginas alguna vez). Ello da pie a una de las pocas secuencias rodadas en la capital, en la ampliación de su Museo  Nacional de Bellas Artes, tan magníficamente realizada y que me dejó fascinado cuando la visité. El famoso tópico respecto a la frialdad temperamental de los nórdicos estalla aquí como el jarrón inicial: los glaciares externos albergan en su interior volcanes a punto de irrumpir, estallar y arrasar todo lo que encuentren a su paso.

Además de los giros narrativos perfectamente medidos, aunque unos más interesantes que otros, lo que me ha parecido magistral ha sido el perfecto dibujo de los caracteres de todos los protagonistas. Todos son una muy humana combinación de elementos positivos, gente luchadora y solidaria, a la vez que mezquina y egoísta, defensora de sus propios intereses, cada una con trastiendas oscuras que condicionan sus actuaciones, las explican y las acercan a los espectadores, tan contradictorios como ellos, mon semblable, mon frère. Gro, Tryne Dlijom, a quien vi sin recordarlo, claro, en Celebración (98) y En un mundo mejor (2010) está llena de fuerza en su afán por controlarlo todo, pero absolutamente frágil  por tener que hacer frente a todas sus carencias afectivas de una madre que fue más bien una competidora. Frederik, Carsten Bjørnlund, a quien tampoco recordaba de la serie The Killing, ya citada,  muestra su torturado interior cuando se pone de manifiesto la verdadera naturaleza de su padre y que lo convierte en un ser a quien le resulta difícil controlar su agresividad, hacia sus hermanos o hacia su mujer, a pesar de lo padre amantísimo que puede llegar a ser. Mikkel Boe Følsgaard encarna a Emil y, aunque su aparentemente vida despreocupada y vacía no me interesaba en absoluto, también es capaz de mostrar generosidad y ternura. Marie Bach Hansen, Signe, es la última en incorporarse a la familia. Tenía un papel secundario en Borgen, pero su protagonismo aquí no creo que me permita olvidarla. Frágil, cabezota, sin atender a lo material, acaba demostrando que es capaz de pelear con fiereza por lo que cree que le corresponde y no tuvo en su momento. Por último, Jesper Christensen, el padre músico, amigo de fumar hierba, de beber hasta caerse, de liarse con la primera que pasa, de bañarse en pelota, y de ser un padre cariñosísimo con la bebé que podría ser su nieta. Todo un panel de personajes que igual conforman una auténtica jungla, que una piña solidaria. Como la vida misma, vamos.

        

¿Qué decir, pues, de esta historia que bordea a veces el drama y en ocasiones la tragedia? Viene servida con una fotografía en la que la luz nórdica es un personaje más, tanto en interiores como en exteriores. La ambientación me ha hecho trasportarme a mis estancias en Copenhague, así como la música envuelve las situaciones sin subrayar. La vida de estas personas, aparentemente tan distantes de nosotros por cultura y costumbres, acaba dando lugar a un retrato de gente como nosotros, aunque en un registro distinto. Puedo decir que el interés no decae en ningún momento y que se disfruta la inmersión en esta familia ¿desestructurada? Como todas, seguramente.

José Manuel Mora.         



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