Trumbo, de Jay Roach

 Fascismo

Hace ya muchos años, tantos que se diría que me sucedió en el Pleistoceno Superior, vi una peli que me dejó sin habla, absolutamente conmocionado. Johnny cogió su fusil era su título (en España se estrenó en 1973, supongo que con todas las reticencias por parte de la Dictadura vigente, dado su tono rabiosamente antibelicista) y la dirigía un señor del que no había oído hablar: Dalton Trumbo. Es cierto que en aquellos años no miraba los créditos con el cuidado que lo hago ahora. Si lo hubiera hecho, me hubiera dado cuenta de que se trataba de la misma persona que firmaba el guión de Espartaco (1961). Cuando la volví a ver en un cine-club, el hincapié se ponía en su director, el inmenso S. Kubrik. Lo que me quedó claro fue que la reflexión sobre la guerra y sobre la eutanasia que la primera planteaba iba a hacer que el nombre de su director y autor de la novela previa al guión del filme, no se me iba a borrar de la mente. Así que, cuando me enteré de que se iba a estrenar una cinta con su nombre por título, sabía que tenía una cita ineludible: Trumbo. Su director, Jay Roach es autor de la serie de Austin Powers, personaje que no me era interesante en absoluto dadas las ráfagas vistas. Por eso me extraña que haya sido capaz de dirigir algo de tanta intensidad, al menos desde la óptica del protagonista.


¿Qué pasó en EE.UU. para que, tras la IIª Guerra Mundial, se generara una reacción anticomunista tan visceral? No fue sólo un asunto del Gobierno, Guerra Fría y demás, sino que permeó toda la sociedad. En ese sentido es sintomático el personaje interpretado por Helen Mirren, fantástica en su papel de malísima conductora de la opinión de tantísimos lectores que la seguían a través de sus artículos periodísticos; manipuladora y profundamente fascista en sus apreciaiciones y actitudes. El boicot que logró para muchas de las películas que firmaban quienes no comulgaban con su ideología fue terrorífico y destrozó familias, trayectorias, vidas enteras... El filme combina datos reales con otros de mera ficción, perfectamente entramados y creíbles.


Pero además el  Comité de Actividades Antiamericanas, que funcionó entre 1938 y 1975 nada menos, proveniente de la Cámara de Representantes, tuvo un papel preponderante en la auténtica caza de brujas que se desató entre la gente de la farándula. El "grupo de los diez" fue en ese sentido definitorio de la actitud de tantos actores, productores y sobre todo guionistas que se negaron a declarar ante el mismo por ir contra la Primera Enmienda de la Constitución, que defiende que nadie pueda ser obligado a definir sus preferencias ideológicas o religiosas de forma pública. En esa situación se encontró Trumbo y por mantener su integridad fue condenado a cárcel por desacato. A partir de ahí tanto él como muchos otros fueron incluidos en una lista negra que les impedía ser contratados, o incluso firmar sus trabajos, con lo que se vieron obligados al ostracismo. Es cierto que, mientras unos delataban y "confesaban", otros se mantuvieron firmes y salieron en defensa de los acusados. J. Wayne o E. Kazan estuvieron entre los primeros; H. Bogart o L. Bacall entre los segundos.


A pesar de las dificultades a que se vieron sometidos para salir adelante, Trumbo mantuvo su dignidad y consiguió sostenerse a base de lo único que sabía hacer: escribir; daba igual que fuera bajo pseudónimo, como sucedió con la oscarizada "Vacaciones en Roma" (1953), premio que no pudo recoger, como revisando a destajo guiones infumables que firmaban otros, como los que le presentaba el personaje estupendo de J. Goodman, y a los que él se dedicaba para sobrevivir. Tuvieron que llegar O. Preminguer con su Exodus o bien K. Douglas y ofrecerle el de Spartacus sacándolo en los títulos de créito, para que su carrera se enderezara algo. Eran otros tiempos y ni Eisenhower, ni Kennedy estaban ya por la labor de sostener el dichoso comité. Toda esa lucha está estupendamente mostrada en la película, tanto desde la óptica familiar del personaje, como desde la profesional y social. En ese sentido parece un acierto haber elegido a Bryan Cranston, que ya había mostrado su magisterio en Braking Bad, ya comentada aquí, para el papel protagonista. Este hombre es un dechado de magnetismo y sensibilidad, lo que tembién sucede con quien encarna a su mujer, Diane Lane, con una carrera cinematográfica dilatadísima y que, aunque permanece en un segundo plano, no deja de ser  fundamental en la trama como apoyo de su marido.


Es magnífico el uso que hace el director de filmaciones de época en B/N para mejor encuadrar lo que estamos viendo, como lo es la difícil tarea de lograr que actores actuales encarnen a otros conocidísimos de la época dorada de Hollywood y que salgan bien parados, como sucede con Douglas. El desnudamiento final de la cara de la Mirren, me ha traído a la cabeza el de G. Close, en el último plano de Las amistades peligrosas. Desnudez, verdad, hundimiento y derrota definitivos. Una lección de cine y de Historia necesaria para los que amamos este "pasatiempo" que tantas batallas ha dado por defender las ideas de la gente, aunque sea cierto también que ha sido objeto de manipulaciones innúmeras. A cada quien diferenciar unas de otras. 

 José Manuel Mora.

Comentarios