14, de Jean Echenoz

 Los desastres de la guerra

Decía Alberto Manguel hace poco, y su opinión es de las que hay que tener en cuenta pues sabe de lo que habla (ha vivido en Francia durante los últimos quince años donde ha acumulado un fondo de más de 40.000 ejemplares en su casa, años antes de ser nombrado Director de la Biblioteca Nacional de Argentina) que, la que antaño fue pujante literatura francesa, cuando París irradiaba su influencia por Europa y la totalidad de América, ha ido declinando y cediendo su lugar a la literatura en inglés a un lado y otro del Atlántico. Y comentaba que era una lástima, puesto que sigue habiendo grandes escritores en la lengua de Montaigne. Entre ellos citaba a un autor del que una vez más no había leído nada, lo que provocó mi curiosidad. Elegí, no sé si lo más representativo, pero tal vez sí aquello que me llamaba más, por ser un asunto del que sólo conocía de pasada a través de Céline, Hasek, Zweig..: la Gran Guerra, luego conocida como la Iª Mundial, después de que se desencadenara la segunda. ECHENOZ, JEAN. 14. Barcelona: Editorial Anagrama, 2015 (se publicó por primera vez en 2013, y un año antes salió en Minuit), en una traducción impecable de J. Albiñana y de tan sólo 98 págs.). 


Vuelvo a coincidir con un chico joven de mi edad: Orange, 1947. Su formación como sociólogo e ingeniero no presuponía su dedicación casi exclusiva a la literatura. Educado en un ambiente musical, no es raro que una de sus novelas, casi una biografía, la dedicara al compositor M. Ravel. Ha recibido importantes premios por su obra narrativa, el Medicis y el prestigioso Goncourt (1999). Resulta llamativo el tour de force, que decimos los franceses, que supone meter semejante periodo histórico en apenas cien páginas. Esto es lo primero que sorprende, sobre todo por cómo consigue hacerlo sin dejar ninguno de los aspectos de aquella carnicería industrial en que se convirtió la Gran Guerra. Se apoya para ello en dos jóvenes, Charles y Anthime, y una muchacha, Blanche, más tres amigos con los que los dos primeros parten al frente de un conflicto que en principio iba a durar un par de semanas. La relación de los tres primeros, imaginada por mí en B&N, tiene ciertos ecos de Jules et Jim, del gran Truffaut, aunque sin la poesía demorada que el filme encerraba, mucho más sugerida que expicitada en este caso. Y todo el libro me ha situado en las trincherass de Paths of Glory (1957, aunque yo la viera mucho más tarde), del feroz antibelicista S. Kubrick, que tanto me conmocionó en su momento. Por acabar con las referencias, ésta de contraste, no hace mucho acabé el novelón Guerra y paz, de Tolstoi, aquí comentado, análisis minucioso, frente a la síntesis apretada de Echenoz; y no sé si la eficacia en la descripción del conflicto es mayor en el exceso o en la contención, aunque sean incomparables.


¿Cómo se puede volver a este asunto, aparentemente tan manido? Creo que el librito es la constatación, una vez más, de que en Literatura, nihil novum sub sole; que lo importante es el punto de vista que se adopta, la forma en que el tema se traslada a los lectores. Eso es lo que deja la impronta de los escritores grandes.Y éste creo que lo es. Está todo: el ardor guerrero inicial, "Todos parecían encantados con la movilización. Discusiones enfebrecidas, risas desmesuradas, himnos y fanfarrias, exclamaciones patrióticas entreveradas de relinchos" (pág. 11); "La gente sonreía confiada, pues a todas luces aquello duraría muy poco" (pág. 17); el vaciamiento de los peblos tras la movilización: "Las dimensiones de la ciudad vaciada de los varones, como si se los hubieran tragado, parecen haberse extendido" (pág. 23); la comida en las trincheras: "Se repartieron carne en lata fría, regada con agua turbia" (pág. 28); las novedades de la industria armamentística: "Nos hallamos en las primeras semanas de guerra y el avión es un modo de trasporte novedoso, jamás utilizado en una misión militar" (pág. 44); el nuevo armamento pesado: "Hasta que el primer proyectil impactó cerca de él, Anthime no se lo creyó de verdad" (pág. 47), los lanzagases...; el gran guiñol de los músicos tocando en el frente para enardecer a la soldadesca: "Se encontró sin saber muy bien qué hacer, en medio de un campo de batalla de lo más real [...], los acordes de la Marsellesa con los que la orquesta procedió a ilustrar valientemente el asalto" (pág.48); todo ello en medio del más absoluto caos, rodeados de ratas y de piojos: "No poseía lucidez suficiente para pensar, tan sólo para disparar sobre todo aquello que pareciera hostil" (pág. 48); las cargas de bayoneta, cuando aún se veían los rostros de aquellos a quienes uno mataba; el hedor de la muerte: "Caballos descompuestos, la putrefacción de los hombres caídos" (pág. 62); el alcohol como un arma más: "Embriagar al soldado contribuye a incrementar su valor" (pág. 70); la aparición del comercio en medio del campo de batalla, como sucedía en Madre Coraje, de B. Brecht: "Comerciantes de toda laya" (pág. 81); la amistad como casi único punto de apoyo en medio del horror: "La guerra desde luego no era divertida [la famosa drôle de guerre], pero resultaba más o menos soportable en compañía de sus amigos" (pág. 77); los juicios sumarísimos para evitar deserciones; los heridos, única forma de escapar del horror, a menos que se pensara en el suicidio: "Ser fusilado por los propios, mejor que axfisiado, carbonizado, despedazado por los gases, los lanzallamas o los proyectiles del enemigo, podía ser una opción. Pero también podía uno fusilarse uno mismo, dedo del pie pegado al gatillo y cañón en la boca" (pág.75); las mujeres incorporadas a las fábricas para sutituir a los varones (una de las pocas cosas positivas de aquello, ya sin posible marcha atrás); y la muerte a la que se le puede plantar cara o que llega de improviso:  "Boquiabierto ve acercarse el suelo en el que va a estrellarse, a toda velocidad y sin más alternativa que su muerte inmediata" (pág. 45). 



El mismo escritor es consciente de que aquella carnicería ha sido mil veces presentada: "Todo esto se ha descrito mil veces, quizá no merece la pena detenerse en esta sórdida y apestosa ópera" (pág. 62); sin embargo no quiero terminar sin dejar un ejemplo del estilo del escrtor en el francés original para aquellos que puedan seguirlo y disfrutarlo: "C'est alors qu'après les trois premiers obus tombés trop loin, puis vainement explosés au-delà des lignes, un quatrième percutant de 105 mieux ajusté a produit de meilleurs résultats dans la tranchée : après qu'il a disloqué l'ordonnance du capitaine en six morceaux, quelques-uns de ses éclats ont décapité un agent de liaison, cloué Bossis par le plexus à un étai de sape, haché divers soldats sous divers angles et sectionné longitudinalement le corps d'un chasseur-éclaireur. Posté non loin de celui-ci, Anthime a pu distinguer un instant, de la cervelle au bassin, tous les organes du chasseur-éclaireur coupés en deux comme sur une planche anatomique; avant de s'accroupir spontanément en perte d'équilibre pour essayer de se protéger, assourdi par l'énorme fracas, aveuglé par les torrents de pierres, de terre, les nuées de poussière et de fumée, tout en vomissant de peur et de répulsion sur ses mollets et autour d'eux, ses chaussures enfoncées jusqu'aux chevilles dans la boue.
Tout a ensuite paru sur le point de s'achever : l'opacité se défaisant peu à peu dans la tranchée, une sorte de calme y revenait, même si d'autres détonations énormes, solennelles, sonnaient encore autour d'elle mais à distance, comme en écho. Les épargnés se sont relevés plus ou moins constellés de fragments de chair militaire, lambeaux terreux que déjà leur arrachaient et se disputaient les rats, parmi les débris de corps çà et là — une tête sans mâchoire inférieure, une main revêtue de son alliance, un pied seul dans sa botte, un œil
" (pág. 65).

 

Todas aquellas existencias no valían nada para los mandos que los enviaban al desastre (por eso he dejado el fragmento del filme de Kubrick). Tal vez por eso también el escritor no se detiene demasido en ninguno de ellos y pasa de unos a otros para conformar un fresco terrible a base de economía de medios, de fuerza expresiva en las pocas metáforas que usa: "La enorme puerta principal, habitualmente abierta aboca y absorbe a horas fijas a las masas laboriosas frescas y lozanas, para luego regurgitarlas jadeantes" (pág. 30-31); del uso de la primera persona del plural, inclusiva, franceses, lectores todos; de diálogos con verba dicendi sin guiones ni cambio de renglón; de frases casi expresionistas en su crudeza: "Dejó escapar una risa en forma de largo espasmo, que sonó como un relincho, haciendo enmudecer de inmediato a todo el mundo, hasta que una potente inyección de morfina lo devolvió a la ausencia de las cosas" (pág. 66). Correoso, irónico, con un punto de humor amargo en algún momento, escueto en cuanto a la expresión de sentimientos, humano a pesar de todo. Acabo de descubrir a un maestro.

José Manuel Mora.


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