Espías desde el cielo, de Gavin Hood

 Dilema moral

La recomendación venía esta vez de un antiguo alumno, Fermín. Y como es de confianza, a pesar de estar en "festes", o tal vez por eso, me he animado a ir al cine. En principio estaba yo solo; al final éramos cinco. Nada extraño si se piensa que la peli llevaba varias semanas en cartelera y, aun con un solo pase a una hora intempestiva, la han mantenido en cartelera varias semanas. Se trataba de Espías desde el cielo (Eye in yhe sky, mucho más adecuado el original, claro), de un tal Gavin Hood (Johannesburg, 1963), director, guionista, actor, cuyo nombre no me sonaba pero del que, al consultar la wiki, me entero de que vi, en 2005 nada menos, Tsotsi; al consultar el argumento recuerdo cómo me conmovió. Ganó el Oscar aquel año. Ya hay en este blog comentarios de películas en las que la guerra y el terrorismo van de la mano (¿no será la guerra otro modo del segundo?), así que me esparaba algo déjà vu. Sin embargo...


El filme se abre con una cita clásica, de un trágico griego: "en una guerra, la primera víctima es la verdad". Pero la tecnología permite que esa víctima llegue con más precisión, de forma simultánea y preparada para ser digerida a través de los telediarios. Se trata de los drones. Y de la multiplicidad de pantallas sincronizadas que ponen en contacto a los distintos actores de la tragedia de forma inmediata, por más lejos que estén unos de otros, como en un terrible videojuego mortal jugado desde distintos sitios. Las microcámaras permiten la precisión en el blanco y la estimación aproximada de los daños colaterales. Militares, espías in situ, diplomáticos, fiscales, técnicos, pilotos, asesores legales, ..., los dramatis personae se encuentran ante el dilema de elegir entre la muerte de una niña inocente para acabar con algunos de los más buscados terroristas, o la posible matanza provocada por un suicida cargado de explosivos en medio de un mercado. La tensión dramática está perfectamente graduada, a modo de auténtico thriller, y los personajes están bien dibujados. No son todos de una pieza, buenos y malos (salvo tal vez la más radical de todos, la jefe militar, curiosamente una mujer), sino que se debaten entre lo que les dicta su conciencia y la posibilidad de acabr con unos radicales, lo que los acabará convirtiendo a ellos en mostruos similares. Y no todos reaccionan de la misma manera: los hay que dudan, los que se niegan a participar en la matanza, los fríos y calculadores, que sólo ven objetivos de guerra. La situación trae a la cabeza la famosa imagen en la que B. Obama y H. Clinton, rodeados de la plana mayor, esperaban el asalto a la casa donde se encontraba Bin Laden. Estamos lejos del barro y el peligro de la propia vida de las guerras anteriores. Ahora se trata de atacar un barrio humildísimo de Nairobi, por decisión tomada en Gran Bretaña y con un accionado de las armas desde el desierto de Nevada. ¡Oh, la tecnología!...


El que la mujer se haya incorporado al ejército y vaya alcanzando cuotas de poder la sitúa en lugares desde los que tomar decisiones difíciles. Y aquí el papel de la fanática, no de la sensible, le corresponde a Hellen Mirren, que me parece una actriz superlativa, pero que en la presente cinta, me da la impresión de que compone su personaje desde un solo gesto, tal vez porque no se lo acabe de creer. Sin embargo Alan Rickman, que falleció poco después y a quien se dedica el filme, está tan ajustado como suele, con ese detalle de la compra de una muñeca para una posible nieta lejana; ¿otra vez la banalidad del mal? ¿O saben perfectamente a quiénes sirven y por qué toman las decisones que cubrirán de horror un poco más nuestro muno? El que me ha llamado la atención por su sobriedad emocionada ha sido Aaron Paul, a quien vi de descerebrado de la vida en Breaking Bad, y que aquí interpreta un papel completamente diferente. 















 En los bombardeos "clásicos" quienes lanzaban los explosivos podían escudarse en el anonimato y en la altura desde los que se lanzaban. La tecnología permite hoy planos cenitales que luego se pueden acercar y que muestran a la inminente víctima en la cotidianeidad de su vida sobre la que planea una muerte inminente de la que es totalmente ajena. Aún así se aprieta el botón y la tragedia se consuma, con lo que el asesinato se hace más evidente. Todo ello está narrado con una estética que queda lejos de la épica de otras pelis bélicas, o del pulso nervioso de las de acción, que tan de moda están, con todo el trémolo de todos los altavoces de la sala. Aquí hay contención por parte del director y no por ello el clímax es menor. 


Bienvendos al horror en directo, aunque con la distancia que las pantallas provocan y que no sé si acaban haciendo creer a los protagonistas que estamos en otro maldito videojuego. Aunque soy consciente de que saben perfectamente lo que hacen.

José Manuel Mora.

 

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