El giro, de Stephen Greenblatt

 Libros raros

Y no me refiero al que comento aquí, sino al que dio origen al mismo. En cuanto vi la reseña en la prensa, pensé que ese libro acabaría en mis manos. Mi alumnado de Cruz Roja decidió despedirse de mí con un regalo que yo aprecié muchísimo: una tarjeta cargada con dinero para obtener libros a mi albedrío. Y eso hice. A ellos tengo que agradecer el volver de nuevo a un campo que tenía algo abandonado, el de la Historia del Libro, que tan buenos momentos me proporcionó mientras preparaba la asignatura para los del Módulo de Biblioteconomía y durante el tiempo que seguí ampliando contenidos los años que la impartí. GREENBLATT, STEPHEN. El giro. Barcelona: Editorial Crítica, 2016 en su cuarta impresión, aunque la primera edición sea de 2012. El subtítulo me parece pertinente: "De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a a crear el mundo moderno". Estoy seguro que aquellos que pasaron por el aula, si caen en estas "páginas", recordarán lo que aquí voy a comentar como algo déjà vu. A ellos en parte dedico esta entrada.


Se nota que estamos ante la obra de un profesor universitario, que además se dedica a investigar. El corpus de notas al final del libro, perfectamente referenciadas, tal como enseñaba yo en Bibliografía, es una muestra de que conoce los materiales que maneja, muchos de ellos en versión original latina. Y resulta abrumadora tanta sapiencia puesta al servicio de la divulgación, no sólo en el ámbito de los campus, sino para lectores comunes. Greenblatt (Boston, 1943), casi un chico joven de mi edad, es de los estadounidenses que miran con respeto y admiración la cultura europea, lo que es de agradecer. Este experto en Shakespeare y profesor de la Universidad de Harvard, ganó también el Premio Pulitzer en 2012 por el libro que comento. Sin embargo su curiosidad no se limita al territorio anglosajón. Al parecer es buen conocedor del Petrarca y de los clásicos grecolatinos. El libro se inicia con una figura anónima a lomos de un caballo, casi diluída en la niebla, que se dirige a un monasterio al sur de Alemania, con la esperanza de que el prior y su bibliotecario tengan a bien dejarlo husmear en su biblioteca, se trata de Poggio Bracciolini (Arezzo, 1380 - Florencia, 1459), quien "iba a la caza de manuscritos antiguos" (pág. 25), para descifrarlos. Su profesión era la de scriptor (íbidem). Corre el año de gracia de 1417, a las puertas de lo que luego los libros de Historia conocerán como Renacimiento. He citado antes al Petrarca (1304 - 1374), y no en balde, pues es quien con la reconstrucción de la Historia de Roma desde su fundación, de T. Livio, animaba a la "búsqueda de obras perdidas [...] Los textos recuperados eran copiados, editados, comentados y celosamente comprados y vendidos, cubriendo de gloria a los que los hallaban y sentando las bases del estudio de las humanidades" (pág. 29), que ahora se quieren poco a poco desterrar. Ya lo han conseguido de los institutos. El próximo paso serán las univerisades. No son saberes que demande el mercado, hélas!. Es cierto que en aquella época, "una cultura caracterizada por el analfabetismo, el interés por los libros constituía una rareza (pág. 21).


Los monjes de monasterios y abadías tenían obligación de leer, según las distintas reglas monacales. Otra de sus tareas, para aquellos que no trabajaban en la huerta (ora et labora), era la reescritura de libros deteriorados, según las indicaciones de los bibliotecarios y conservadores. ¿Cuántos ejemplares se habían quemado en incendios imprevistos? Viene bien recordar al maestro Eco en su obra magna, El nombre de la rosa, que concluye con un incendio apocalíptico en la biblioteca de un monasterio. En otras ocasiones las guerras o las hambrunas hacían lo suyo y de repente escaseaban los corderos de los que se obtenían las pieles para los pergaminos. Entonces el bibliotecario mandaba a los amanuenses raspar lo escrito en manuscritos bien conservados para palimpsestear, es decir, reescribir sobre lo borrado. ¿Qué obras clave, no consideradas tales en esa época, se hicieron desaparecer para copiar algún libro piadoso? ¿Con qué criterio se elegían las que serían borradas? Por todo ello, fue un golpe de suerte que Poggio diera con un manuscrito latino, cuyo título me rerotrae a mis clases de literatura de 6º de Bachillerato con Dª María Pascual (única catedrática de la materia en toda la provincia de Alicante, en su único instituto, el "Jorge Juan") y que para mí en aquel entonces era sólo una obra más de la lista que tenía que aprender de memoria: De rerum natura (De la naturaleza de las cosas), poema filosófico de Tito Lucrecio Caro (del 99 al 55 a. C.), que se conservó gracias a Cicerón, que fue quien preparó su edición romana. El manuscrito que encontró era del s. IX y, a partir de él, Poggio realizó una cuidadísima copia, que sería la base de todas las ediciones impresas a partir del s. XV. Fueron manos expertas las del italiano, "excepcional en las artes necesarias para descifrar la escritura de los manuscritos antiguos. Era un latinista" (pág. 35). Y además "un amanuense extraordinariamente instruido" (pág. 36). Para el de Arezzo, "copiar un manuscrito era una actividad estética" (pág. 45), tan importante que en la Edad Media, matar a uno de ellos era equiparado a acabar con un obispo o un abad.


Lo importante de su proyecto de copia es que "relacionaba la creación de algo nuevo con la búsqueda de algo antiguo" (pág. 106), como había enseñado Petrarca. Había sido secretario papal con diversos pontífices en una época turbulenta, el cisma de Avignon, y "era considerado por sus amigos un héroe cultural" (pág. 157). ¿Qué tenía de particular la obra rescatada? Partiendo de Epicuro y Demócrito, desarrolló una filosofía y una física atomista que, por serlo, "contribuyó a la desestabilización y transformación del mundo" (pág. 178). A pesar de ser un poema y no un tratado, los popes de la Iglesia vieron que ahí se encerraba un gran peligro y trataron de esconderlo y denigrar a su autor. Pero con la imprenta el mal ya estaba hecho, y Montaigne tenía su copia; Erasmo, G. Bruno y Galileo la conocían y parece que se vieron influidos por la concepción del mundo que en el libro se mostraba, al igual que T. Moro y su Utopía. Por supuesto los ilustrados, Voltaire, Diderot, Hume, la valoraron como se merecía y Newton con su física e incluso Einstein guardan ecos de lo que en el poema se planteaba. ¿Qué era ello?



A modo de índice sucinto, puesto que no creo que haya muchos lectores de estas líneas que corran a encontrar el libro de Lucrecio, dejo una lista en forma de simple enunciado de los temas tradados.

- Todo está hecho de partículas invisibles.
- Las partículas elementales de materia - "las semillas de las cosas"- son eternas.
- Las partículas elementales son infinitas en número, pero limitadas en cuanto a la forma y al tamaño.
- Todas las partículas están en movimiento en un vacío infinito.
- El universo no tiene creador ni ha sido concebido por nadie.
- Todo surge como consecuencia de un cambio de rumbo.
- El cambio de trayectoria es la fuente de la libertad de albedrío.
- La naturaleza experimenta sin cesar.
- El universo no fue creado para los humanos ni alrededor de los humanos.
- Los humanos no son seres únicos.
- La sociedad humana no comenzó en una edad de oro de calma y plenitud, sino en una lucha primigenia por la supervivencia.
- El alma muere.
- No existe el más allá.
- La muerte no es nada para nosotros.
- Todas las religiones organizadas son ilusiones de la superstición.
- Las religiones son invariablemente crueles.
- No hay ángeles, ni demonios, ni fantasmas.
- El fin supremo de la vida humana es la potenciación del placer y la reducción del dolor.
- El mayor obstáculo para el placer no es el dolor, sino las ilusiones.
- Comprender la naturaleza de las cosas produce asombro.

¿Se entiende ahora mejor lo revolucionario del librito de Lucrecio y el título y subtítulo del que he estado comentando? Quiero terminar con una cita, aunque sea larga: "El hallazgo de un libro perdido no es calificado habitualmente de suceso apasionante, pero detrás de ese momento en particular tenemos [...] una gran explosión del interés cultural por la Antigüedad pagana. El hecho vino a satisfacer plenamente la pasión que había acariciado toda su vida aquel brillante buscador de libros [Poggio]. Y ese mismo buscador de libros, sin siquiera pretenderlo ni darse cuenta de ello, se convirtió en la partera del mundo moderno" (pág. 19). ¿No parece razón suficiente, además de lo anteriormente expuesto, para sumergirse en las páginas de esta apasionante historia? Las cosas como son...

José Manuel Mora.




















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