El lado oscuro del amor, de Rafik Schami

 Las mil y una... historias.

Cada libro tiene su historia y llega a nuestras manos por razones diferentes. La referencia crítica del periódico señalaba un par de cuestiones que me resultaron curiosas: la primera, el hecho de que se desarrollaba en Siria, país para mí mítico desde que lo visité allá por 2001, antes de que se iniciara la actual e interminable carnicería trágica. La segunda tenía que ver con el autor (Rafik Schami, Damasco 1946), sirio trasplantado a Alemania en 1971 como exiliado, donde aprendió el idioma y se doctoró en Químicas por Heilderberg. Desde 1982 se dedica exclusivamente a escribir y lo hace en alemán, un perfecto ejemplo de integración, sin que eso le haya supuesto renunciar a sus raíces culturales y vitales ("Desde hace más de treinta y cuatro años, cuando abro los ojos pienso en Damasco", pág. 824), tan presentes en su obra, como luego veremos.  SCHAMI, RAFIK. El lado oscuro del amor. Barcelona: Editorial Salamandra, Letras de bolsillo, 2013. Y esta vez sí señalo las páginas: 827, no a modo disuasorio, sino para indicar que hay que cogerla con tiempo porque la novela es de largo aliento. La traducción de Carlos Fortea es precisa, de las que no se notan. Y se agradece. A lo mejor es porque mi desconocimineto del alemán me impide percibir calcos idiomáticos y giros. Me parece muy cuidada.

 























El último capítulo del libro es biográfico y en él narra su vida real y los avatares que tuvo que sufrir para culminar una novela que llevaba en la mente desde los dieciséis años y que le ocupó desde los años ochenta hasta su publicación en 2004. Del libro, escrito originalmente en alemán, se han vendido más de 300.000 ejemplares y se ha traducido a veintisiete idiomas. Sabemos así que pertenecía a una familia cristiana y que se educó en un colegio religioso. Él mismo dice que "aunque la mayoría de mis personajes son cristianos como yo, nuestra cultura es árabe islámica" (pág. 823). Me recordó esto a la familia cristiano-ortodoxa que conocí en la muy musulmana y rigorista Hama, los Bauab, donde convivían las tres religiones con absoluta normalidad, es verdad que eran otros tiempos. A ello se añade el poso de la cultura francesa tan presente desde la dominación colonial, e incluso después de la marcha de los franceses. La madre del protagonista, que no en balde se llama Claire y envía a su hijo a un internado a educarse en francés, lee Rojo y negro, los poemas de Verlaine, Los monederos falsos, a Bernanos, a Maupassant, a Colette.. A los dieciséis años él cuenta que "una joven musulmana fue asesinada ante mis ojos y los de todos los vecinos porque había transgredido los límites religiosos y se había enamorado de un varón cristiano" (pág. 819). La idea del amor prohibido entre un joven católico, Farid, y una muchacha ortodoxa, Rana, cuyas familias entán enfrentadas a muerte, estaba en el origen de lo que aquel chico sirio aspirante a escritor quería contar. Conforme se fue haciendo adulto, a esta idea tan manida "romeojulietesca" se le superpuso la de un acto de venganza que la joven llevará a cabo, para lo que fue necesario "hacer como los cactus: sobrevivir al desierto y florecer después" (pág. 822).








La novela se estructura en "libros" de títulos más que indicativos: "del devenir", "de la soledad", "de la risa", "de la estirpe", "del infierno", "libro del amor", "libro de la muerte"... Probablemente uno de los más significativos es el de "la estirpe", que todo lo condiciona en esas sociedades de Oriente; no en balde el volumen se abre con dos árboles genealógicos, el de la familia Shahin y el de la familia Mushtak, los dos clanes enfrentados desde la primera página: "la sangrienta enemistad que enfrentaba a sus familias" (pág. 13) debido a un odio ancestral del que los personajes del momento actual de la narración, ya no conocen los motivos y por oposición a lo que dice un personaje femenino: "el amor, el amor es mi religión" (pág. 63). Para enfatizar el asunto, y aquí no hay ánimo de "espoilear" nada, se nos cuenta que una tía de Rana, cristiana, se había enamorado de un musulmán y fue asesinada por un sobrino suyo de 16 años, espoleado por la familia ante el deshonor que eso suponía y sabiendo que, por ser menor de edad, tampoco sería castigado con dureza. Al cumplir el periodo de reclusión impuesto, fue recibido como un héroe por su familia. Con esto es suficiente para situarnos. A la estructura mencionada se une un vaivén temporal que nos lleva al pasado del conflicto, al presente que experimentan en carne viva, a la sugerencia de lo que sucederá en el futuro. Dice el escritor que lo que más le costó fue encontrar la voz del narrador, lo que suele ser frecuente. Aquí tenemos la de Farid, que "contaba tan bien que era como estar viendo lo que decía" (pág. 43) y que se superpone a veces a la del narrador, que interviene en el curso de los acontecimientos con frases del estilo: "como ya hemos dicho..." (pág. 138). En otros casos vemos a través de los ojos o los sentimientos de Rana, o los de Claire, la madre-leona. Esta pluralidad enriquece el cuento. A ellos se añaden los fabuladores tabernarios (tiempos en que no había televisión y el cine era un lujo; se estrena Quo vadis en el Damasco de 1953), los jefes de pandilla que narran gestas en las que siempre son los héroes, las mujeres cuando se reúnen  en el hamann o en torno a un té con cardamomo... Por eso hablaba en el subtítulo de las "mil y una historias". Hay como ecos de Sherezade narrando ante el sultán. O recurriendo a la misma metáfora de la que hace uso el autor, todo el libro conforma un enorme mosaico integrado por infinidad de teselas que van ocupando su lugar y configurando la imagen global.


























Y junto a la vida que bulle en calles y cafés, en zocos y cines, en patios interiores y terrazas (las fotos son de mi ya lejano viaje), el escritor contextualiza la historia de Farid, primero internándolo en un colegio de jesuitas, aislado y lejos de la capital, donde hablar árabe está prohibido y sólo se permite el francés; los castigos físicos son severísimos y las lealtades y las enemistades que se fraguan allí durarán para siempre; cuando crece,  haciéndolo militante comunista tan hipercrítico que sus propios camaradas renegarán de él, lo que lo llevará a ser reprimido, encarcelado, torturado... Los diferentes golpes de estado se suceden y los dictadores militares, pertinentemente modificados en sus nombres, intentan imponerse a base del espionaje, del miedo, de la represión y los campos de internamiento, como el de Tad. Los barrios están perfectamente definidos según la confesión religiosa: musulmanes, cristianos, católicos u ortodoxos, y judíos. La convivencia es fluida a pesar de las diferencias de credo o de nivel económico. Todos se consideran árabes, parte de un pueblo muy viejo, de ocho mil años de antigüedad, damascenos, en definitiva: "Damasco no es una ciudad, un punto en un atlas, sino una leyenda que se disfraza de casas, callejones, historias, olores y rumores [...] una obra histórica confeccionada a base de retazos, una oficina de objetos perdidos de las culturas" (pág. 317-318). Las descripciones de la ciudad en la que piensa el escritor cada día al levantarse son magníficas sean leves o extensas: "En la calle latía bajo un espléndido cielo azul. La gente iba en manga corta y disfrutaba con alegría de la fresca brisa perfumada por las flores de albaricoque y almendro que soplaba en esa época" (pág. 609). Hay que creer que siga siendo lo primero en que piensa al levantarse.

























Además el libro es una muestra de variados retratos humanos, nada esquemáticos, riquísimos en sus contradicciones, de todas las edades y condiciones, humanísimos, en una palabra. Como si cada uno de ellos fuese el hilo de un tapiz, que se va trenzando con los demás en contraste que resalta o enfatizando el matiz para profundizar en la tonalidad, hasta constituir una alfombra cálida de mil colores, cómica a veces en su diseño, dramática en ocasiones, incluso trágica en las disputas de las estirpes. La relación de Farid y Rana se mantiene incólume a través del tiempo y la distancia, lo que los ayuda a sobrevivir a tanta desgracia. "Su amor había sido un dulce y perfecto paisaje fluvial" (pág. 13). En ocasiones la efusión del sentimiento es más intensa: "Hasta lamer el aroma de su insaciable deseo" (pág. 121). Y el juego metafórico puede ser recargado hasta desembocar en sueños surrealistas, o bien de una sencillez y una belleza pasmosas: "El mar se alejaba con pasos de terciopelo" (pág. 387). En definitiva, una experiencia rica y evocadora, que lo trasporta a uno a un mundo que tristemente ya no existe. ¿Qué quedará de la cuadrícula de los barrios damascenos después de tanto bombardeo? ¿Qué habrá sido de la familia Bauab, ortodoxos de Hama, que se ganaban la vida como canteros y que hablaban francés e inglés y tocaban el piano? ¿Qué de tanta gente acogedora y amable? La literatura se conforma así como una posibilidad de volver a habitar el pasado a pesar de tanta bomba y tanta muerte.

José Manuel Mora.

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