El americano tranquilo, de Graham Green

 Escritor engagé

Como suelo, decidí buscar un libro ambientado en el país que iba a visitar. Este año tocaba Viet Nam. Dudé entre El amante, de la Duras y el que por fin escogí, aparentemente tan agotado que tuve que buscarlo en una librería de viejo. Me costó cinco tristes euros, una edición en tapa dura de Bruguera, en traducción infame al castellano argentino. Me lo llevé al viaje y, con tanto cambio de hotel, acabé dejándolo en una de las mesitas de noche de alguno de ellos, cuando ya lo llevaba mediado. Al llegar a casa, mi librero de cabecera me lo había conseguido y me lo traje. Lo he leído con delectación, adelanto. GREEN, GRAHAM. El americano tranquilo. Barcelona: Cátedra, 2012, en su tercera edición. Viene preparada y traducida por Fernando Galván. El señor ha tomado algunas decisiones que me parecen acertadas, como traducir quiet del original, por "tranquilo", y no "impasible", como se ha venido haciendo. Ha respetado las frases en francés del original, con notas al pie, lo que es mucho más fidedigno a la hora de ser fiel al escritor y al ambiente del momento. Añade además otras notas aclaratorias, referentes a citas o a lugares que el lector no tiene por qué conocer. La introducción sitúa breve y acertadamente al escritor, su obra, y el tiempo en el que la escribe. Algunas de las soluciones de traducción me parecen calcos lingüísticos del inglés, "esperaba por él", p.e. Sin embargo y en general se deja leer en buen castellano. Me ha hecho olvidar la película por ser el libro mucho mejor, aunque Fowler ha tenido la cara de M. Caine mientras he estado leyéndolo.



Graham Green (1904-1991) es uno de los escritores británicos mejor considerados del pasado siglo. Combinó varios tipos de escritura: fue un gran reportero y sus viajes por todo el mundo le sirvieron además de materia prima para la construcción de sus novelas; fue acusado de espía en algunos de ellos, en Vietnam por ejemplo fue señalado por los franceses y censurado en su trabajo de periodista, tarea que sí desarrolló para el Mi6 durante la II Guerra Mundial. He de confesar que no había leído nada de él previamente, salvo la imprescindible para todo buen cinéfilo El tercer hombre. Responde su figura a la del escritor engagé, o comprometido, del mismo modo que lo fue su coetáneo G. Orwell o un poco después el francés A. Camus. Su compromiso sin embargo no empapa sus novelas hasta convertirlas en libros de tesis. Aunque su posición política era conocida nunca, salvo en su rdical denuncia a los nazis, se dejó llevar hasta el punto de convertir a sus personajes en defensores de las causas en las que militaba, siempre desde una óptica de izquierdas a pesar de su catolicismo, poco frecuente entre los británicos. Veamos cómo se manifiesta todo ello en el libro que acabo de leer.


La novela empieza in media res, que diría el clásico, "en el medio de la cosa", para los de ciencias. Uno de los dos coprotagonistas, el americano del título, Pyle, no acude a una cita con el preriodista británico Fowler, trasunto del autor. Pronto sabremos que su desaparición es definitiva. Lo han asesinado. Uno de los aciertos del libro es justamente que, sabiendo de antemano su desenlace, deseemos seguir leyendo para conocer los porqués, cómo se ha llegado hasta ahí. Hay un tercer vértice en el triángulo que conforma la historia, la vietnamita Fuong, amante del segundo durante tiempo (casado con una católica con divorcio cuasi imposible) y de la que se enamora el primero nada más verla. En esa bipolaridad que estructura el libro hay otros elementos que tienen su importancia: la edad del periodista, que se considera a sí mismo viejo, frente a la juventud de primero, recién llegado a Vietnam como agregado de la Misión Económica, presente en el país para ayudar a los franceses a combatir a los nacionalistas y que según el narrador "cubre una multirud de pecados" (pág. 119). De hecho "se rumoreaba por Saigón que trabajaba para uno de esos servicios que se llamaban tan inadecuadamente secretos" (pág. 145). A ello se añade la veteranía del inglés frente a la bisoñez del estadounidense, cuya "experiencia" proviene exclusivamente de los libros que ha leído, lo que le lleva  a actuar con una inocencia e ignorancia aparentes en un principio, lo que lo convierte en un potencial peligro, al no saber en qué charcos se está metiendo, o tal vez lo sabe de sobra y cree que es necesario. El libro se convierte así, en parte, en un trhiller.
 























Sus gentes (tantos los campesionos del norte, como las viejas del rellano del periodista en Saigón), resultan a ambos poco menos que impenetrables, a causa del idioma (menos mal que Phuong chapurrea el francés) y sobre todo a causa de una visión del mundo a la que ellos ni se acercan. Los prejuicios con los que llega Pyle al país se resumen en "No quieren el comunismo". A lo que Fowler responde, "lo que quieren es arroz" (pág. 178). Y probablemente el meollo de la confrontación de ambos, aparte la pelea por la misma chica ("Lo que le ofrezco a ella es seguridad y respeto. No suena muy emocionante, pero quizá sea mejor que la pasión", pág. 155), sea su diametral postura ética. Pyle, aparentemente neutral en sus decisiones, "tranquilo", como técnico que dice ser, se opone a la actitud ética de Fowler, en constante cuestionamiento de lo que ocurre a su alrededor y de sí mismo. "Soy un reportero. No estoy engagé" (pág. 180). Sin embargo la realidad acabará poniéndolo en la necesidad de comprometerse: "Antes o después -dijo Heng- hay que tomar partido. Si hemos de seguir siendo humanos" (pág.288); la condicional es excelente. ¿Qué lleva a Fowler a dar el paso? Lo que vio en los arrozales del norte y la explosión de Saigón. Dice uno de los militares franceses amigo suyo respecto a lo primero: "Lo que detesto son los bombardeos con napalm [tristemente célebres en la guerra posterior]. Desde mil metros, sin peligro [...]. Se ve la jungla ardiendo. Sabe Dios lo que podría verse desde el suelo. Los pobres diablos se queman vivos, las llamas los cubren como agua. Se ven empapados de fuego" (pág. 258). El resto es descripción de Fowlwe/Green: "Había una mujer en el suelo con lo que quedaba de su bebé en el regazo.; con una especie de pudor lo había cubierto con su sombrero de campesina, hecho de paja. Estaba tranaquila y en silencio [...]. El torso sin piernas en el borde del jardín todavía se retorcía, como un pollo que ha perdido la cabeza" (pág. 273). La imagen del filme creo que es menos impactante que las palabras del escritor.


De hecho, aparte de la intriga tan perfectamente trabada, en la que laten sus vivencias de reportero, o el dibujo psicológico de sus personajes, la novela muestra la maestría del autor a la hora de describir paisajes o sucesos: "Los últimos colores de la puesta de sol, verde y dorada como el arroz, se diluían sobre el horizonte de aquel mundo plano: frente al gris neutro del cielo, la torre  de vigilancia parecía tan negra como la tinta" (pág. 172). O esta otra terrible, vívida, como de reportero de guerra: "El canal estaba lleno de cadáveres: me recuerda a un estofado irlandés con demasiada carne. Los cuerpos se agolpaban unos sobre otros: una cabeza gris como una foca, y anónima como un preso de cráneo rapado sobresalía del agua como una boya" (pág. 118). Con esto bastaría para la declaración categórica de Fowler/Green: "Odio la guerra" (pág. 257). ¿No resulta premonitorio? Hay mucha desesperanza sobre la condición humana en el libro. Mucho desasosiego de un hombre ya maduro y sin horizonte vital claro. Mucho descreímiento de todo lo que se creía saber y que la realidad cruda desmiente. Mientras lo leía ya en casa, he vuelto a Vietnam, a sus arrozales, a sus gentes, a toda la sangre derramada. Por ello, tal vez, a pesar de las enormes desigualdades constatadas en mi viaje, ver a un país que ha sufrido tanto en pista de despegue, no deja de asombrarme y alegrarme. Se lo merecen. Creo que seguiré leyendo a Green. Otros de sus títulos, igual de comprometidos, hacen referencia al mundo latinoaméricano, más próximo y conocido.

José Manuel Mora.










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