Viet Nam, I. Agosto 2016: El Sur.


 Paradójico

Como ya conocía el Sureste Asiático, mi viaje de un mes a Indonesia (Sumatra, Java, Sulawesi y Bali) sigue siendo un hito en mi vida, no sentía una necesidad imperiosa de reincidir. Bien es verdad que las imágenes de la bahía de Ha Long con la Deneuve al final de la película Indochina, eran un llamada difícil de rechazar. A ello se añadió el hecho de que un grupo de amigos llevaba trabajando en la organización del viaje desde hacía tiempo. Yo me enteré ya en junio, cuando ellos ya tenían los billetes de avión y habían dado una señal, lo que permitió simplemente que nos añadiéramos dos más y el grupo quedara conformado por catorce personas. Todo estaba programado, de modo que pensé que resultarían difíciles las disensiones que se producen cuando hay que decidir constantemente a lo largo del día, lugares, comidas, excursiones opcionales... Era como si me hubieran puesto el viaje en bandeja. Y no supimos decir que no. Como dice mi hermano, viejo profesor de Geografía e Historia (qué antigüedad...!), el acercamiento a un país ha de comenzar por conocer su territorio, que es la base que sustenta a su población. Yo tenía unas mínimas coordenadas mentales al respecto, pero sin demasiada precisión sobre sus características, como que la distancia entre el delta del Mekong al sur, y la frontera con China, al norte es de 1650 km. nada menos. En su parte más estrecha sólo cuenta con 40 km. de ancho. Y en esta ese longitudinal del mapa de abajo viven noventa millones de personas. Sin estos datos, probablemente uno no entiende nada. Con ellos, seguramente, tampoco.


También se requiere algo de historia: siglos y siglos de feudalismo bajo las distintas casas reinantes; dominio de China durante un largo periodo, hasta el 938; colonialismo francés desde el s. XVIII hasta 1954, fecha en que, tras la conocida como Guerra de Indochina, el Unificador del país, Ho Chí Minh (tío Ho para los ciudadanos de a pie, que le profesan una admiración y reverencia incondicionales, dado el culto a la personalidad que se gastan), después de declarar la independencia en 1945, no reconocida por los franceses, logró expulsar a los colonizadores. Se entabló entonces una batalla civil entre los vietnamitas del Norte y los del Sur, apoyados estos por los EE.UU, que acabó derivando en la conocida en mi época como la Guerra del Vietnam (tienen su propio "parque temático" en Cu Chi donde, en medio de una selva de calor pegajoso, se pueden visitar los túneles que el Viet Cong construyó para burlar y sorprender a los yankees, así como las trampas que les tendían o incluso un campo de tiro real, donde se puede disparar; son las primeras detonaciones que escucho en mi vida y me estremecen). Ésta terminó con la primera derrota en toda su historia de la gran potencia en 1975, y con la unificación definitiva del país bajo un régimen de partido único: el socialista, que emite consignas por los altavoces de las calles o que impide la conexión a Internet en fin de semana para evitar convocatorias de manifestaciones: todo está ferréamente controlado. Es famosa la imagen del último helicóptero estadounidense despegando del tejado del palacio presidencial, después de que el tanque de la foto derribara de un cañonazo la puerta principal. El cine ha ayudado a fijar muchas de las instantáneas que se nos vienen encima al pensar en todo aquello. Y por acabar, en 1986 se produjo una reconversión del sistema (reparto de tierras entre los campesinos, devaluación brutal de la moneda, liberalización de la economía, que ha puesto al país en pista de despegue, pero que también, como suele suceder con las "liberalizaciones", ha provocado unas desigualdades sociales brutales. Las paradojas del título. Algunos pocos datos: Salario mensual medio, 300$; un increíble 2% de paro (aunque entre los jóvenes alcance el 20%); 98% de alfabetizados (¡!)...







El país se puede recorrer en dos direcciones; nosotros elegimos empezar de sur a norte (de haberlo hecho al contrario nos hubiéramos encontrado con un terrible tifón que dejó un montón de muertos en Filipinas y que impidió la salida a los turistas en la bahía de Ha Long). Al desembarcar en el aeropuerto de Ho Chi Mính City (HCMC, ?), antigua Saigón, la humedad hace que nuestras ropas se peguen a la piel. Es una sensación ya conocida de mis anteriores viajes a zonas tropicales. El guía que nos acompañará en la primera mitad del viaje se llama Huân (Juan, para los amigos y clientes). Maneja un español aceptable (cuatro años de facultad) y conoce bastante bien algunos de los rasgos de nuestra idiosincrasia. Es joven y divertido, además de muy flexible. Está ansioso por mejorar su competencia y anota cada novedad en su móvil. Resulta curioso comprobar que, en nuestra primera salida a cenar a un resturante cercano, la cocina se encuentre en un ángulo del salón del comedor, a la vista de los comensales (los cocineros con mascarillas) como prueba de pulcritud y bien hacer. Hay mucho verde que cuelga desde el techo en macetas y una estatua de Buda a la entrada con buenos adornos florales. Nivel: gambas grandes a la plancha, que si se quiere sirven peladas delante de uno, setas al vapor con salsa de soja y cerveza helada, 10€! Aun de noche se puede observar que la ciudad, al menos esta parte del centro, está bastante limpia, bien iluminada, con sus avenidas arboladas, recuerdo de los bulevares de la Colonia y en la que se mezclan las casas tradicionales y los rascacielos más sorprendentes por su diseño y altura. Hay una zona peatonal donde se mezcla la juvenalia con monopatines y auriculares, con las parejas de toda la vida, o bien quienes bailan salsa con bastantes buenas trazas. Más allá un grupo de adolescentes juega al fútbol a las doce de la noche en medio de la calle de cuatro carriles, apartándose cuando pasan los ya escasos coches. En lo alto de nuestro hotel hay una terraza donde se puede tomar una copa con la ciudad a los pies, lejos de su bulle-bulle, más calmado ya por la hora.



 


La mañana se va en conocer algunos de los edificos más emblemáticos de la ciudad: la catedral de Nôtre Dame, neogótico francés para olvidar, o la central de correos construida por Eiffel, todavía en funcionamiento y llena de vida, bajo la imagen de tío Ho. Efectivos, los franceses. Son doce millones de habitantes y seis millones de motos. Una de las primeras cosas que nos enseñan es a cruzar las calles sin dudar para evitar atropellos. Esquivan bien. Lo habitual, dice el guía, es que se ocupen al máximo, cuatro personas en cada una, familias al completo. En otras ocasiones van de a dos o de a uno, conduciendo mientras mandan mensajes por el móvil. Hay accidentes, pero en nuestros quince días de estancia no vimos ninguno felizmente. En algunas ocasiones por escasos centímetros. Hay semáforos pero en los cruces se permiten doce giros: coches de gran cilindrada, motocarros, bicicletas, rickshaws con estructura de triciclo, camiones y autobuses, peatones porteadores y motos, muchas motos... Los conductores llevan mascarillas por la contaminación y la mayoría de las mujeres un mandilito que les cubre las piernas para que no se pongan morenas, rasgo que las afea, según ellas. Se trata de un caos perfectamente organizado, valga el oxímoron. No llega uno a acostumbrarse en quince días, desde luego.











El país, como iremos viendo, es enormemente variado en cuanto a religiones: budismo, catolicismo, sintoísmo, "antepasadismo" (neologismo que usa con soltura nuestro guía y que nos hace gracia), ... esto último está fuertemente enraizado en la sociedad: empieza por el cuidado de los mayores, responsabilidad de los hijos y que se cumple a macha martillo, y continúa con el culto a los muertos, que siguen muy presentes en sus vidas, empezando por el hecho de que los entierran en las propias tierras de labor que antes cultivaban. No existen los cementerios como aquí los concebimos. En medio de un arrozal sugen de pronto las pequeñas construcciones en forma de templo muchas veces, más o menos engalanadas, según el nivel económico de la familia. Las viudas están seguras de que sus maridos muertos las esperan para compartir la eternidad, aunque entienden que mientras las esperan se hayan conseguido alguna componenda; igual que en algunos territorios alejados del control gubernamental y seguidores de la tradición, cuando una mujer muere, matan al hijo que amamanta para que lo pueda seguir cuidando en el otro mundo. Es cierto que morirse sale caro: un ataúd cuesta 1000$.


Siguen relacionándose con ellos, les envían mensajes desde los templos. Son también tremendamente supersticiosos, lo que ponen de manifiesto en la elección de pareja (depende del día y la hora del nacimiento para que la elección sea acertada), o la de los números (los hay de buena y mala suerte) de matrícula de los coches. Los primeros los compran en tráfico los miembros de la clase dirigente, políticos del Partido o militares, para obtener protección. La visita al templo budista de Ngoc Hoàn, cosntruido en 1909 y conservado en bastante buen estado (lo que no deja de sorprender tras tanta guerra y tanto bombardeo), nos llama la atención por la autenticidad y la intensidad de las expresiones de los fieles a la hora de las ofrendas y las peticiones: velas, varas de incienso, tulipanes, bebidas... todo parece valer para congraciarse con las deidades que en sus muros, parecen muñecones de gran guiñol.




Más al sur de la capital, nos llevan hacia la provincia de Ben Tre, por la que discurre en forma de delta inmenso el mítico río MeKong. Conforme hemos abandonado la ciudad, observamos algo ya conocido: la gente vive a lo largo de la carretera, que es fuente de comercio y sustento; también en el agua, bien en palafitos o en las mismas barcazas que les sirven para trasegar mercancías en mercados flotantes que acaban a las ocho de la mañana. Madrugadores, ellos. Se ve que la zona ha experimentado un enorme desarrollo a pesar de que tras las guerras sufridas en el resto del país, aquí se vivió la invasión de los Jémeres Rojos camboyanos del terrorífico régimen de Pol Pot. Como todos los territorios cuasi pantanosos, la navegación por algunos de los brazos del río se realiza en barcazas casi planas, entre palmeras y abundante vegetación. Me recuerda el territorio del sur de India, conocido como los backwaters. Nos ofrecen agua de coco, rambutanes, fruta que se pela y se come sin peligro alguno. Los lugares donde paramos a comer suelen ser techumbres sin paredes, sostenidas en columnas de madera, bien aireadas, tranquilas y bien servidas en medio de la floresta y donde se come lo que se pesca en el río. Las presentaciones son espectaculares.






Hacia Can Tho, nuestra próxima parada, atravesamos el puente más largo del país, 15 km. sobre el río Mekong, procedente de los Himalaya, y que en ese lugar mide dos kilómetros y medio de ancho. Inabarcable. Imposible también la orientación con tantos brazos, cada uno como nuestro Ebro. Las tierras del delta se hunden diez centímetros cada diez años. Si seguimos con la agresión al medio en que vivimos, predicen que este territorio habrá desaparecido a finales del presente siglo anegado por las aguas. La ciudad ribereña tiene un largo paseo fluvial presidido, cómo no, por Tío Ho, esta vez dorado. La gente come a sus pies comida rápida en las cajitas de cartón características y en las aguas negras del río, dos mujeres colocan velas rojas en inestables barquitos de papel, que son arrastrados por la corriente. De vuelta hacia Saigón al día siguiente paramos en un pequeño templo de la secta Cao Dai, fundada en 1925, de carácter sincrético y cuya catedral me hubiera gustado visitar, aunque no estaba en el recorrido previsto. Me llama más la atención la visita a la casa que habitó Marguerite Duras cuando era joven, en los tiempos en que vivió la tórrida aventura que daría lugar después a su novela El amante. Dudé antes de venir en traerla como literatura de viaje y al final opté por El americano tranquilo, de G. Green y que estoy casi acabando. Se trata de un edificio bellamente decorado, con un hermoso jardín al que, curiosamente, hay que entrar descalzándose. La mitología literaria tiene estas cosas.





























Las distancias en este país son tan grandes que, de no disponer de mucho tiempo, hacen falta vuelos interiores. Y eso es lo que hacemos para llegar a Hué. Sin embargo, antes de visitar la ciudad, hay programado un viaje de cuatro horas de autobús (aquí las distancias no se miden en km. sino en tiempo) para vistar la provincia de Quang Binh; al atravesarla pasamos también la antigua frontera entre el Sur y el Norte, en el famoso paralelo 17. Queda sólo un viejo puente pintado de dos colores que recuerda los dos territorios enfrentados. No puedo dejar de pensar en la intensidad y el dramatismo del conflicto, del que ahora queda tan solo este puente, casi idílico, atravesado por una familia de aquí, que no parece recordar lo sucedido. A quienes intentamos pasar luego nos dicen que no. La bandera roja con la estrella dorada ondea en un enorme mástil a la izquierda del río.



 Vamos a ver la gruta más extensa y profunda del Sureste Asiático, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: se trata de Thien Dong, la Cueva Paraíso, descubierta en 2005 por unos espeleólogos británicos. Es de origen cárstico y la han acondicionado muy bien en cuanto a iluminación, la justa para la espectacularidad, y en cuanto a la pasarela de madera que permite su recorrido, de 1100 m. lineales. El paisaje que nos encamina a ella ha cambiado. Han desaparecido los arrozales, todo lo cubren ahora los eucaliptos, y luego el suelo se levanta en colinas calizas de formas curiosísimas, dado el desgaste de la erosión de siglos, y cubiertas de una fronda espesa de verde intenso. Para alcanzar la entrada, el repecho es tan fuerte que nos suben en unos cochecitos eléctricos. Hay que ascender luego 500 escalones hasta llegar a los 800 m. a los que se encuentra la boca de la cueva. El descenso a su interior no deja de sorprendernos por las formas tan variadas, los colores que adquieren las estalactitas y estalgmitas, muchas veces ciclópeas, que llegan a formar auténticos decorados operísticos dignos de La Walkiria. A pesar de estar en el interior de la tierra, o tal vez por ello, el ambiente es tremendamente húmedo y todo se dificulta, aunque sólo haya 20º de temperatura. A lo peor es que me estoy haciendo mayor y va siendo mucho tute.




























Ya sé que cada uno de mis compañeros de viaje hubiera plasmado otras vivencias y otros momentos. Yo he seguido mi cuaderno de bitácora para no perderme. He dejado muchas cosas fuera, para no ser aburrido y prometo completar esta entrada con las correspondientes al Centro y Norte del país, ya con cambio de guía.

José Manuel Mora.

Nota Bene: algunas de las fotos que incluyo correponden a mi amigo Agustín Hernández; sin su aportación el reportaje hubiera quedado cojo, ya que nosotros perdimos la tarjeta de memoria fotográfica de esta primera parte del viaje. Gracias, Agus.

Comentarios

AGUSTIN HERNANDEZ ha dicho que…
Una narración, una guía de viaje muy completa. Necesitaba un texto que articulara y asentara una imagen geográfica.