El hombre de las mil caras, de Alberto Rodríguez

 Thriller político hispano

La peli ha tenido una promoción poco frecuente en la cinematografía hispana por las entrevistas, la participación en certámenes, comentarios en prensa elogiosos, premios.... Sin embargo su protagonista, el tema y su director la hacían para mí altamente recomendable, independientemente de lo anterior. Así que, a pesar ser día del espectador, con más gente y más colas, decidí acercarme a verla. Aviso a navegantes: la distribuye la Warner, una de las más potentes majors estadounidenses, razón por la cual no se hacen descuentos de ningún tipo. Chulos ellos. Se trata de El hombre de las mil caras, del sevillano Alberto Rodríguez. Dejo el cartel, como acostumbro, aunque no me parece demasiado acertado.


El director ya me había dejado boquiabierto con la anterior, y primera, obra suya que vi: La isla mínima, comentada en estas páginas. Así que ya sabía de su contención a la hora de contar, del prescindir de todo aquello que no sea necesario para la historia, de la precisión en el retrato de personajes y la captación de ambientes. El asunto es que la anécdota del filme pertenece a la Historia de nuestro país. Años noventa, no hace tanto, y sin embargo los datos y los personajes parecían surgir del túnel del tiempo y toda la filmación me iba refrescando la memoria, que va estando gastada, porque sí recordaba el escándalo del asunto Roldán, aquél que fue Director General de la Guardia Civil, que acabó entre rejas y que motivó, además del feo asunto de los GAL y otras cuestiones no menos oscuras, la pérdida del poder del PSOE, dando paso al Aznarato interminable.


También sabía que un tal Paesa había sido un personaje turbio que había intervenido de algún modo en la entrega del primero a la Policía en Bangkok, y que había desaparecido luego, dándoselo por muerto con esquela funeraria y todo (vid. supra). En el momento del estreno de la cinta, el citado se permite conceder una entrevista a una publicación parisina de gran tirada. Vive retirado, y discretamente hasta ahora, al parecer. Desconocía sin embargo, o no recordaba, que había ejercido de espía para el Gobierno en la lucha contra ETA y que gracias a él se descubrió un zulo y cuantiosa documentación de la banda. Sus manejos lo llevaron  a que Garzón dictara una orden de búsqueda y captura contra él. Volvió a aparecer en el asunto de Roldán. Y es ahí donde lo recupera la peli en un excelente flash back. Algunos de estos datos están en la filme, aunque se trata de un guión escrito por el propio direcor y Rafael Cobos, a partir de un libro de Manuel Cerdán, especializado en periodismo de investigación, cosa que hace con rigor y seriedad, logró incluso entrevistar al sujeto en 2005. Es cierto que hay que poner mucha atención para seguir la trama, dado que se trata de ver quién engaña a quién. Parece que quien se llevó el gato al agua, fue Paesa, que cobró un millón de libras esterlinas de la época por entregar a Roldán a la policía, y además consiguió quedarse al parecer con los 1.900 millones de pesetasde de entonces, que el encarcelado guardaba en un banco de Singapur y que pareció evaporarse. Un lince, el tipo. No acabó con eso su actividad, pues continuó en contacto con todo tipo de tramas mafiosas y políticas (no sé si la disyuntiva hace aquí al caso).


 La contrafigura es el patético Roldán, aquél sociata a quien nadie preguntó por su formación previa y que falseó titulaciones sin mayor problema, dado que tenía carné del partido. Tras haber hecho y deshecho a su antojo, lo encontramos a un paso de que lo detengan, intentando salvar su botín a través del listo de Pesa y lamentándose de lo que le sucede, puesto que  “Solo hice lo que hacían los demás”. Hasta su escondite en una chambre de bonne de París, llegan las fotos publicadas por una revista de tirada nacional, con él en calzoncillos en una francachela con chicas. Su derrumbe es absoluto. Patético, ya digo. No trasmite empatía sabiendo lo que hizo. Pero tampoco la trasmite el engañador, dispuesto a mentir a su mujer, a sus socios, al guaperas que lo ayuda gracias a su condición de piloto, a las autoridades españolas... Todo es un fiel reflejo de la España de la época, en la que las cloacas estaban a rebosar. Por no hablar de los políticos que aparecen, como el ministro Belloch, a quien le costó el puesto el descubrimiento del pastel. 


Viene servido por el inmenso Eduald Fernández, quien confiesa estar en su mejor momento interpretativo, y creo que así es, pues lo sigo desde hace años. No se ha quedado en el mimetismo de la imagen, sino que incopora al personaje con toda su carga de ambigüedad y ambivalencia, sin impostar gestos ni voz, contenidísimo, con el tic del jugueteo con el encendedor, escondido tras el humos de sus cigarrillos (entonces se podía fumar todavía en interiores), acompañado en todos su desplazamientos por un cuadro de Modigliani, sin que sepamos nunca a qué carta juega. "¿Te fías de mí?", pregunta a Roldán. De él se dice que "el dinero es tu país". El final del filme dará respuesta a la pregunta. La trama es compleja, pero el director y el actor ayudan a que no nos perdamos en esta selva de mentiras. Una peli que nos retrata "tal como éramos", o al menos como eran algunos. Y de aquellos polvos, estos lodos... En fin, asqueante y triste. Implacable en su desarrollo. Una cinta que ayuda a no olvidar. Imposible no seguir los hechos con apasionamiento.

José Manuel Mora.    

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