Historia de una pasión, de Terence Davies

 Droga dura

Parece increíble que en medio de pantallas adocenadas, en las que mandan los efectos especiales, cine para niños grandes, se sigan estrenando películas intimistas, en las que no sucede nada, salvo la vida, con todas sus dificultades y con sus momentos de esplendor. He de confesar que me atraía la actriz fuera del papel que la hizo famosa, y también, cómo no, la figura de la poetisa, Emily Dickinson, que ejerce de protagonista de la historia. Después de verla, no entiendo cómo se ha mantenido tres semanas en cartelera. Aunque aquí se ha traducido por Historia de una pasión, su director, Terence Davies, la tituló A Quiet Passion, mucho más adecuado a la trama que presenta. 


Es poco frecuente que el cine se adentre en la vida de los poetas. No suelen ser personajes "espectaculares", aunque alguno hay que podría protagonizar una de aventuras, como Lord Byron. Sucede sin embargo que, a lo poco de moda que va estando leer poesía, se añade que la poetisa elegida tuvo una vida un tanto peculiar. De familia adinerada, Emily Dickinson (Amherst, Massachussets 1830-1886) fue educada durante siete años en la Academia de la localidad y antes de volver con su familia, pasó brevemente por una especie de seminario para mujeres, del que salió escaldada, por la severidad de sus directrices morales y su puritanismo cerril. Sin necesidad de trabajar para sobrevivir, pudo dedicarse enteramente a la elaboración de sus poemas, en medio de la noche, antes del amanecer para no ser molestada. La literatura, la música, los juegos o la danza estaban proscritos en aquella sociedad protestante. Su misantropía y su espíritu altamente crítico con las creencias recibidas, con las convicciones y lo establecido, más su complejo de fea, todo ello la fue apartando de la vida social y acabó por no salir de su habitación, conformándose con ver pasar la vida desde su ventana. Su vida interior y el análisis de sus sentimientos fueron suficientes para ir conformando un corpus poético que la ha llevado a ser considerada una de las escritoras fundacionales de los Estados Unidos de América (la foto inferior es la única autentificada de la escritora, a sus dieciséis años. La de la derecha una de sus últimas, cuando ya sólo vestía de blanco). 




 
















Aunque escribe ya en plena época del Realismo, fue contemporánea de Dickens y un poco más joven que Poe o que Whitman y Twain. Su raigambre es bien romántica. Nunca ha sido fácil publicar a los primerizos. Siendo poesía escrita por una mujer, todavía resultaba más dificultoso. Había leído a las hermanas Brontë. Tal vez eso la espoleó. Pero no tanto como para que sus primeros poemas aparecieron sin su firma en un diario local. De su abundante producción, cerca de 1800 poemas, apenas vio publicados una docena de textos que además fueron alterados por los editores para ajustarlos a las convenciones del momento. Uno de los temas que la obsesionaba era el de la muerte y la fugacidad de la vida. Y cómo no, el amor, hacia alguien nunca explicitado, sin estar claro si era varón o mujer (¿un pastor protestante casado? ¿la mujer de su hermano, vecina y confidente?). Hasta después de muerta no se conoció lo escrito por ella y fue gracias a su hermana, que lo hizo público, aunque con alteraciones. Hubo que esperar a 1955 para conocer los originales. A lo largo de la película escuchamos en off, o bisbiseados mientras los escribe, algunos de sus versos. Lástima que no en el idioma original para haber podido percibir su sonoridad (no la he podido ver en V. O.).  La casa en la que vivió es ahora un museo dedicado a la escritora.


Y vamos ya a la película. De su director, Terence Davies, ya septuagenario, no creo haber visto más que Sunset song y no acabó de gustarme, tal vez porque esperaba una protagonista luchadora. Pronto se descubre que el ritmo pausado es el elegido por el director para mostrar un estilo de vida y una época. Si a ese ritmo lento le añadimos que, conforme avanza la cinta, la cámara deja de filmar en exteriores, la sensación de claustrofobia aumenta. Las tomas son a veces travellings circulares morosos para mostrar a toda la familia leyendo o cosiendo o mirando el fuego de la chimenea como única actividad (¿qué quedará de todo ello con el paso de los años?); o de acercamiento al rostro de los que van a pasar por el daguerrotipo, lo que le sirve al director para dejar constancia del paso del tiempo, a la vez que constituye una elipsis, al cambiar los actores de jóvenes a maduros; en otros casos un plano secuencia en la ópera, que se eleva hasta el palco al tiempo que la música; y en otras ocasiones planos fijos de la protagonista en su escritorio o mirando por la ventana, casi siempre con unos jarrones con flores, que son auténticos bodegones y una iluminación nocturna de lo más auténtica, por no hablar de la luz diurna a través de los ventanales. No hace falta decir que el vestuario y el atrezo están cuidados al máximo. Tenemos pues todo lo necesario para poder situar a esta mujer atormentada y poder entender su lucha contra todo, ideas admitidas, convencionalismos, y a la vez, su dedicación apasionada a la escritura, desde una postura contemplativa de la vida, más que de actuante.  
 

 Por todo ello se trata de una película de actriz. Sin Cynthia Nixon y su entrega a la figura de la escritora no hubiera sido posible. Qué lejos queda ya aquel papel que la hizo famosa en Sexo en Nueva York. Se dice que los grandes actores son aquellos capaces de trasmitir a través de la mirada, sin necesidad de palabras. Pues bien, en el filme hay dos escenas que muestran que estamos ante una grandísima actriz: cuando espera el veredicto del pastor a quien ha dejado leer sus poemas, todo un compendio de ansiedad (¡qué nervios cuando pedí opinión a Lázaro Carreter sobre mis primeros versos!, tan malos, aún diciendo que eran de un compañero... ). Y el adiós mudo al féretro de su padre desde detrás de los cristales de su habitación, que muestra todo el dolor y el quiebro de un mundo que ya no volverá a ser el mismo para esa mujer. Recital interpretativo toda la película, por no hablar de sus ataques espasmódicos provocados por la nefritis que la llevó a la tumba. A los demás actores no los conozco, salvo a Keith Carradine en la estupenda figura del padre. La hermana, Vinnie, Jennifer Ehle, como todas las que se han formado en el teatro, pueden pasar desapercibidas en trabajos impecables, como me sucedió a mí con su actuación en El discurso del Rey. Espero no olvidarla. Está cómplice, sensible, divertida. Por no hablar de la contenida madre. Todo impecable. Pero yo hablaba de "droga dura" en el titulillo de la entrada, porque pienso que no son hechuras cinematográficas al uso. Yo disfruté a lo grande.

José Manuel Mora.






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