De noche, bajo el puente de piedra, de Leo Perutz

 "Realismo mágico" praguense

¿Cómo ha llegado este libro a mis manos? No lo recuerdo. Se trata de "una rareza" por su autor y por su contenido. Es también el primero que leo de la editorial que lo saca a la calle y se presenta con una factura muy cuidada: desde la cubierta, con grabado de 1870 del Puente Carlos en Praga, hasta la elección del papel ahuesado y satinado, fabricado sin cloro, pasando por la coda de agradecimiento de la editorial por haber leído el libro, pidiendo que si ha gustado, se recomiende. PERUTZ, LEO. De noche, bajo el puente de piedra. Barcelona: Libros del Asteroide, 2016. La traducción, impecable a mi parecer, es de Cristina García. Es pues una rareza, a la vez que una rabiosa novedad, lo que no suele ser frecuente en mí. 


Del autor no había oído ni su nombre. De nuevo Centro Europa, y otra vez los judíos. Leo Perutz había nacido en Praga (1882) en una familia de ascendencia sefardita, socialmente acomodada, lo que le permitió estudiar matemáticas y trabajar en una compañía de seguros hasta que se dedicó por completo a la escritura. Fue enormemente conocido en la década de los años veinte y treinta. Como es lógico, dada la situación de Alemania en esa época, en 1938 se vio obligado a instalarse en Tel Aviv. A partir de los cincuenta se instaló en Viena y vivió alternado Austria e Israel hasta su fallecimiento en 1957. La novela que nos ocupa se publicó por primera vez en 1953, en alemán, idioma escogido por el escritor. No se puede juzgar a un escritor por una obra única, sin embargo quienes la conocen bien sienten respeto y admiración por su trabajo- Gentes tan dispares como G. Green, I. Fleming o J. L. Borges. Veamos qué tiene el agua para que la bendigan.


Lo primero que me ha sorprendido ha sido descubrir que, lo que yo creía que iba a leer, una novela, me aparecía como una serie de relatos independientes, cada uno con su título. Pronto se descubre que los personajes de unas y otras historias van apareciendo sucesivamente en unas y otras, al desarrollarse todas ellas en la Praga del s. XVI, bajo el reinado de Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Bohemia (nieto de Carlos I de España y V de Alemania), que vive en el célebre castillo praguense. Parece que, la manera en que el escritor lo presenta, se ajusta bastante a la realidad: atormentado por el miedo a que su hermano le arrebate la corona, excéntrico, dado a cambios de humor, caprichoso, aficionado a la alquimia, apasionado coleccionista de manuscritos y obras de arte por las que pagaba sumas de las que muchas veces no disponía. Los que poseían dinero en la ciudad eran, por descontado, los judíos, en concreto Mordejai Meisl. Vivían en un barrio específico, pero sin amurallar, con lo que podían circular con bastante libertad. Hasta aquí los datos contrastables. Sin embargo Perutz no pretende escribir un libro de carácter histórico, al contrario, y como dice el estudiante de medicina y descendiente del poderoso hebreo al autor, todavía casi adolescente a finales del siglo pasado: "Los profesores de historia que enseñan en los colegios y los señores que escriben libros de historia no saben ni entienden nada" (pág. 38). Lo que éste le cuenta al muchacho forma parte de la tradición oral.

La cita anterior parece ser la razón por la que Perutz recurre a lo sobrenatural en muchas de sus histroias: entre los católicos bohemios la superstición era moneda frecuente, y entre los judíos, toda la retahíla de personajes y de historias bíblicos poseían un componente de realidad muy fuerte. Así pues no será extraño que los muertos se levanten de sus tumbas en medio de la noche para llamar a capítulo a los que habrán de seguirlos, o que el emperador y su amante judía se hayan convertido en una flor de romero y un rosal, o que otro de ellos hable tranquilamente con un ángel al que acabará haciendo llorar. Las historias son breves y algunas me han traído a la mente algunos de los relatos ejemplares de Cervantes; uno de ellos lleva incluso un título coincidente: "El coloquio de los perros". Las coincidencias, las sustituciones de unos por otros, las casualidades, explican mejor que la Historia los sucesos que luego serán canónicos. Tiene el autor un estilo pausado, despojado de florituras estilísticas, sobrio, no exento de expresiones de carácter poético que sobresalen por ser poco frecuentes: "Hermosa como un jardín en primavera cuando llega el alba" (pág. 275). Hay en el libro como dos polos opuestos: el de los cristianos que pululan en torno al castillo donde habita el rey y están pendientes de cualquier gesto del mismo para sobrevivir, y los judíos que son juzgados severamente por los primeros en cualquier ocasión: "Los culpaba de los malos tiempos que corrían" (pág. 25); o esta curiosa comparación: "Cobrar intereses era el buey y el arado para los judíos" (pág. 244). Los estereotipos se suceden constantemente, pero no hay una animadversión feroz, más bien una convivencia del estilo "vive y deja vivir". Y así, incluso los de fuera se dan cuenta de las raezas en las que se mueven unos y otros: "En la corte de Praga, escribió en una ocasión  el embajador de España a su rey, lo extraordinario es cotidiano y a nadie sorprende" (pág. 78). Y lo que sigue en el relato tiene una aire de novela bizantina, de nuevo con tintes de Cervantes.


El lector que se adentre en sus páginas no debe esperar  grandes acontecimientos. Es un libro que parece escrito en tono menor, pero que consigue que se mantenga una sonrisa en nuestros labios a lo largo de su lectura. La historia del duelo entre nobles gallitos, "La zarabanda", en el que uno hace bailar a otro por todas las calles de la ciudad es descacharrante, por no hablar de la que cuenta el recorrido de "El tálero robado" de un portador a otro, desconocedores todos de lo que guarda el viejo jubón. El matemático y astrólogo Kepler aparece en "La estrella de Wallestein", divertidamente circular. Sólo al final sabremos dónde acabaron las inmensas riquezas de Meisl; donde nadie podría encontrarlas. Así pues una pequeña joyita que hará disfrutar a quienes sean amigos de lo sobrenatural.

José Manuel Mora.

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